58. Final

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Cara

Hoy mi tesoro está cumpliendo su primer añito.

Parece que fue ayer cuando me encontraba en una sala de parto trayendo a esa criatura al mundo, haciéndome la madre más orgullosa del planeta por haber guardado esa cosita tan perfecta y hermosa dentro de mi vientre. Porque Adam y yo fuéramos los responsables de crear esa preciosidad. Tan bonita. Tan perfecta. Tan llena de vida. Tan parte de nosotros. El fruto de un gran amor que primero fue odio y me llevó a descubrir que la típica frase " Del amor al odio solo hay un paso de distancia", es muy cierta.

Adam era ese destino en el que yo no creía, y que por más que corriese era a sus brazos donde caería al final. Unos brazos llenos de amor. De vida, de libertad. De protección. Unos brazos en los que nací para encajar.

Como el alguna vez me dijo: «Tú volteas mi mundo al derecho y al revés, Cara» es mi turno de decir lo mismo, Adam voltea mi mundo al derecho y al revés. He llegado a una conclusión que soy más suya que mía y que amarlo más sería un crimen.

Nuestro milagrito de amor que justo ahora estoy dando un pequeño baño antes de su fiesta de cumpleaños, es la dicha más grande que nos ha dado Dios a los dos.

Luna—sí, Adam lo predijo, sería niña y es preciosa—me dio el día más feliz de toda mi existencia y el de mi esposo por igual. Recuerdo como había contado los delitos de sus manos y pies, comprobando que estaba completita y la emoción de sentir la suavidad de su piel; quede maravillada con su belleza. Cuando ella me miró con sus ojitos claros; miel como los de mi difunta madre, descubrí lo enamorada que estaba de la vida. Me había dado tantas cosas maravillosas por las cuales agradecerle que no me contuve y mientras apretaba a mi bebé en mi pecho, se las di enormemente.

El parto. Uff, fue duro y doloroso, varias horas de sufrimiento; que digo que valieron la pena si tengo ahora ese tesorito que me vuelve completamente loca cada vez que me sonríe.

El día del nacimiento mi hija en cuanto se cortó el cordón umbilical y Luna fue liberada de mi un desesperado Adam había tomado la niña en sus brazos y la había acunado en ellos sin intención de soltar a la bebé y olvidándose de mí, su madre y la que había sufrido los horribles dolores para traerla al mundo; aunque debo darle su mérito, también sufrió conmigo esas diez horas de parto. Había gritado como madre desesperada por su retoño para que finalmente Luna cayera en mis brazos.

—Mírala amor, tiene los ojos de mi madre —alabe feliz, tocando la piel suave de su blanca carita.

Adam sonrió a mi lado, todo feliz, orgulloso y emocionado. Sin quitar la vista de su hija.

—No sé si tienes los ojos de tu madre o no. Solo diré que es la cosita más hermosa que he visto jamás.

—Sí. Es hermosa y es nuestra, cariño. —Mi marido me dio un beso en los labios aún con los sudores del parto bajando por mi frente, logrando revolucionar todas las mariposas en mi estómago.

—Lo hiciste mi amor —besó mi frente sudada, la punta de mi nariz y otra vez mis labios. Luego me miró; yo con la niña acunada contra mi pecho, dándome esa mirada de devoción y amor que siempre tiene para mí, para su esposa que lo ama con la misma locura que él a mí—. Estoy muy orgulloso de ti, ¿sabes?

— ¿Solo orgulloso? —sonrió robando mi aliento.

—Y enamorado como un demente —dijo con otro beso en mis labios, miró a la bebé que había dejado de mirarme a mí para concentrarse en el emocionado hombre que no dejaba de mirarla con admiración. Ella ya sabía que era su padre, Adam le dio un beso en su cabecita y susurró en su oído—: Bienvenida a nuestras vidas, Luna Valentina. Papi y mami te aman con todo su corazón, y vamos a cuidarte siempre.

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