Entre él y ella

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     Miraba al techo, ya estamos al principio de febrero y no sé nada de Marinette, la extraño tanto y en mi interior siento que ella también me extraña a mí. Por más que intenté volver a contactarme con ella, fue en vano y solo podía dedicarme a esperar a que lograra comunicarse o enviarme algún mensaje.

   Lo único que pude recibir de ella antes de que empezara febrero, fue una canasta con mandarinas que seguramente me envió de regalo sin que su padre lo supiera, es la única explicación que tendría mientras me comía una de las mandarinas de la canasta.

   No puedo decir que yo también me quedé atrás con el envío de regalos, en el día de San Valentín le envié una carta escrita con mi puño y letra, esperando a que pudiera leerla. Le redacté cuanto la extraño y mis deseos de verla sin importar cuanto su padre nos distancie, buscaré la forma de regresar con ella.

«Por favor, que la carta llegue a sus manos» rezaba mentalmente.

   Mantenía mis deseos y mis pensamientos a que ella recibiera la carta y la leyera, imaginaba lo feliz que se sentiría al saber todo el amor que le daba escrito en ese papel.

   Habían pasado semanas y nada que tenía respuestas de Marinette, temía que su padre hubiera descubierto la carta y la hubiera roto en pedazos. Ojala no hubiera sido eso, pero la falta de respuestas de Marinette me va preocupando cada día más. 

  Estás ansias por ella me van a poner peor.

   Mi hijo era como un ser invisible ante mis ojos, casi no lo veía. Si así era como él debía sentirme todas las veces en las que no lo veía era en verdad una amargura.

«¿En qué clase de padre me he convertido?» pensaba lanzando un suspiro observando la ventana de mi habitación.

   Emilie seguramente estaría avergonzada de mí por el comportamiento que he estado teniendo con nuestro hijo.

    Ya hasta parecía que estaba olvidando como era, hasta que, con discreción, salí en el auto junto a mi chófer y Joel a mirar como entraba y salía de la escuela, igualmente con Marinette. Me siento un poco egoísta al hacer esto cuando sólo pensaba en ver a mi hijo; el aspecto de ella me daba ganas de llorar, estaba más pálida, se caía mucho camino de la escuela a su casa, y yo no deseaba que ella siguiera así, incluso puedo asegurar que su mejor amiga pensaba lo mismo que yo cuando fue a ayudarla a levantarse, parecía una muñeca de trapo a la que han descuidado. 

   Si tan sólo pudiera hacer lo mismo y poder ir tras ella, ayudarla a levantarse, abrazarla y besarle nuevamente, darle aquellas fuerzas que ella necesita con muchas ansias y no puedo hacerlo, mientras esté sin poder mover las piernas, no puedo hacer nada.

  «Maldita sea » y me di un fuerte golpe en mi pierna derecha con mi puño apretado.

   Y el estar allí sentado en un auto observándolos no me dejaba en una buena situación, la gente que pasaba alrededor podría comenzar a sospechar que hay alguna especie de acosador frente a la escuela, incluso los demás jóvenes que entraban y salían comenzaban a mirar hacia donde estaba con curiosidad sin reconocerme debido a mi rostro escondido por la ventana ahumada. Así fue como dejé de ir a la escuela para evitarme problemas de ser llamado un acosador.

—¿Cuántos metros de tela desea, señor?

—El doble de lo que siempre ordeno para hacer un vestido.

—Nunca antes había pedido tantos metros.

—Estoy preocupado —le confesé. —De que ésta vez pueda equivocarme.

   Nathalie me miró por unos momentos como si estuviera intentando leer mis pensamientos. Ella me conocía bien, en todo mi trabajo había perfección, decir que temía cometer un error implicaba que algo andaba mal en mí.

Nínfula ParisinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora