34. Señora summer

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Cara

Esto es de no creerse, pero sí, está jodidamente sucediendo. En cuanto las luces se apagaron salté a los brazos de Adam, por lo que en estos momentos me encuentro en mitad de la oscuridad, asustada y nerviosa, con mis piernas abrazando sus anchas caderas y mis brazos apretando su cuello como si hubiese un monstruo que amenaza con llevarme y él fuese el único cual puede protegerme. Estúpido lo sé, mas, tengo en mi contra que temo mucho a la oscuridad.

No me gusta hablar del asunto porque si algo odio es parecer débil ante los demás. Abrirme ante mis miedos e inseguridades es algo que no es muy parte de mí, pues soy demasiado orgullosa para eso; quizás más de lo que debería ser una persona, pero desde que era una chiquilla he dormido con una pequeña luz en mi mesita porque no tolero que todo a mi alrededor se torne tan negro, detesto la oscuridad de la noche y cuando era más chica y se iba la luz en las noches como ahora, eran mis momentos favoritos para meterme en la cama del abuelo o en la de mis padres cuando estaban vivos.

Así que pues, el hecho de que esté ahora en los brazos de mi esposo, aun cuando no es mi mayor deseo teniendo en cuenta lo orgullosa que soy, es solo una manera de sentirme segura, y extrañamente así me siento.

— ¿Por qué se ha ido la luz? —pregunto a Adam nerviosa, sin soltar su cuello ni desamarrar mis piernas de su cintura.

—Tranquila, cariño —me dice, con voz calmosa—. Está lloviendo muy fuerte. Es segurísimo que a eso se ha debido una falla en el sistema eléctrico, pero es posible que no tarde en volver la electricidad, calma.

—Más vale. Odio la oscuridad —digo más nerviosa aún, y aunque debería, sin ánimos de despegarme del cuerpo del hombre que me sostiene como si su intención fuera meterme dentro de su carne. Es su idea por cómo me aprieta contra sí.

Escucho una risita suya. Frunzo el ceño.

— ¿Es idea mía o tú te estás burlando de mí, Adam Summer? —pregunto refunfuñona, queriendo ver su rostro pero la oscuridad lo dificulta.

Él vuelve reír. ¿Se está burlando de mí?

—No es eso fierecilla. Es que jamás me imaginé que con ese carácter que tienes le temieras a la oscuridad —comenta, riéndose.

—Todo mundo tiene algún miedo. ¿Acaso tú no tienes alguno? —contesto, brusco.

Dios, su contacto me está afectando demasiado; más de lo que pudiese admitir con palabras. Debo sinceramente y decir que hace unos minutos atrás cuando Adam entró en la cocina, su mano tocando la mía y la manera en que sus ojos me miraron, dándome esa mirada tan ardiente y penetrante, juro que en ese momento una descarga eléctrica se apoderó de mi cuerpo provocándome un estremecimiento que poco faltó para que me desmayara en sus brazos.

Quise huir de la sensación, del calor, de ese deseo enloquecedor que de pronto se ha venido a apoderar de mí, pero la bendita electricidad como si hubiese estado compaginada con algo en mi contra decidió irse en el momento más inoportuno.

—Por supuesto que tengo miedo de algo y es muy grave —me responde luego de unos segundos de silencio—. ¿Te gustaría saber cuál es mi mayor miedo, fierecilla?

Se le ha hecho costumbre llamarme de ese modo, pienso.

—Confiésate —le pido.

—Mi mayor temor es nunca conseguir tenerte, Cara —ok, me lo esperaba—. Apenas puedo con esta necesidad de ti que no deja de crecer dentro de mí. Te has colado tan adentro de mi piel que ya no puedo hacer nada para sacarte de allí, siento cosas, muchas cosas por ti. Y sí, quizás no me merezca que correspondas a mis sentimientos y estoy muy claro de eso, ¿sabes? Sin embargo, por más que lo intento no consigo luchar contra este fuerte sentimiento que me provocas y estás ganas inmensas que tengo de poder hacerte feliz, de hacernos felices, amor.

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