III

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Alena.

Apenas bajé del avión lo sentí. Allí, en mi pecho, algo que antes no había estado y que parecía extenderse por todo mi cuerpo, desde los dedos de los pies, hasta los lagrimales, produciéndome unas extrañas ganas de llorar que controlé con dificultad. Mientras hacíamos la fila para poder recoger las maletas de la cinta miré mi reloj que marcaba las 3:00 am acorde a la hora de Portland y al actualizar mi reloj a la hora que marcaban todos los relojes del aeropuerto (las 8:00pm) me dije a mi misma que esa sensación no podía ser otra cosa que el cansancio por 18 horas de vuelo.

Miré a Brook a mi lado y de inmediato me contagié de su enorme sonrisa. ¿Qué importaba el cansancio? ¿Qué importaban las 18 horas de vuelo y la maldita escala en L.A.? ¡Estábamos en Australia!

Cuando bajamos del taxi y llegamos al hotel, nos dirigimos como pudimos a la recepción. Brook cargada de bolsas de compras del shopping del aeropuerto y yo sin despegar la cámara de mi mano, recolectando imágenes de incluso las cosas más insignificantes.  Dimos nuestros nombres a la chica de recepción quien esbozó una sonrisa al instante y dos botones, uno de ellos, según Brook, con un trasero espectacular y otro de acento hispano, nos acompañaron hasta el ascensor de paredes brillantes llevando nuestras maletas.

Luego de que las puertas se abrieran y saliéramos del ascensor desconcertadas a un piso donde no había aparentemente nada más que unas escaleritas blancas  en caracol, el botones del trasero envidiable (porque ahora mirándolo bien, me di cuenta que Brook tenía razón y que me gustaría tener unos glúteos tan bien formados) se apiadó de nuestras expresiones de desconcierto y dijo:

-Ese es el pent-house, señoritas.

-¿P-pe-pent-house? -pregunté, aquello parecía ser una mala broma, como cuando te emocionas porque tu ídolo te sigue en Twitter y terminas dándote cuenta que es una cuenta falsa.

-Sí -rió el chico- ¿no lo sabían?

-¡POR DIOS ALENA TIENES QUE VER ESTO! -sentí gritar a Brook cuando iba a contestar. Ni siquiera la había visto correr hacia allí. Hasta en eso éramos opuestas, ella ya estaba corriendo hacia la aventura mientras yo la analizaba un poco. -¡VEEEEEEEEEEEEEN! -volvió a gritar y no pude evitar reír.

Debo admitir que lo que vi me tomó por sorpresa, no lo imaginé cuando vi al lujoso hall principal del hotel decorado en tonos dorados, por los uniformes de los botones en excelente estado, ni siquiera cuando había oído al botones decir pent-house.

Lo que había frente a mis ojos parecía sacado de uno de mis sueños agridulces donde yo era una rica y amargada escritora que vivía resignada en Manhattan trabajando como editora para una tonta revista de modas, donde lo único que reconfortaba era mi hermoso departamento, las visitas de Brook, la compañía de un buldog francés llamado Sherlock y cinco vasos de escocés al día. 

Recorrimos el lugar dando brincos como chiquillas cuando los botones se fueron sonrientes con su propina. Había una pequeña sala de estar con sillones bastante cómodos y un gran televisor, un comedor enorme,  una cocina con una mesada espléndida y un desayunador con cuatro butacas, una habitación con dos camas de plaza y media y un enorme closet que -Brook podría llenar sólo con su ropa si se lo propronía-, un baño extremadamnete lujoso y una preciosa terraza con sillones de rattan, una mesita redonda de vidrio y una vista de Sydney como para enviar en una postal.  Todo era simple, funcional y lujoso, decorado con el mejor estilo minimalista en tonos beige, blanco y algún que otro detalle dorado, como el resto del hotel.

-Es como un sueño ¿no lo creés? -le dije a Brook mientras devorábamos nuestra cena sentadas en el desayunador. Luego de inspeccionar cada detalle del lugar cada una había ordenado la que sería su pieza y llamado a sus familias,  y luego de bañarnos y ponernos nuestros cómodos piyamas, habíamos pedido servicio a la habitación. Tenía tanta hambre que casi abrazo al chico del acento cuando lo vi detrás de la puerta con la comida.

The WEIRD KidsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora