Tikki se revolvió inquieta en el piso. Lanzaba grititos y gemía con dolor entre sueños. Tenía frío, le dolía todo el cuerpo y no se sentía capaz ni de ponerse en pie. Su piel había comenzado a caerse por las quemaduras. Su mancha negra de la frente se veía borrosa entre los tirones de piel que intentaban, vanamente, regenerarse. También tenía hambre.
Una luz le dio contra la cara y abrió los ojos con lentitud. Una silueta se dibujó desde el otro lado del oscuro y maloliente cuarto. Llevaba tanto tiempo a oscuras que le dolió la cabeza. La silueta se movió, caminando, hasta ella. La luz venía del otro lado de una puerta abierta.
La criaturita levantó la cabeza y luego la dejó caer. Sus ojos amenazaban con cerrarse en cualquier momento. La silueta seguía acercándose. No parecía detenerse. Los dolores de Tikki se acentuaron, y cuando la cara de la silueta surgió de entre las sombras, la kwami chilló horrorizada. No daba crédito a lo que veían sus ojos.
Marinette despertó a las seis de la mañana del lunes. Su sistema, aunque olvidadizo, había recordado la hora para alistarse para ir la escuela. Se sobó las sienes acostada en la cama y empezó a hacer un recuento mental de su vida en la escuela. Pensó en sus clases, sus amigos y como ejercicio mental intentó poner en orden su horario. Poco a poco logró recuperar todo lo que era necesario. Se levantó a las siete y comenzó su día tranquila. Hizo un poco de ejercicio y recogió la ropa. En realidad eso fue lo que le tomó más tiempo, doblar, acomodar, colgar y desenredar. Encontró un vestido sobre el monitor de la computadora y se rió al recordar su imitación de Hermione. Dejó el vestido rosa sobre un baúl y continuó buscando sus prendas. Descubrió aretes tirados por todos lados y zapatos de tacón regados a lo largo del dormitorio. Acomodó las joyas, limpió un poco los zapatos y los metió en los cajones que destinaba para calzado. Sacudió libros, todo en silencio. No quería despertar a sus padres.
Las tareas le llevaron tanto tiempo que en menos de lo que pensó, el sol ya se colaba entre sus cortinas. Como última tarea tendió su cama y optó por tomar una larga ducha.
No fue una buena idea. Las vendas se le mojaron y temió que se le zafaran. No estaba dispuesta a ver sus quemaduras. Salió lo más rápido que pudo de la ducha, se enredó en la toalla y se vistió precariamente. Un pantalón deportivo, un sostén y una blusa de tirantes. Todo para que su madre pudiera cambiarle las vendas. Siendo ya más tarde, se aventuró al dormitorio de sus padres, pero no hizo falta entrar, el olor del horno le avisó que sus padres ya llevaban rato levantados. Bajó con cuidado a la panadería. Su madre ajustaba la temperatura del horno y su padre atendía el mostrador. En cuando Sabine la vio soltó una exclamación ahogada y corrió hasta su hija.
—¡Marinette! Te has levantado—de inmediato se percató de las vendas mojadas y se interrumpió—Ay, cariño, tus vendas. En seguida subo y te las cambio.
Las amorosas manos de su madre la condujeron por la puerta y la instaron a subir de nuevo. La chica se limitó a hacer caso y sentarse en el sofá de la sala sin hacer ruido, esperando que su madre subiera. Las cortinas estaban corridas y se acercó a la ventana para ver un poco. Del otro lado de la calle estaba la escuela, con sus paredes color crema y sus arbustos en la entrada, custodiando las escaleras. Había chicos sentados en las escaleras, pudo identificar a varios, una chica rubia, una pelirroja y un chico grande y algo robusto. No era mucho para ver. Se sentía bien por haber faltado a clases. La escuela la agobiaba.
La puerta de la casa se abrió. Sabine llevaba varias vendas enrolladas en una mano y grapitas de enfermería para sujetar esos chistes. Le sonrió. Marinette regresó a la sala y dejó que su madre le cambiara las vendas.
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En mi memoria. (Adrienette)
FanfictionElla está del lado incorrecto de la ecuación, ayudando a quien desea su fin y odiando a aquél que daría su vida por salvarla. Ella está atrapada en un punto en que no logra recordar a quien más ama y trabajando para quien antes era su enemigo.