Capítulo 34: Víctima y culpable

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En esos días previos... las víctimas



Herida, casi moribunda, pero firme en su voluntad de escapar. Cierta jovencita arribó a las fronteras desoladas de lo que se consideraba un desierto sin vida, para atravesarlo a como fuera lugar. Apenas había sobrevivido a la cacería que se dio sin aviso en la ciudad donde residía y permaneció oculta por los eternos días en los que debía perder a perseguidores o tendría la misma fortuna que sus congéneres capturados. Un horrible calvario que tuvo que enfrentar sola, asustada y hambrienta

Ella no pertenecía a ninguna manada cercana por eso no tenía siquiera la posibilidad de pedir ayuda a su familia. Fue trasladada de alguna cede oculta al norte del país junto con sus padres y su destino estaba en el centro donde se reuniría con sus nuevos guías, pero todo se frustró. Aun recordaba el miedo en la mirada de su padre y madre, la desesperación en sus palabras cuando le decían lo que debía hacer, ellos hicieron hasta lo imposible porque ella escapara. Fue la despedida más dolorosa que le tocó experimentar.

Debía vivir, en eso pensaba al ir adentrándose más y más en un terreno desconocido. No tenía siquiera orientación, pero tenía fe en alguna cosa inexistente que sus padres llamaron "dios" porque necesitaban algo a lo que aferrarse para no caer en la resignación de una muerte prematura. Lloraba en silencio, miraba al cielo e imaginaba que ese "algo" la estaba protegiendo



—Oh no — masculló cuando sus oídos agudos captaron un ruido lejano que pronto se trasformó en un aullido, un aviso de intruso —. No... no ahora — ya casi no tenía energías, su herida al lateral derecho de su pecho aun dolía a pesar de que no sangraba y sus labios partidos mostraban la escasez de agua en su cuerpo

—¡No la dejen seguir!

—No me atraparán, malnacidos — sollozó, tenía miedo. Aguantándose el cansancio dejó brotar sus garras y colmillos para empezar a huir a cuatro patas a la máxima velocidad que su deplorable estado le permitiese

—¡Atáquenla!

—No — suplicó



La persecución no duró más de cinco minutos, era obvio, porque ella, a sus doce años, no tenía experiencia en cacería ni mucho menos en pelea corporal contra más de un adversario. Cuatro individuos la rodearon sin dejarle escapatoria, intentó enfrentarlos, pero fue inútil. Bastaron dos golpes, una patada fuerte y terminó mirando el bello cielo que tanto le gustó apreciar porque era símbolo de libertad. Lloró con frustración y se obligó a cerrar los ojos esperando que le arrancaran la garganta porque sus atacantes eran de su misma clase... de la poca gente que tenía la desdicha de ser consideraba un monstruo sediento de sangre. Se desmayó poco después de eso ya que el agotamiento superó su instinto de supervivencia



—Habla, niña — apenas ella abrió los ojos, se vio rodeada por dos hombres desconocidos que usaban bata blanca — dinos quién y de dónde eres

—La armada — habló con la voz quebrada e intentó luchar para levantarse

—No estás atada, mocosa — el científico entendió los pesares de esa pequeña, así que decidió aclarar todo — porque si estuvieras en la armada, tu boca ya estaría con un bozal y tus manos y pies con cadenas gruesas... así que tranquilízate — frunció su ceño ya que no tenía paciencia para tratar con revoltosos recién llegados

—¿Do-Dónde estoy? — carraspeó un poco debido al dolor de garganta que la aquejaba

—Primero responde a lo que te preguntan tus mayores — Verde miraba a la pequeña, mas, no sentía ni una pisca de compasión — si es que no nos das la información que necesitamos serás abandonada en medio del desierto y morirás

Problemas de ClaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora