15. La venganza es dulce

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Mi corazón se halla muy agitado cuando me encuentro retrocediendo hacia atrás y soltando un grito que, retumba en mis orejas.

Oh Dios mío...

El haber dicho lo que tanto quise evitarle a Ethan para evitar precisamente lo que ahora está ocurriendo, fue el detonante de la batalla campal que ahora presencian mis ojos.

Ethan toma impulso, le da una trompada a Adam para luego lanzarlo al suelo de una sola patada en el abdomen que le hace caer desparramado en el suelo, sin darle mucho tiempo a reaccionar. Abro mi boca en un jadeo de sorpresa ante la brutalidad de la escena que estoy presenciando.

Adam se levanta con rapidez, gruñendo. La sangre ya corre por sus labios partidos y chorrea sobre su camisa. Tira un puñetazo a Ethan, quien lo esquiva con su brazo como un buen peleador y en su lugar le golpea en el rostro; tomándolo por sorpresa. Pero, en un descuido Adam logra darle un codazo en la costilla, y en tanto Ethan se recupera y encuentra aire en sus pulmones, le lanza un fuerte golpe en la cara rompiendo su nariz de un solo puñetazo. Grito con horror. La sangre sale a chorros.

La cosa se pone peor.

Tanto Adam como Ethan son dos hombres fuertes, jóvenes y con mucha energía, así que el lugar se ha convertido en un campo de batalla entre los dos, donde lo único que se escucha son puñetazos y gritos míos. Es una pelea a muerte; del tipo que gane el mejor. No sé qué podía hacer para pararlos. Mis gritos no sirven de nada. ¡Maldita sea!, están lastimándose brutalmente y estoy segura van a terminar con algún hueso roto —algunos diría— o alguno de los dos... muerto.

Estoy aterrada ante la descontrolada situación. Si me meto e intento apartarlos es seguro que termino con un golpe de esos dos —los cuales se golpean como si quisieran acabar el uno con el otro en un segundo— Nunca había visto tanta furia en mi vida, eso parece irreal. Esos dos parecen no dolerles los golpes. Son puñetazos que vienen y van, al igual que patadas y costillazos. Aunque los gemidos y jadeos de dolor disimulando que puedo escuchar con cada golpe que reciben uno del otro me confirman que sí.

¡Santo Jesús, se matarán!

—¡Por favor, paren ya de golpearse como animales! —chillo, sintiéndome impotente además de muy nerviosa—. ¡Pareen! ¡¿Adam?!, ¡¿Ethan?!... ¡Deténganse por el amor de Dios, se los suplico!

Grito y grito sin aliento; cada vez más fuerte, el dolor latente en mi garganta por la fuerza que empleo al gritar, pero es imposible que me escuchen si estan tan interesados en destruirse uno al otro.

Esto no puede estar ocurriendo, juro que no quería esto. Fue por ello que aquella noche, aun habiendo ido a los brazos de Ethan para que me consolara decidí guardarme para mí lo que Adam me había hecho. Quise evitarlo, pero al final, tuve que abrir mi gran boca y ahí están las consecuencias. Están peleándose a muerte por causa de mí...

Adam gira sobre su cuerpo y tira una patada a Ethan contra el pecho, que tiene esos labios que hace minutos estaban sobre los míos rojos por la sangre. La patada lo ha hecho caer al suelo, y no conforme con eso mi esposo monta a horcajadas sobre él y continúan los puñetazos desenfrenados. Los veo girar sobre el lugar, dándose más golpes, uno tras otros. En el rostro, las costillas... donde cayeran los puños.

—¡Se los pido, déjenlo ya!... ¡se van a matar! —sigo gritando sin ser escuchada, mi garganta ya me arde; quema.

Siento las lágrimas picar detrás de mis ojos. Lo que está sucediendo es algo que nadie desea presenciar. Es demasiada violencia y ser la responsable lo vuelve aún peor. La primera lágrima se abre camino por mi mejilla sin, con el corazón corriendo a una velocidad dolorosa e insoportable, dejar de pedir que milagrosamente se detengan. Más lágrimas siguen hasta que mi rostro queda empapado, en ese punto grito entre sollozos. Nada gano, la batalla sigue.

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