XXXI. Ultimátum

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*¡Hola! Estoy de regreso con un capítulo más. Vamos a empezar a acomodar el relajo que se ha armado jajajaja, este es el primer capítulo para que entendamos qué pasó en realidad así que... Veamos dónde terminamos.*

DISFRUTEN SU LECTURA...


Florencia sólo la abrazó. –No lo vas a perder... sólo es cuestión de que digas la verdad, Inés.

–No es tan sencillo –con la voz entrecortada–, el daño ha sido más grande de lo planeado y dudo que él lo entienda fácilmente.

–Quizá... quizá no entienda las cosas cuando se lo digas pero después de meditarlo y de que deje que su cabeza se enfríe, la historia tomará su curso de nuevo.

–El problema no es sólo ese, Flor... –suspiró– yo no tengo cómo arreglar esto porque he perdido la única prueba que me aseguraba su libertad y sin eso... sin eso lo voy a condenar –agobiada.

–Inés... con ponerte así no vas a solucionar nada y lo sabes. Lo mejor que puedes hacer en este momento es decir la verdad, mentir ya no tiene caso y sólo lo va a complicar cada vez más, ¿no crees?

–Sí... lo sé pero decir la verdad terminará con todo lo que estaba comenzando.

–No estabas comenzando nada, Inés... todo lo que según tú ibas construyendo tenía su cimiento en mentiras y al final se iba a destruir.

Inés la miro con los ojos aguados y la abrazó. Florencia correspondió al abrazo y trató de consolarla.

–Es mejor que nos vayamos –se separó y se limpió las lágrimas–, pues me espera un día difícil por delante y todavía necesito ponerte primero en un lugar seguro para poder hacer lo que tengo pendiente.

Tomaron las maletas y salieron rumbo a la propiedad que serviría de resguardo para Florencia y quizá, muy pronto, como hogar de Inés por igual.

*Delegación*

Después de que Lis los hubiera dejado con más incertidumbre que antes ninguno había dicho una sola palabra. Nadie sabía qué terreno estaba pisando y tenían miedo. Sí. Miedo de perder más de lo que tenían "seguro" hasta ese momento y, principalmente, miedo de no ser capaces de ayudar a Victoriano a salir de semejante problema.

En ese momento, apareció por el umbral de la puerta el idiota que había causado que la bomba estallará y Connie no resistió el impulso de ir hasta él y cachetearlo dos veces.

–¡Eres un malnacido! No sabes cómo lamento que estés tan vacío que no puedas hacer otra cosa que lastimar a la gente que te rodea y que no te ha hecho nada –le espetó con asco.

Héctor la miró con furia contenida. –¿No me ha hecho nada? –Irónico–. Tu padre fue el causante de mi desgracia y de alguna forma tenía que pagarlo. Él solito me dio las armas necesarias.

–Ojalá que la vida no deje que te salgas con la tuya –intervino Elisa–, ¡no sabes cómo lamento haberme fijado en ti!

–Dudo mucho que tu petición se cumpla ya que aquí el único delincuente es tu querido Victoriano Santos –con una sonrisa de satisfacción– y yo tendré todo: a mis sobrinos y a mi hijo muy pronto.

–Yo dudo mucho que eso suceda –apareció Lis– pues, por lo menos a tus sobrinos no los vas a tener –con una sonrisa de superioridad–, esos niños sólo serán entregados a su madre.

–¡Eso no puede ser! –Ardiendo en cólera–. ¡Tú qué vas a saber!

–Pregúntale a quien tú quieras, Héctor, pero todos te dirán lo mismo y no sé si tengas tanta suerte como para ver y tener a tu hijo contigo.

Esclava del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora