El mejor regalo de cumpleaños

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—Sophie levántate

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—Sophie levántate. —Sonó una voz como dentro de un sueño. Le parecía estar sumergida en el agua, donde la realidad se ve y se oye distorsionada—. ¿Desde cuándo eres tan impresionable?

Sus pies se movían solos, o eso pensó hasta que se dio cuenta que en realidad la arrastraban hacia el patio del colegio.

El aire fresco fue dispersando las nubes que empañaban su cerebro. Los sonidos eran más fuertes y claros, escuchaba a las aves cantando en los árboles y los motores de los autos a la distancia, incluso su visión fue mejorando.

— ¿Ya estás bien? —Sonó la voz preocupada. Por instinto asintió, recordando poco a poco el motivo de su descomposición.

Levantó la vista a quien le hablaba, podía ver en los ojos de ese muchacho la mirada de Ian, sus facciones eran similares, pero más maduras, hasta podía jurar que tenían el mismo aroma.

Miles de preguntas, reclamos y hasta gritos pasaban a una velocidad vertiginosa por su mente, pero no podía pronunciarlas. De nuevo perdía consciencia de su cuerpo, parecía que hielo intentaba pasar por sus venas y temblaba ligeramente.

—Vamos a otro lugar. —Estaban muy expuestos y no tardaría en salir alguien por el alboroto. La tomó del brazo y sin arrastrarla esta vez la sacó del colegio.

Caminaron en silencio, adaptándose a la situación.

Sophie se detuvo de pronto. Ya pasado el shock del momento todo cobró sentido: El comic de Aaron, su aparición ese día, la supuesta muerte de Ian. Al final no estaba loca, sus primeras suposiciones de que Aaron Hyde era en realidad Ian mandándole un comic escondido en el anonimato, eran ciertas. Se levantó y titubeante lo picó con un dedo, solo para comprobar que su mano no lo traspasaría como a un espejismo. Al sentir la ropa y la carne lo pellizcó con toda su fuerza.

— ¡¿Por qué haces eso?! —le reclamó sobándose el brazo.

— ¡Para comprobar que no estoy soñando!

— ¡Pues deberías pellizcarte a ti, no a mí!

— ¡Lo que pasa es que quiero hacerte daño! ¡Mucho daño! —le gritó furibunda. Concentró todo el enojo y esos meses de tristeza en su mano derecha y lanzó una cachetada tan rápida y fuerte que resonó por la calle. Su otra mano se cerró en un puño tan apretado que la hebilla se incrustó en su palma.

El chico no dijo nada, sentía la mejilla ardiéndole, como si la carne estuviese expuesta. Se olvidó de su propio dolor al notar la mano sangrante de Sophie.

— ¿Estás bien?

Ella se sorprendió por la simplicidad de su pregunta.

—No estoy bien —respondió con la voz entre cortada. Debatiéndose entre llorar, golpearlo de nuevo o abrazarlo tan fuerte que no pudiese desvanecerse.

Mi vida un showDonde viven las historias. Descúbrelo ahora