Capítulo 33: Ruego

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—Para... por favor — su voz no demostraba la desesperación que sus palabras trataban de expresar. Su mirada furiosa no se despegaba de los dos carceleros fuera de su celda. Sus garras estaban a la vista porque los consideraba una amenaza — ya para

—¿Cuánto es capaz de soportar tu hijo? — Ricardo había decidido darle una muestra a Kyoya del cómo castigar a Tsuna cuando este no colaborara como era debido — dímelo

—Es tan sólo un pequeñito — de refilón, el castaño veía al soldado parado en una de las esquinas de la puerta hecha de barrotes, el mismo que acercaba una especie de arma, de la que al parecer no brotaría ni una sola munición — no... no morirá, pero...

—Si te niegas a colaborar, Tsuna — sonrió Ricardo y le indicó a Hibari que se pusiera la máscara antigases que todos los de la armada presentes se colocaron — entonces — su voz se agravó, resonando dentro de la máscara mientras elevaba su mano

—¡NO! — sus ojos se abrieron de par en par porque ese imbécil hablaba en serio

—Entonces colabora

—No — Tsuna no podía, no debía — es... es mi familia

—Entonces, tu hijo no importa — el azabache mayor movió dos de sus dedos y el soldado afirmó con la cabeza antes de presionar el dispositivo que activaría el arma en sus manos

—No... ¡por dios, no! — Tsuna sintió el pánico llegarle cuando la boquilla ingresó a su jaula. En seguida se separó de la reja y vanamente intentó alejar ese vapor de color verdoso que empezaba a ingresar en su celda, pero obviamente era inútil — ¡Es sólo un bebé! ¡Bastardos de mierda! ¡Es sólo un bebito! — se quejaba mientras agitaba sus manos en el aire

—Es tu culpa — Ricardo estaba sonriendo con malicia, pero su máscara impedía afirmar aquello — el que tu hijo sea envenenado, es tu culpa



Hibari se mantenía callado, cruzado de brazos, evitando bostezar, admirando el aburrido espectáculo que Ricardo decidió dedicarle como "regalo" antes de cederle a su adorado clase A. Tsuna tosió cando aquel gas llegó a su nariz y garganta, se atragantó y experimentó una leve asfixia. Estaba en pánico. El castaño retrocedió por instinto, agarrando a su pequeño hijo al que dejó sentado en la esquina más lejana de la puerta y el que ahora lo miraba con curiosidad, ignorante del peligro que estaban atravesando. En medio de su desesperación Tsuna agarró una tela y la empapó del agua que tenía en su celda, abrazó a su niño y le limpió la carita; lo cubrió con esa tela delgada siempre asegurándose de que su bebito no se asfixiara, pero ese gas era fuerte. A pesar de ser un clase A, sus ojos estaban lagrimeando, su garganta ardía, su nariz picaba, eso delataba lo peligroso de esa sustancia. Tsuna no sabía qué toxina era, pero tenía miedo, no por él... sino por su hijito. Sora era todavía muy pequeño, aun debía ser protegido como a cualquier otro cachorro. Tsuna debía velar por él



—¡YA PARA! — gritó cuando su bebé empezó a manotear y a frotarse los ojitos — ¡YA!

—Entonces dime lo que quiero escuchar — exigió Ricardo, sin dar la orden para que el soldado se detuviese

—ERES UN SER SIN CORAZÓN — Sora empezó a llorar debido a las molestias que empezaban a llegarle. Tsuna no podía dejar que nada malo le pasase

—Dime

—¡LO HARÉ! — gritó con fuerza mientras intentaba mantener sus ojos abiertos para verificar que ese soldado dejase de aplicar el gas — pero ya detente... — respiró hondo a pesar de las molestias y terminó — LO HARÉ... MALDITA SEA, ¡LO HARÉ!

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