XLVIII. Cambio de planes

425 33 15
                                    

La habitación se quedó en silencio por unos instantes hasta la aparición de Héctor y el médico con los insumos e instrumentos necesarios.

–¡Dios mío! –Exclamó Héctor al verla en ese estado–, no puedo creer lo animales que fueron.

–Lo importante es que ya está con nosotros y a salvo –señaló Victoriano–, ¿la vamos a despertar?, ¿creen que sea buena idea? –Preocupado.

–El viaje será un poco largo, el barco nos llevará a Atenas, así que sería bueno que ella despierte y nos vea.

–Entonces de ahí habrá que tomar otro comercial a Italia y de ahí a España, donde nos estaremos quedando, ¿no?

–¿España? –Señaló curioso.

–Sí, allá tengo una casa donde vivían Carolina y Santiago, podremos quedarnos un tiempo en lo que se calma todo, con los papeles falsos será más fácil evitar que nos pueda rastrear Loreto –señaló Victoriano.

–Me parece una idea prudente –indicó el médico–, en este momento hay que proteger nuestra identidad y nuestro camino.

–Bueno, entonces hagámoslo de esa forma –acordó Héctor.

El médico se acomodó para colocarle el suero y suministrarle el medicamento correspondiente para despertar a Inés.

–Tal vez tarde unos minutos en reaccionar, pero ya es cuestión de tiempo –les sonrió–, los dejo solos con ella, cualquier cosa estaré allá afuera.

–Gracias.

Ambos se sentaron junto a ella, uno en cada lado de la cama, contemplándola mientras conversaban.

–¿Crees que logremos salir ilesos? Me parece extraño que todo haya sido tan sencillo.

–Sin duda las cosas no pueden ser tan fáciles y mientras no estemos "a salvo", el peligro sigue latente.

–Pero ese hombre realmente es un idiota, quizá pierda la cabeza cuando note lo ocurrido, pero no creo que pase a mayores.

–No lo sé, Héctor, efectivamente Loreto es un idiota, pero no es tonto, dudo mucho que esto sea todo, a mí se me figura que apenas destapamos la caja de pandora.

–Seguramente –se escuchó decir a una débil Inés.

Ambos giraron la mirada hacia ella quien emocionada los miraba.

–Mi amor –atinó a decir Victoriano besando su mano–, ¡estás despierta!

–Y tú estás aquí conmigo –sonrió emocionada–, ¿por fin eres libre? –ilusionada.

–Sí, mi vida –le sonrió emocionado–, soy libre y completamente a tus pies –declaró.

Ella lo miró enamorada. –Estaba rogándole a la vida verte una vez más antes de morirme.

–¡No digas tonterías! –Le exigió Victoriano–, tú vas a ser eterna –enamorado– y vamos a ser muy felices juntos con nuestros hijos.

–A mí también me da gusto verte bien –intervino Héctor sonriendo para hacerse notar.

–Héctor –le sonrió–, definitivamente esto es obra tuya –refiriéndose a la libertad de Victoriano.

–Eso fue trabajo en equipo, quien arriesgo todo fuiste tú, además, ¿a qué me mandaste a México? –Intervino Héctor sonriendo–. Yo fui a hacer lo que me pediste y mira la sorpresa que nos diste después, ¿cómo te sientes?

–Me duele todo el cuerpo, pero haberlos visto me ha dado mucha tranquilidad, me siento segura.

–Pues no podemos cantar victoria aún –señaló Héctor–, primero tenemos que llegar a nuestro destino por completo –señaló preocupado.

Esclava del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora