Bienestar entrelazado

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   Tres gatitos sin nombre, que necedad el no darme cuenta que Booga era hembra. De haberlo sabido, la hubiera castrado.

   La parte más complicada, fue conseguir un sitio adecuado para que pudieran estar los cuatro donde siempre pudiera verlos.

   Mientras tanto, los coloqué en mi oficina, estarían allí, temporalmente. Yo estaría trabajando en los diseños de mi nueva línea de joyería y podría echarles un vistazo, no volvería a perder de vista a Booga nuevamente, ni tampoco pienso hacerlo con sus gatitos.

—Señor —interrumpió Nathalie, entrando en la oficina. —Tiene una llamada en la línea.

   Lo que me decían por teléfono me dejó atónito ¿Cómo era posible que en la sesión de modelajes la señorita Burgeois no haya podido asistir? Debería de saber que desfilar no sólo se trata de caminar en una pasarela, si no lo hace de la manera adecuada, podría arruinar la perfección de mi desfile en la Semana de la Moda, y ya solo faltan siete semanas para el evento.

«Si no fuera la hija del alcalde. Tal vez no sea muy tarde para razonar con él y entienda la importancia del evento y lo que convendría la publicidad».

   Tamborileo con mis dedos la mesa, la solución no es tan fácil, podría hasta perder mi carrera con sólo una proclamación del alcalde. Suspiro, la mejor solución, es pedirle a mi hijo de convencerla de tener un poco de consideración con las sesiones de modelaje, si quiere desfilar con Gabriel, debe hacerlo a la perfección. Su ego no arruinará el mayor de mis desfiles.

   Los gatitos comenzaban a maullar, por curiosidad, observé como Booga les pasaba la lengua por sus cabecitas mientras ellos intentaban alimentarse. No pude mirar más, tenía un dolor interno en el pecho en cuanto los vi.


—No está del todo curado, señor Agreste —me comentó el señor Fu. — Es muy difícil, hay que arrancar la raíz desde el fondo y eso, está fuera de mis capacidades.

—¿Quiere decir que no voy a poder curarme?

—Puede, pero sólo por usted mismo —me empezó a explicar. —No lo deje dentro, trate de liberarlo.

   No lo comprendía, apaciguar el dolor por mí mismo ¿Cómo podría hacerlo, si no sé cómo hacerlo? Ahí fue, donde, recordé lo que me había dicho la madre de Marinette, yo pude completar su curación gracias a mi presencia.

    De sólo pensar lo que te tenía que hacer, me daba miedo, por Marinette. No deseo abrirle más la herida, mas nunca pasó por mi cabeza cómo se sentiría después de casi seis meses.

«Sólo así podré curarme por completo».

   Le envié un mensaje de texto a Marinette, pidiéndole que viniera a mi hogar cuando pudiera. En cuanto terminé de redactarlo, suspiré, lo único que espero es estar en lo correcto.


—Si no fuera por mi madre, que está con mi padre en el cine, no estaría aquí.

   Mi nínfula, como alegras mi corazón al verte nuevamente, verte allí, entrando en el vestíbulo, llenabas la atmósfera con una energía llena de armonía. Me acerqué a ella, cuando terminó de entrar en el vestíbulo, me agaché a su altura y la besé, no había podido resistirme ante el hecho de tocar sus labios, y no me importaba si Nathalie nos estaba observando, me olvidé un momento de su presencia, la recobré cuando me separé del beso que le había dado a mi nínfula.

—Te extrañé —le dije.

—También yo. Me alegra ver que te encuentras mejor.

—Ven a mi oficina, hay algo que debo mostrarte.

Nínfula ParisinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora