Capítulo 45: Algo más.

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—Oto-san, ¡vamos! ¡Vamos! —aquella sonrisa le traía recuerdos; era sincera, dulce e ingenua como la que pocas veces vio en Tsuna hace tanto tiempo. Charlaba con Sora o al menos lo intentaba mientras caminaban por aquella zona carente de vida vegetal—. ¡Estoy muy emocionado! —Hibari no decía nada, dejaba que su hijo siguiera en su pequeño mundo en el que aún no entendía siquiera lo que ocurría tras ese paseo de improvisto.

—Espera un poco —le reclamaba con el ceño levemente fruncido pues ya iban caminando por tres horas y el pequeño no se detenía siquiera. Obligatoriamente necesitaban un descanso pues el sol estaba en lo alto y ya se acabaron la reserva de agua que traían

—Pero quiero ir a ver a los demás lo más pronto posible —Sora seguía mostrando esa mirada azulada, brillante, ansiosa y emocionada; la mirada de un niño ingenuo, lleno de sueños y promesas—. ¡Vamos! Falta poco —retrocedía sus pasos para así llegar junto al azabache mayor y tomarlo de la mano

—¿Cómo sabes eso? —dudaba mucho, él ni siquiera podía recordar cuál era el camino a uno de esos refugios que desde hace tres años no visitaba y que, en ese momento, debido a la seguridad de Sora, se obligó a recorrer

—Los puedo oler —decía mientras elevaba su rostro un poco, cerraba sus ojos y aspiraba profundo. Sus cabellos se mecían con la suave brisa que traía un mensaje lejano, una pista y una ruta— ¿tú no? —miraba con curiosidad a su padre.

—No soy como tú —respondió con la mayor de las calmas

—¡Lo olvidé! —su expresión alegre no se iba mientras que, en su cabecita, se recriminaba porque a veces olvida que no todos son tan especiales como él

—Tú tienes los sentidos más agudos que los míos —eso a pesar de que en su cuerpo estaban alojados varios de los experimentos de la armada, pero, aunque fuera un humano modificado, nunca igualaría a los clases A. Hibari lo sabía y le daba rabia porque se sentía inferior e inútil, pero dejó de lado sus pensamientos y acarició los cabellos de Sora, su pequeño hijo

—Lo sé. Es porque yo soy como papi —sonreía y, a pesar de ser la viva imagen de Kyoya, era risueño, divertido, expresivo, un niño normal en sus privilegiados siete años— ¡Ahora, vamos! —corría, saltaba, estaba lleno de vida

—Cuidado te lastimas —Kyoya decía aquello por obligación, aunque sabía que, a pesar de que le advirtiera, el pequeño saltaba con fuerza de un lado al otro mientras probaba la dureza de las rocas cercanas o simplemente se trepaba a un árbol inerte en medio de ese pequeño desierto que atravesaban para llegar al lugar indicado



Kyoya siempre pensó que ubicar el refugio de clases A después de varios kilómetros de un asqueroso desierto forjado por una de las luchas en contra de la armada, era un desperdicio de energía. Pero después de analizarlo un poco y de las incontables veces que tuvo que forzarse a cursar esos senderos, admitió que era ideal ya que era una prueba que pocos podían superar porque sin una guía entre tantos riscos, tierra, rocas, árboles secos, sin colinas de donde guiarse ni un camino establecido, además del difícil terreno y la escasez de una fuente de agua visible, sería imposible que alguien llegara hasta ellos; al menos para un humano sería imposible.

Hace años que Kyoya logró aprender el cómo llegar a la "madriguera" guiado por una ruta mental y sus sentidos más o menos agudizados, pero sólo hasta medio camino porque al pasar cierto punto de travesía no podía siquiera saber en qué dirección ir, era por eso que en ese entonces debía esperar al escolta asignado. Mas, en esta ocasión no necesitaba de un escolta porque era el pequeño Sora quien lo guiaba mientras lograse encontrar el aroma de uno de los suyos. Aun recordaba que la primera ocasión que salió de ese sitio tuvo que ser guiado por Yamamoto, y en un par de veces en que volvió más pronto de lo acordado logró contactar con Lambo por mera suerte. Fueron días despreciables que tal vez jamás podría olvidar.

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