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Alena.

Cuando la voz de Brendon Urie salió de los altavoces de mi teléfono e inundó mi habitación para alertarme de que ya era hora de despertar, yo ya estaba envuelta en una toalla y con el cabello húmedo. Me había levantado una hora antes de que sonara el despertador, porque ya no aguantaba estar acostada mirando el techo. La ansiedad casi no me había dejado dormir, así que cuando vi el primer atisbo de luz solar filtrase por la ventana, salté de la cama con una sonrisota. Había pasado un mes desde que el director había anunciado que Brook y yo nos iríamos de intercambio a Sydney por seis meses, pero fue recién hace dos días,  en mi cumpleaños 17, cuando todos entonaban esa estúpida canción que terminé de creerlo, y desde entonces no duermo contando los segundos para subirme al avión.

Dejé que la alarma sonara mientras terminaba de secarme y me vestía entonando la canción.  Luego de secarme el cabello y enrollarlo en un tenso moño para que mis ondas naturales se formaran mejor y más rápido, comencé a llevar las valijas a la sala de estar haciendo el menor ruido posible.

-Te estás adelantando un poco ¿no creés? Son las 6:30 de la mañana, Ally.

Mi padre envuelto en su vieja bata azul inglés me miraba con una sonrisa adormilada, debí recordar que con su oído híper sensible se despertaría.

-Creo que eso lo saqué de ti -respondí sonriendo, él rió por lo bajo.

-Ven, vamos a llamar a tu madre para desayunar juntos por última vez -dijo y se fue hacia el cuarto, pude ver como su mirada se oscurecía un segundo.

Sabía a lo que se refería, “Una vez tenga la oportunidad de subirme a un avión que me lleve lejos de aquí, no pienso volver. Jamás. Bajo ninguna circunstancia.”, había dicho yo hace tiempo. Portland era hermosa y acogedora, aquí había nacido, crecido, y vivido, aquí tenía amigos fantásticos y una familia unida, tenía oportunidades de estudiar lo que quería y luego conseguir un buen empleo. Pero había una sola cosa que Portland no me ofrecía, y me había atormentado gran parte de mi vida… un sentimiento de hogar, de pertencia. Estaba determinada a recorrerme el mundo entero si eso era lo que hacía falta para encontrar ese lugar que me hiciera sentir como que realmente debería estar allí y cuando lo encontrara, no pensaba dejarlo nunca.

Ahora, parada en la puerta de mi casa, mientras le doy un abrazo a mi madre que contiene las lágrimas y mi padre ayuda al taxista a cargar mis cosas, no puedo evitar sentirme mal por ellos, así como por el resto de mis seres queridos, pero aun así no cambio de idea, aunque el pensamiento de no volver jamás se hace cada vez menos radical. “Tal vez en Navidad”, pienso pero no se lo digo a ellos, no quiero darles falsas esperanzas.

El taxista vuelve a su lugar y mira hacia nosotros y asiente sonriente. En mi mente agradecí que nos diera un momento para despedirnos, ya que por mi propia decisión, nadie además de Brook irá conmigo al aeropuerto. Me despedí de mis amigos en un almuerzo de despedida organizado por Brooklyn en su casa y del resto de mi familia en una cena la noche anterior. Quería evitarme el dolor a último momento, el subir al avión sabiendo que ellos están allí abajo viéndome ir para quizás nunca más volver, no tener que imaginar la tristeza de mis padres volviendo a casa caminando, solos, en silencio.

Mamá me suelta con dificultad de su agarre y mi padre me sostiene fuertemente en sus brazos, como si quisiera impregnarse de mí. “Vuela lejos, mi pequeño mirlo”, me susurra al oído antes de soltarme y siento que todo dentro de mí se rompe.  Les regalo mi mejor sonrisa, les digo que los quiero y subo al taxi deslumbrante. Pero cuando el conductor puso el vehículo en marcha y dejamos atrás a mis padres con sus manos danzando de un lado a otro en el aire, todas mis emociones, alegría, melancolía, ansiedad, colisionaron y yo rompí en llanto.

 Brooklyn.

Alena y yo llevamos siendo inseparables desde pequeñas solo que nadie nunca pudo explicarse por qué. Recuerdo perfectamente a las dos en el salón del Jardín de Infantes, jugando, y recuerdo cuánto insistía todo el mundo en molestarla y cómo debía reaccionar yo cuando eso ocurría. (Ok, una vez terminé con una ceja cortada por el canino de un niño de cuatro años, pero todo lo valía si era por ella)

El tiempo pasó y ambas maduramos. Ally se volvió una rubia resplandeciente con mirada y rostro angelical y yo, bueno yo me aparté de la parte angelical. En cuanto la secundaria inició, comencé a usar muchísimo maquillaje, tacones y accesorios de todo tipo. Esto provocó un repentino aumento en las propuestas masculinas para salir que pronto y como era de esperarse, me forjó una reputación. El verdadero secreto es que en realidad rechacé a casi todos ellos, a la gran mayoría. No puedo decir que ninguno me pareció atractivo o que no captaron mi atención pero no importaba si existía una fila de ellos a mis espaldas, yo siempre miraría a uno solo, justamente al peor.

No pienso gastar mi tiempo hablando de él porque todos mis amigos e incluso algún que otro integrante de mi familia han luchado por convencerme que ni gastar el tiempo para demostrar al resto del mundo la porquería de persona que es puede perdonar el daño que me ha hecho así que me limitaré a levantarme de esta cómoda y mullida cama y simplemente caminar hasta el baño para tomar una ducha.

Volteo mirando al reloj de mesa y descubro que solo faltan cuarenta minutos para la hora de encuentro con Ally en el aeropuerto lo cual por cierto coincide con el rato que paso en el baño cuando me ducho y es que no importa cuánto quiera apresurarme, simplemente termino gastando mucho más del tiempo que preví.

Dejo todo hecho un chiquero a mis espaldas y lucho por recordar cuál de todos los conjuntos había escogido la noche anterior para marcharme a Australia por seis meses. Entonces caigo en la cuenta de que no estaré en esa perfecta habitación por todo ese tiempo, en que no veré a mi madre ni tampoco a mi abuela y de que mi padre apenas pudo venir a despedirse porque trabaja en otra ciudad y nos vemos cada tanto. Sé que Ally ha ansiado algo así toda su vida pero esa no soy yo, Brooklyn es y será esa muchacha hogareña que espera durante el día para llegar a casa y leer frente a la estufa, que quiere viajar y conocer pero jamás abandonar su patria.

Una lágrima recorre mi mejilla mientras me pongo los zapatos de tacón aguja negros y me subo la cremallera del vestido rojo pasión. Finalizo con labial color y sabor frambuesa y algo de rímel y delineador líquido en los ojos. Luzco atractiva con mi cabello rojizo cayendo por mi espalda en enormes ondas y por primera vez en casi un año, veo una luz de esperanza al final del camino.

Para mí, desde mi reputación, todo ha sido oscuridad. No es que me desagrade ser popular pero en ciertos días preferiría pasar desapercibida tal como Ally lo hace. Ella siempre ha tenido la oportunidad de salvarse de este mundo y sociedad de mierda y constantemente la aliento a que lo haga ya que para mí, no hay esperanzas.

Salgo al exterior y me encuentro a mi madre y abuela con un hermoso bolso negro en los brazos. El típico con el que me vuelvo loca, aquel que lucho por tener porque mi mentalidad de taurina materialista no me exige nada más que eso.

-Bonito bolso- comento haciéndome la tonta

-Esperemos que las australianas piensen igual- me sonríe mi madre que sigue vestida con su pijama, tan humilde como siempre, y me abraza como su fuese el último día que me ve

-Cuídate mucho cariño- se acerca mi abuela y acaricia mi cabello- Sé que tienes dieciocho desde mayo pero eso no hará que dejes de ser mi niña

-Lo sé- asiento como si intentase convencerme de algo de inocencia existente en mí y tras saludar con la mano rápidamente, me preparo para lo peor.

Una nueva realidad la cual, enfrentada o no con mi mejor amiga, será desconocida y con nuevos peligros. Nueva gente a la que tratar, probablemente un grupo social y otro bastante desagradable al cual quitarme de encima y demasiado por descubrir.

Hola Australia, hola nueva vida, pero siempre la misma yo. 

The WEIRD KidsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora