XLII. ¿Dónde está Inés?

511 44 13
                                    

*¡Hola! Nos acercamos cada vez más al final de la historia, ¿qué creen que suceda ahora? Espero disfruten un capítulo más.*

–¿Cómo estás?, ¿cuántos años sin vernos? –Sacó un arma–. ¿Me dejas pasar? –Le apuntó en la frente mientras reía con cinismo.

Ella tragó en seco caminando hacia atrás muy nerviosa mientras él ingresaba. El resto se alertó.

–Miren nada más, ¡me he ganado premio triple! –Celebró Osvaldo al ver al resto–. Pensé que sería mucho más difícil, pero veo que no, fueron demasiado estúpidas todas, principalmente tú –viendo a Inés.

–No te tengo miedo –espetó con asco.

–Deberías, querida, esta vez vengo por ti para llevarte conmigo al infierno si es necesario –sentenció con frialdad– y lo mejor de todo es que me ha mandado mi hijo –sonriendo–, Loreto quiere ser feliz con su esposa y yo soy un padre muy amoroso, que quiere verlo feliz.

Bernarda y Paulina se miraron muy asustadas, ese hombre era capaz de todo, hasta de matarla. Inés sintió un balde de agua fría con eso.

–Osvaldo, no es necesario que hagas esto, podemos llegar a un acuerdo...

–¡Cállate! –Le pegó un cachazo haciéndola caer–, parece que has olvidado que yo no soy tan suavecito como el idiota de Loreto y que ya conozco tus tretas, no voy a caer tan fácilmente como tú crees.

Inés se quedó congelada, ese golpe había sido sin motivo, nada lo había provocado realmente. Ese hombre estaba loco. Le quedaba claro que el escenario no sería nada favorecedor para ella en esta ocasión.

–Papá... por favor –suplicó Paulina–, dinos qué es lo que buscas...

–¿Eres estúpida o te haces la estúpida? –Con asco–, vengo por ella –señalando a Inés.

–No te la puedes llevar –se atrevió a retarlo–, ella no te ha hecho nada, por favor, déjala ir.

–Ese es un tema que no pienso discutir contigo –sonriendo con malicia hacia Inés–. Tú, vendrás conmigo, por las buenas... ¿o por las malas?

Por la cabeza de Inés pasaron miles de pensamientos, pero no pudo articular una sola palabra. Estaba asustada. Por primera vez en muchos años se sentía muy asustada.

El teléfono sonó.

–Ni se te vaya a ocurrir intentar contestar esa llamada –advirtió apuntándole con el arma.

Inés tragó en seco, seguramente era su hermano. Quizá esa sería su única oportunidad de pedir ayuda y dadas las circunstancias, tenía que intentarlo.

Corrió al teléfono y levantó la bocina. Un disparo cortó en el aire y se escuchó a Bernarda forcejear con Osvaldo con la ayuda de Paulina. Ambas le estaban comprando tiempo.

–Bueno, ¿Héctor? –Agitada.

–Inés... ¿estás bien?, ¿qué se escucha de fondo? –Angustiado.

–¡Te voy a matar, maldita zorra! –Se escuchaba gritar a Osvaldo.

–Héctor, dime que mis hijos estarán bien con su padre... yo... ¡suéltame, infeliz!

–Inés, Inés ¿qué pasa?, por Dios, contéstame –gritaba desesperado.

–¡Firmaste tu sentencia, estúpida! –Se escuchó un golpe en seco–. Espero que no tengas la ilusión de volverla a ver –sentenció Osvaldo al teléfono y colgó.

*México*

*Delegación*

Héctor estaba arriba de su auto pálido, esa voz no era de Loreto, ¿quién estaría con su hermana?, ¿la habría matado?, ¿sería una trampa de Bernarda y Paulina?

Esclava del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora