23. Destruido.

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Cara

—Adam —su nombre sale de mis labios en un susurro mientras veo como Ethan se pone de pie a mi lado.

—Creo que me tocara matarte para hacerte entender lo que significa: «no te acerques a mi esposa» —masculla Adam acortando la distancia en una actitud rígida y desafiante. La furia recorriendo cada parte de su cuerpo.

Me estremezco.

—Estaría encantado de ver cómo lo intentas, Summer —revira Ethan con una sonrisa de costado que grita desafío por todos lados mientras se trona los dedos, dispuesto a empezar una pelea—. Inténtalo y veremos quien termina matando a quien, mira que yo hace mucho tiempo que traigo ganas de exterminar una rata y curiosamente esa rata eres — desafía Ethan acercándose más a Adam, que sonríe de costado y sin humor.

Oh no.

—Qué curioso, yo también traigo hace mucho tiempo ganas de matar a un infeliz mequetrefe que no sabe respetar a la mujer de otro hombre —brama, Adam—. Cara es mi esposa y te voy a enseñar cómo defiendo yo lo que me pertenece, cada golpe anterior habrá sido una caricia en comparación a lo que te haré.

Escucho los dedos de Adam tronarse, Ethan hace lo mismo y se cuadro frente a él, e inmediatamente supe que estos dos no se iban a detener en iniciar una pelea y esta podría resultar más sangrienta que las últimas dos, se estan jurando matarse uno al otro sin importar mi presencia; nunca les ha importado de todos modos. Pero una cosa esta clara: no puedo permitir que eso sucediese, no otra vez. No puedo seguir permitiendo que esos dos siguieran creyendo que la mejor manera de arreglar las cosas es a puñetazos como dos animales y todo por causa mía.

No claro que no, está en mis manos impedirlo y lo haré.

Me meto en mitad de los dos, arrastrando los pies sobre el suelo de mármol. Al hacer el rápido movimiento mi pierna dolió más de la cuenta, pero ignoro el dolor porque estoy más interesada en evitar un desmadre en la sala de la hacienda que alguna vez construyó mi abuelo con mucho esfuerzo.

—Ni se les ocurra comenzar una pelea —hablo en medio de los dos, con los brazos abiertos y casi rozando cada pecho.

La tensión es tan gruesa que sería difícil, incluso, de cortar con un cuchillo. Cada uno tiene los puños apretando a los costados y listos para atacar en cualquier momento. La furia se puede oler como si de un perfume se tratase.

—Son dos hombres grandes, no dos niños inmaduros, compórtense como los adultos que son y entiendan que no pueden andar por la vida arreglando las cosas a madrazos como si esa fuera la única solución a los problemas. La violencia es el lenguaje de los ignorantes. Se los suplico, por favor, deténganse.

Respiro trabajosamente mientras intento calmar a los leones hambrientos de sangre.

Por Dios, lo único que deseo es una vida tranquila, sin tantos sobresaltos como en lo que se ha convertido mi vida últimamente desde que me convertí en una mujer casada. Necesito paz o terminaré en un manicomio con camisa de fuerza y gritando como loca.

—¿No quieres una pelea, Cara? —es la voz de Adam que curiosamente ha hablado levemente tranquilo. Lo miro, pero él tiene sus ojos clavados en los de Ethan, que le mira con el mismo odio en la mirada y el pecho hinchado de ira—. Si no deseas un desmadre, pídele a este que se vaya en este momento de nuestro rancho y que no regrese a un lugar donde no se le ha perdido nada. Pídeselo ahora y te prometo que me comporto. No habrá pleito al menos de mi parte si haces lo que estoy pidiendo. ¡Vamos!

Trago en seco.

Aspiro aire para hablar aún en medio de las dos fieras salvajes, a punto de degollarse uno al otro si no lo impido.

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