Capítulo 39: Augurio

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En la mañana número catorce desde que empezó a tomar esos malditos medicamentos y a inyectarse algo que desconocía pero que le informaron era para el tratamiento, se sintió mucho mejor. Cuando abrió los ojos y la claridad lo acunó, se sintió mucho más ligero, más vivo. De una manera extraña sintió que su alma regresó a su cuerpo, era ridículo, pero esa sensación tenía. Se volvía a sentir humano, era patético, pero si eso le devolvía el goce por las torturas, misiones y su vida en general, lo soportaría

Como cada mañana Hibari caminaba a su cocina, revisaba lo que había en la refrigeradora y desayunaba como era debido, todo sin siquiera mirar a la jaula en la que se encontraban las causas de sus deseos por recuperar la vitalidad de su alma. Los odiaba, más odiaba las mentiras que ese castaño le decía y eso le certificaba que estaba volviendo a la normalidad. Se tomaba su tiempo para saborear cada trozo de pan, carne, huevos, café, todo. Trataba de fingir que no tenía ninguna mascota molesta ni un cachorro problemático, pero eso no duraba



—Nana — esa vocecita aguda resonaba en los oídos de Hibari, pero éste la ignoraba

—Ven aquí, Sora — después estaba él, quien no dejaba que su hijo se acercara demasiado a los barrotes

—Na... na — Hibari no tenía que mirar para saber que ese niño sacaba su bracito por entre los barrotes y lo señalaba, mejor dicho, señalaba la comida que él consumía — Na

—Sora — era la orden del castaño antes de tomar al bebé en brazos y gruñir bajito mientras procedía a internarse al fondo de la celda. Hibari no sabía qué significaba ese sonido brotado del animal... pero tal vez lo presentía



Tsuna cargaba a Sora, le besaba mejillas, acariciaba sus cabellos mientras buscaba alguna cosa que guardara de reserva para comer, porque al maldito de su guardián no le había dado la gana de darles alimento en dos días. Ni siquiera sabía el porqué de ese odio desmedido hacia su niño. Hibari podía hacerle a él lo que sea, pero a su hijo, al de los dos... Dolía más no podía protestar. «La comida de afuera es mala» solía mentirle a su hijito que entre monosílabos humanos pedía comida, pero que en su idioma animal lo pedía en frases entendibles, «por eso debemos esperar a que nos traigan algo bueno, algo que yo sepa que es bueno para que tú crezcas sano».

Se sentaba en su nido y jugaba con las manitos de su niño, pero siendo que Sora no entendía su situación era obvio que siguiera insistiendo en que tenía hambre, en que en esa mesa había algo que olía bien... y Tsuna recordó con melancolía que en su madriguera los niños podían pedir lo que sea y se les era cedido con prontitud porque se priorizaba el hambre por sobre lo demás. Si estuviese en su madriguera seguramente Sora tendría un buen peso, sería algo regordete y sus mejillas rosadas destacarían por su redondez... pero en esa celda, el hambre era el único pan diario que tenían... incluso parecía que Ricardo lo ordenaba pues las raciones que llegaban sólo eran para Hibari, y para él lo único que había eran miradas asqueadas y de vez en cuando un tarro de leche para que su bebé no muriera aun

Detener los experimentos en Tsuna costaba, el precio era la indiferencia. Si él no le servía a la armada, la armada no le cedería lo que necesitaba.



Hambre, mamma — volvía a quejarse mientras tiraba de la camisa un poco sucia de Tsuna

Podemos intentarlo — suspiraba antes de levantarse la camisa y mostrar su pecho. Su niño se acercaba entusiasmado e incluso lo mordía debido a la desesperación — no tan fuerte — mas no le importaba porque sabía que su pequeño estaba hambriento



Tsuna escuchaba la succión insistente de su pequeño, pero era inútil. Sus pechos estaban secos, no salían nada más que unas cuantas gotas de leche que no saciarían a nadie, pero al menos su hijo succionaba y se entretenía, o al menos se hacía la idea de que su estomaguito se llenaría. Eso era jugar sucio, sin embargo, no había de otra

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