29. A pasos de bebé

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Cara

Mis ojos se abren despacio, y un instante más tarde cuando los tengo completamente abiertos, observo con desconcierto el lugar donde me encuentro: sala pequeña, paredes blancas, olores a fármacos y yo acostada sobre una diminuta cama. ¿Estoy en un hospital? ¿Cómo llegué yo a aquí? ¿Qué me sucedió?

Me encuentro aturdida y no recordando cómo es que estoy en un hospital. Mi garganta se siente muy seca. Saboreo la saliva en mi boca y me invade un sabor amargo.

Intento incorporarme en la cama, pero me siento sin fuerzas e incapaz de moverme así que vuelvo a caer sobre el blando colchón. Estoy intentando encontrar una respuesta sobre que me había pasado y que hacía yo en un hospital cuando la puerta de la habitación se abre, segundos después un par de ojos cafés aparecen en mi campo de visión. Se ven tristes y llorosos, noto frunciendo el ceño.

Kea...

—Dios, Cara qué bueno que ya despertaste —Kea se estrella contra mi cama, tomando mi mano entre las suyas. Arrugo el rostro sin entender aún qué hago en un centro de salud y por qué ella luce tan abatida, sus ojos están muy rojos—. Nos diste a todos un susto de muerte, tanto que a mi abuela casi le da un infarto y yo ni te digo. Por poco se me sale el corazón por la boca cuando entré en tu baño y te encontré allí tirada, creí que estabas muerta. Fue una sensación horrible, gracias al cielo que estas bien.

Cuando ella menciona todo eso, mi mente inmediatamente se aclara y es tan brusco que me causa un terrible dolor en la cabeza. Recuerdo la razón por la que debo estar ahora en este hospital y sobre esta diminuta cama. Recuerdo como en un arranque de locura, y con la única idea de morirme, metí todas aquellas pastillas en mi boca porque quería irme con mi abuelito y mis padres al cielo.

— ¿Por qué hiciste eso, Cara? —pregunta, Kea angustiada.

No le contesto, solo me quedo pensando en la lo que fui capaz de hacer. Intenté matarme, pero al contrario de lo que yo quería en ese instante sigo aquí, viva, respirando. He tenido una segunda oportunidad que no me merezco.

Mis ojos se llenan de lágrimas y con ellos miro a Kea, sintiéndome avergonzada ahora que estoy completamente cuerda.

—No sé por qué lo hice... —estoy diciendo la verdad mientras me enjuago las lágrimas con el dorso de mi mano derecha—. Fue un momento extraño, ni siquiera podía pensar con claridad.

Kea acaricia mis cabellos.

—Fue por culpa de Adam, ¿verdad? —inquiere, buscando una respuesta con sus ojos cafés con matices doradas—. Él te hizo algo cuando fuiste a su recámara porque cuando regresaste estabas tan rara ¿Qué te hizo, Cara?

Fijo la vista en una de las paredes blancas.

Sí, las palabras de mi marido me afectaron mucho, nunca me lo imaginé pero sí. No obstante Adam solo me dijo la verdad. Me estoy consumiendo a mí misma en mi propio infierno y el que ahora esté acostada en esta cama de hospital por haber intentado suicidarme es la prueba de ello.

Oh, Dios mío.

Esto se tiene que terminar o amenaza con acabar conmigo y todo a mi alrededor. Es un milagro que esté viva después de tomar todas esas pastillas. Tuve realmente mucha suerte de que me encontraran a tiempo. Eso me hace entender que muy a pesar de que no me la merezco Dios me ha dado una segunda oportunidad para seguir viviendo; merecida o no la tengo, y mi único deber es aprovecharla para intentar sacar un poco de amargura de adentro de mi alma que está haciéndome tanto daño.

Hoy digo basta por mi bien.

La puerta de la habitación se vuelve a abrir y entra María, la miro con Kea que se había acomodado en la orilla de mi cama y me abraza, acariciando mis cabellos con ternura. Su cabeza yace contra la mía. Los ojos de la mujer que alguna vez me cambió los pañales lucen llorosos y abatidos, por mi causa. Me imagino el susto que le habré de haber pegado cuando se me ocurrió hacer una tontería como intentar quitarme la vida.

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