Mi novia

1.6K 119 131
                                        


     Estaba tan nerviosa como si fuera su primera vez, deduzco que son por temor a acabar ser descubiertos de nuevo y estar separados nuevamente. Por mi parte, yo intentaba liberarme de esos miedos debido a la suerte del día que hemos tenido juntos, por eso era mejor para ambos aprovecharlo antes de que pase otros meses o incluso años antes de volver a tener nuestros encuentros íntimos.

   La llevé hasta la terraza, jamás nos podrían encontrar en aquel sitio, en nuestro nido secreto. La deposité suavemente en el sofá y me acerqué hacia la puerta para cerrarla.

—Estoy tan nervioso como tú —le confesaba mientras cerraba la puerta. —Podría ser nuestra última vez, prefiero no pensar en eso y hacerlo que vivir toda la vida sin verte nuevamente.

   No necesitaba palabras, los ojos de Marinette me habían expresado la misma sensación que yo pensaba; mejor estar ahora que podemos o distanciarnos por meses hasta la Semana de la Moda. Después, no perdimos más tiempo, la fui besando con pasión recostándola en el sofá.

   Me quité mi cazadora y mi poler y continué besándola. Mis labios recorrían su cuello, mi lengua no evitaba saborear su piel, hasta que me detuve nuevamente en sus labios y usé nuevamente mi lengua, esta vez, para abrirle su boca e introducirla en ella, y su lengua comenzó a moverse junto con la mía.

—Eres mi adoración —susurraba cuando me separé de ella, respirando por la falta de aire por nuestros besos.

   Al volverla a besar, le fui quitando con lentitud su chaqueta, sintiendo la suavidad de sus hombros sobre mis dedos hasta que se deslizó fuera de sus brazos; mis manos regresaron por el mismo camino, subiendo por sus brazos hasta sus hombros descubiertos. En cuanto besé uno de sus hombros, escuché a Marinette soltar un pequeño jadeo, cuando besé el otro hombro, una de mis manos se deslizó por debajo de su cintura, llegando a su espalda y subiendo por arriba del vestido hasta donde estaba el cierre.

—Espera —me detuvo Marinette.

—¿Qué sucede, mi amor? —le pregunté.

—Quiero que estemos a la par.

   Entiendo, en cuanto se quite el vestido quedará en ropa interior y yo seguiré en pantalones. Quería estar a la par; sonriendo de lado, fui a complacer a mi nínfula quitándome los pantalones, no sin antes sacar un paquete de condón que estaba guardado en uno de los muebles de la terraza. Había guardado algunos con anterioridad por aquellos encuentros que habíamos tenido en secreto y los dejaba en aquella terraza para casos como estos, cuando se había convertido en nuestro sitio íntimo y secreto.

   Ahora ambos estábamos en ropa interior.  

   Ella llevaba puesto una ropa interior rosa. El escote de su brasier tenía unos encajes que la hacía lucir, ante mis ojos, muy sensual; una belleza que sólo mis ojos podrían admirar.

—¿Vas a quedarte ahí admirando la vista o me harás el amor? —musitó ella.

—Podría quedarme a verte por horas —bromeé sentándome a su lado.

   Mientras la besaba, le iba quitando con lentitud su brasier hasta dejar los pechos al descubierto, mis labios iban descendiendo hasta su  quijada y cuello, con la punta de mis dedos le rozaba su espalda, podía sentir la suavidad de su piel. La recosté en el sofá sin dejar de mirar como brillaban sus ojos y le sonreí.

   Una de mis manos se deslizó de su hombro hasta su pecho, le acaricié uno de ellos. Olvidaba los suaves y pequeños que eran.

—Gabriel... — la escuchaba entre sus jadeos mencionarme.

Nínfula ParisinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora