XXV. Jugarretas del destino

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¡He vuelto de entre los muertos! No tengo perdón, lo sé. He demorado mucho pero apenas y me da tiempo de resolver todo lo de la Uni a diario así que pido paciencia. Además, no tenía muy clara la línea y eso me complicaba pero creo que encontré el mejor camino. Espero les guste... sé que se quedaron en la llegada de Inés a la celda de esa persona desconocida. Todavía no sabrán su identidad... haremos un pequeño salto de tiempo y después vendrán las respuestas. ¡Espero les guste este capítulo!

DISFRUTEN SU LECTURA...


*Manhattan, Nueva York*

Doña Elena se había marchado entrada la noche de regreso a su casa y Victoriano se había ido a la suya. A la mañana siguiente Victoriano se estaba alistando para ir a su primer día de trabajo cuando decidió marcarle a Inés para desearle un buen día pero, curiosamente, no le atendía el teléfono.

–¡Qué extraño! –Muy pensativo. –Bueno... la buscaré más tarde para averiguar qué pasó anoche y por qué no contesta.

Siguió con su rutina y después de arreglarse se marchó con rumbo a la empresa que lo presentaría con su nuevo jefe.

*Corporativo RH*

Luciano había llegado muy temprano acompañado de los dos pequeños diablillos que no se estaban en paz y que se la pasaban mortificando a cuanta persona podían porque no dejaban de preguntar por su madre. Después de un par de horas, Héctor fue el primero en llegar y no pudo evitar sorprenderse con el griterío de los pequeños.

–¿Qué sucede aquí? –Entrando a la oficina de Cisneros.

–Inés está de viaje y tuve que traer a los niños porque no iba a despertar a tus padres a tan indecentes horas de la mañana para pedirles que los cuidaran –con la mayor calma posible.

–¿A dónde fue mi hermana de viaje? –Desconcertado. –¿Qué se traen ustedes dos? Se supone que llegaste ayer de viaje y ahora se fue ella, ¿tienen problemas, Luciano?

–¡No! No es por eso, Héctor –suspiró–, Inés quiso ir de visita a otro país por unos días.

–¿Con quién?, ¿sola? –Se comenzaba a molestar.

–No... ¡cómo se te ocurre!, se fue con su amiga Eugenia.

–Esa mujer siempre la anda llevando a todos lados y ni siquiera la conocemos –con enfado–, ¿por qué?

–¡Por Dios, Héctor!, ¿te estás escuchando? –Molesto. –Tu hermana no tiene 10 años y tampoco es estúpida, además, por si no recuerdas, ¡es mi esposa y tiene todo el derecho y toda la libertad de hacer con su vida lo que le venga en gana! –Alzando la voz.

–¡Inés se está comportando muy extraña desde su boda contigo y eso no me está gustando! –Enojado.

–No... no te confundas –irónico– lo que no te está gustando es que ya no se encuentra bajo tu control ni bajo tus reglas estúpidas en las cuales no podía salir o hablar con quien le diera la regalada gana.

–¡Seguramente te está poniendo los cuernos con Santos y tú ni enterado estás! –Explotando.

–¡Eres un idiota, Robledo! Estás enfermo y por eso no puedes ser feliz, ¡nunca lo vas a ser si sigues así! –Exaltado. –¿No te has dado cuenta por qué Carolina se fue de tu lado?, ¡por esta actitud machista que tienes!, ¡por esa agresión que siempre presentas! Nadie te pertenece, Héctor. Cada ser es libre y puede decidir hacer con su vida lo que le haga feliz.

Esclava del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora