XVIII

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Alena.

La brisa fresca se había empeñado en luchar a muerte con mi cabello, convirtiendo mis ondas en un completo desastre y, dos por tres, tapando mi campo visual y entorpeciendo mi andar.

De haberme encontrado en cualquier otro momento de mi vida, de seguro estaría maldiciendo a toda voz, pensando en lo trabajoso y, sobre todo doloroso que sería cepillarme el cabello cuando volviera al hotel, reflexionando sobre la ironía de que me gustara el viento pero que a su vez me molestara tanto.

Pero en esta Alena repentinamente renovada no había lugar para malas palabras, pensamientos pesimistas ni mal humor. En este preciso momento de mi  vida hay solo algo… o mejor dicho, alguien, que ocupa cada pensamiento, cada momento, palabra, aroma… alguien con los ojos más hermosos que hubiera visto en mi vida.

Era como si desde que nos besamos Ashton había dejado su rastro en mi. Todo, absolutamente todo estaba conectado con él de una forma u otra, incluso recuerdos o hechos en los que él ni siquiera había estado presente. Como aquél chico que golpeteaba su pupitre en clase esta mañana o encontrarme pensando en que dada su pasión por los espaguetis, amaría la receta especial de mi padre. Eso sin contar la cantidad de veces que había reproducido Chasing Cars en mi teléfono y revivido una y otra vez la escena en mi mente, como una tonta.

Entonces, y a menos de una cuadra de su casa, caigo en la cuenta de que eso es lo que soy, una tonta. Después de todo, había sido solo un beso ¿no? Quiero decir, Ash se había mostrado súper especial conmigo, y podré ser ingenua, pero me daba cuenta de que estaba interesado en mi pero… por más que me doliera admitirlo y por más que quise reprimir la maldita perra realista que suelo ser, eso no aseguraba que había algo más de su parte.

Sí, yo estaba segura de que estaba encantada con él, de que era hermoso, y tenía una personalidad encantadora y que podría perderme en sus ojos hasta la eternidad y que había sido el beso más maravilloso de la historia. Pero siendo totalmente objetiva, hasta eso podría ponerse en duda. ¿Qué sabía yo de besos? ¿Cómo podría compararlo con otros si… si no existían otros? ¿Y dónde quedaba Michael en todo esto? Si es que realmente Ashton era tan especial ¿por qué  Mike tenía aquel efecto tan embriagador sobre mi? ¿Por qué cada vez que se callaba y se autoexcluía en su bruma de misterio tenía la necesidad de acompañarlo en su soledad? Y la última pregunta antes de presionar en timbre: ¿Cómo es posible haber estado sumergida en semejante estado de felicidad y ahora sentirme tan incómoda en mi propia mente?

Ding dong, correteos y uno de los niños más tiernos del planeta (después de mis adorables primos) abre la puerta. Harry me saluda con un cálido abrazo que me tomó por sorpresa al igual que la otra tarde cuando me despedí luego de que Ashton y yo jugáramos con él. Su habilidad de demostrar cariño era impresionante. Lo saludé en un intento de ser tan cariñosa como él, despeinándolo y haciéndole unas cosquillas, y, luego de conversar un poco sobre el nuevo episodio de Hora de Aventura, estrujé una de sus mejillas y me excusé para seguir el estruendo de las baquetas que provenía del garaje.

Hubiera conservado aquella imagen en un marco de oro para siempre, o mejor, si hubiera podido hubiera grabado la escena para verla una y otra vez cada día de mi vida. Había visto a Ashton tocar la batería antes en los ensayos, con su cara de felicidad y concentración, cerciorándose de que tanto él como los otros llevaban el ritmo a la perfección, pero lo que tenía delante de mis ojos en ese momento no se comparaba en absoluto con aquello.

Sin siquiera haber una pista de música de fondo que lo respaldase, aporreaba la batería con pasión, como si su vida dependiera de ello, como si en su mente escuchara la música, los gritos de la gente. El cabello se le pegaba a la frente pese a que allí no hacía nada de calor, la mirada perdida con los ojos a punto de sacar chispas, los musculosos brazos tensionados, los pies marcando el tiempo. Era un rey furioso en su trono, un dios del rock escapado de mis más recónditas fantasías. Se salía de sí, brillaba, quemaba como el Sol del verano más cruel. ¿Cómo ser inmune a alguien así? No podía culparme.

The WEIRD KidsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora