El destello de luz apareció de nuevo. La luz lo era todo, la luz lo inundaba todo, incluso su pequeña y delicada cabeza.
Estando ahí, varada en la nada, le costaba trabajo saber el tiempo exacto que llevaba en aquel lugar, aislada de lo que su corazón más amaba: su libertad.
Por un momento más la luz lo fue todo, sus ojos se cerraron con fuerza y el corazón le palpitó rápido, su estómago rugió de hambre y sus labios casi se partieron de sed. No le quedaban fuerzas ni para llorar, para intentar escapar, era casi como estar muerta, pensó ella y se hizo un ovillo. Hacía unos días habría podido levantarse para hacerle frente a la luz escabrosa que le plantaba cara, riéndose de ella, retándole con sus fuegos fatuos. Pero eso habría sido días atrás, no ahora, no ahora que deseaba su descanso, que su corazón se hinchaba de saber que, tal vez, pronto llegaría el final. Quiso llorar, quiso emitir sonido, levantar la cara y ver directo a su adversario, pero apenas y podía respirar.
El albor se apagó de la nada y Tikki sintió que podía volver a respirar, ahora que no apretaba sus pequeños ojitos. Quien la hubiera visto en aquel momento, habría sentido lástima por ella, habría deseado que la pequeña criatura descansara definitivamente, pues, en su caso, no semejaba haber algo más humanamente posible.
Sus ojitos se le pegaban con lagañas, su cuerpo era casi la mitad de lo que había sido antes, reducido a un amasijo de piel roja, cuarteada por la maldad de un solo ser. Había perdido el color en su mayoría, su garganta se había secado y sus pulmones no se veían satisfechos. Su pechito subía y bajaba o muy rápido o muy lento, dando la impresión de que ni siquiera respiraba; ella dejó desear de hacerlo en más de una vez. No tenía caso seguir respirando, no tenía caso seguir ahí, la pequeña había perdido su propósito, qué más le daba perder la vida.
Unos pasos resonaron en la sala, entre la oscuridad, y se aproximaron a ella. Escuchó la abertura de la pequeña puertecilla, el quedo sonido le perforó los tímpanos y trató de llevarse las manecitas a los oídos, pero era demasiado para ella. Se escuchó el arrastrar de algo pequeño dentro de su prisión y su estómago rugió de nuevo, sabiendo que su opresor acababa de llevarle comida. Pero ella no necesitaba comida, necesitaba salir de ahí, fuera como fuese.
El aroma tibio de la vainilla despertó todavía más su apetito y tomó todo lo que tenía para dar y abrió los ojos, resecos. Sus pupilas desorbitadas intentaban, vagamente, dar con el trastecito del que salía el olor, pero todo estaba tan oscuro y ella estaba tan cansada que de inmediato volvió a cerrarlos. Dejó caer la cabeza contra el piso y comenzó a dormitar. Estaba en ello cuando escuchó que un segundo recipiente se deslizaba dentro de la jaula. Se escuchó un glogloteo y alzó la mirada y acertó con el punto de donde venían tanto sonidos como olores. Respiró hondo, sabiéndose más débil de lo que pensaba e intentó arrastrarse hasta su nuevo objetivo, pero sus músculos no respondían. Caería en el intento. Caería más bajo de lo que ya estaba. Se giró sobre sí y se quedó mirando al techo transparente, los ojos desorbitados. Y por segunda vez, se escuchó que los recipientes eran empujados, con suavidad, en dirección a ella, tanto así que algo le salpicó la cabeza.
Era agua. Dios santo, era agua.
Tikki trató de enfocar la visión una vez más, y cuando vio que las cosas necesitadas estaban cercanas a ella, se giró de nuevo, de vientre contra el piso y se arrastró, jalando su peso con sus bracitos debilitados. Ya no le importaba quién podía estar viéndola, disfrutando del espectáculo. Actuó casi por instinto, el fuego del hambre le quemaba en las entrañas y su cuerpo se desvanecía ante la falta de hidratación, y, aunque ella no lo supiera, también de luz solar.
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En mi memoria. (Adrienette)
FanficElla está del lado incorrecto de la ecuación, ayudando a quien desea su fin y odiando a aquél que daría su vida por salvarla. Ella está atrapada en un punto en que no logra recordar a quien más ama y trabajando para quien antes era su enemigo.