El camino correcto, sin traiciones

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     Lo mejor sería ver a Audrey y terminar con esto de una vez, ella lo tiene que entender, ya no puedo ser su amante, no importa lo que pueda hacer para amenazarme, ni lo que use para el chantaje, ya no le quiero seguir haciendo más daño a mi nínfula.


—Estoy aquí, como lo prometí.

   Audrey me miraba de forma lujuriosa mientras se iba acercando a mí. No debería de estar haciendo esto, pero debo pagar mi deuda con ella si no quiero que se descubra nada, ya estoy muy cerca de la fama y llevo casi unos meses de casado, lo que más temo es que Emilie se entere de esto.

—Júrame que lo que hagamos aquí nunca saldrá de nuestras bocas —supliqué cuando Audrey me iba desabotonando mi camisa.

—Si eres tan bueno en la cama, valdrá muy bien mi silencio.

   Habían pasado varias horas después de que terminé en esa enorme cama de la suite con Audrey. No podía dejar de mirar el techo, sintiendo un nudo en la garganta por lo que hice, aunque no podía negarme para mis adentros, que me gustó hacerlo con Audrey.

—Te llamaré para repetirlo —soltó Audrey mientras se levantaba de la cama para ir al baño. —Eres increíble en la cama, Gabriel. Ahora cumpliré mi parte del trato si continuas siendo mi amante.

—¿Cuánto tiempo? me atreví a preguntar.

   Ella no me contestó hasta que volvió a la cama, vestida con una lencería de color negro.

—Nunca te lo voy a responder. 

   Sin embargo, yo la abandoné después de dos años. Por más que intentó convencerme para que volviera, le fue imposible cuando a los años siguientes tuvimos nuestros hijos y nuestros trabajos nos mantuvieron ocupados. Nunca le pude dar el beso para sellar el fin de nuestra relación, la distancia nunca nos dejó y el apego de Emilie hacia mí me hicieron olvidarlo. Entre más lejos se había puesto Audrey, más lo olvidaba, nuestra relación se volvió más profesional y ella ya no volvió a tomar el tema de ser amantes por el cariño que le tenía a Emilie.


     Al llegar a la suite, me tensé un poco, pero cuando me vino a la mente el rostro de Marinette y oler la flor que me había arrojado, mi valor inundó mis venas y caminé directamente hacia Audrey Burgeois y me senté en su sofá.

—Llegas tarde.

—Audrey...

—No importa, aún tenemos toda la noche para hacerlo, no tienes a nadie esperándote en tu mansión, y a tu hijo no le importará lo que hagas.

   No podía hablar, ella me estaba callando con los besos que me estaba dando. Como una manzana tentadora, estaba de nuevo por caer en ese pecado, en las delicias de sus labios y el sabor del toque de su piel.

«Marinette, perdóname».

   Y allí volvió a mis pensamientos, el rostro de mi nínfula con la profunda tristeza en que me había mirado, todavía llevaba la flor en mi mano que estaba perdiendo su hermosa forma por el apretón que estaba dando. No puedo, tengo que ser fuerte, tengo que evitar que Audrey me siga tocando.

—Detente, Audrey. No puedo...

   Ella no parecía prestar mucha atención, ni siquiera cuando me estaba desabotonando la camisa, hasta que tuve que detenerla tomando sus manos con fuerza.

—¡Ya basta! ¡No voy a ser tu amante! —exclamé.

    Finalmente me miró de una manera sorprendida, parecía que mi comentario la había despertado de una hipnosis que la mantenía ignorada de nada que no fuera empezar con su ritual para desnudarme.

Nínfula ParisinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora