14. No soy tu mujer

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Entro en mi ducha, el agua que cae sobre mi cuerpo esta tan caliente que quizás puede quemarme, sin embargo, a mí no me importa.  La dejo correr por mi cuerpo— relajándome— sin hacer ningún movimiento aún, con las manos contra los azulejos, la cabeza gacha y el agua cayendo.

Esta mañana tengo un malestar de los mil demonios, comúnmente y como la gente le llama: una jodida resaca que tiene mi cabeza casi al reventar por la borrachera que me pegué la noche anterior.

La noche anterior me di la borrachera de mi vida al salir con Alex y Kea a tomar un trago, y de paso, a bailar en una discoteca a una hora y media del pueblo, en otro muy cercano a este, ya que en Palmer solo hay un bar para puros borrachos donde la gente decente no entra. No quería ir, ya que para mí es mejor quedarme aquí encerrada pudriéndome en mi miserable vida de mujer casada e infeliz.

Me sale mejor que ver gente gozando de su vida feliz cuando yo me siento tan desdichada, entonces ese par insistió y no tuve opción de negarme, pero con mi terrible estado de ánimos, terminé tomando sin parar y llegué a la hacienda tan borracha que daba pena ajena. Llegué en un estado tan lamentable que creo si mi abuelo me hubiese visto en semejante situación de seguro me habría dado las nalgadas que nunca me dio de pequeña.

—No sé cómo se te ocurrió tomar tanto, casi te consumes todo el bar. —Recuerdo a Kea diciéndome cuando apenas sabia cual pie debía sacar primero del auto.

—Dicen que con alcohol las penas se sienten menos, ¿no? —murmuré, con una risa de borracha.

—Sí, como tú digas —pronunció Kea, Alex se carcajeó.

Con mucho esfuerzo abrí la puerta del coche que había manejado Alex quien estaba saliendo de la parte delantera junto a su novia mientras yo trataba de salir del área trasera, pero es estuve a punto de caer por intentar poner la boca antes que el pie, pero Alex fue rápido y me cogió.

—Gracias, grandulón —emití con voz pastosa dando golpecitos con mis manos en su pecho duro y fuerte

—De nada, Cara, pero Kea tiene razón. Creo que se te paso la mano con la bebida esta noche. —Me regañó el grandote.

—No me regañes. —Hice un pucherito, rodeando sus hombros con mis brazos—. Es que mi vida es tan gris y vacía que me pareció que alcohol era el mejor remedio para olvidar esta vida de mierda que tengo.

—Sí, pero mañana tendrás un dolor de cabeza de los mil infiernos —murmuró Kea, tan fresquecita y a mí todo me daba literalmente vuelta.

Ella casi no tomó, o si lo hizo, pero no terminó borracha como yo.

—Bueno, vamos adentro. Creo que necesitarás un café que te baje esa borrachera. —Sugirió Alex, llevándome en sus brazos hasta la entrada de la casa, casi arrastrándome ya que yo ni un pasito podía dar bien.

—Odio el café, grandulón.

No mentía, aborrezco ese líquido negro, para mí sabe asqueroso y no sé cómo la gente puede tomar tal cosa. Puaj.

—Entonces un baño de agua fría —sugirió Kea, caminando a nuestro lado.

El frío de la noche golpeaba en mi piel expuesta por el mini-vestido negro que traía.

—AY, AY, AY, AY —grité mientras entrabamos en la casa, Alex sin dejar de sostenerme.

— ¿Qué sucede? ¿Te duele algo? —preguntaron Kea y Alex, alarmados por mis gritos.

—CANTA Y NO LLORES.

—Definitivamente tú borracha eres todo un caso, Cara Williams —acotó Kea, tanto ella como Alex riéndose a carcajadas mientras la sala de la casa nos daba la bienvenida.

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