Capítulo 37: Madrid

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La primera vez fue en el apartamento de Frederick. No lo tenían pensado y Emma ciertamente agradeció que se diera de esa forma, improvisada y sin prisas. Había ido a buscarlo para ir a cenar con los demás, pero obviamente su novio estaba enfrascado estudiando. Faltaba poco para el último examen de la carrera y apenas tenía tiempo de vivir, por lo que Emma tuvo que obligarlo a salir.

-Estoy estudiando - repetía sin cesar.

-Sí, me quedó claro, por el desorden y porque me lo dijiste diez veces, Fred. Pero quedamos que íbamos a cenar con Ingrid y los demás. Además, decime la verdad, ¿hace cuánto que no comés algo? Y no, no estoy hablando de barra de proteínas.

-Pareces mi madre - se quejó.

-¿Es que no te dijeron? Los hombres buscan mujeres parecidas a las madres - bromeó ella con una sonrisa - ahora andá a bañarte si no querés que te azote.

-Sí, mami, azótame porque soy un niño malo - bromeó él de vuelta con cierta picardía. Emma sonrió.

-Dale. Andá a bañarte así nos vamos, que yo también tengo hambre - se quejó ella.

-Vos siempre tenés hambre - retrucó su novio.

Por supuesto, coqueto como era, tardó un buen rato en bañarse. Cuando por fin la puerta del baño se abrió, Emma esperaba que saliese completamente vestido, pero todo lo que lo cubría era una toalla y comenzó a acalorarse.

-¿No llevaste la ropa o qué? - cuestionó con una sonrisa.

-No, es que se me mojó.

Frederick se agachó para buscar un par de media, su culo quedó frente a sus ojos y se descubrió deseando que la toalla no estuviese allí. De pronto, un impulso la poseyó por completo porque se paró, se acercó hacia él y sin una pizca de suavidad le arrancó la toalla. Él se irguió rápidamente y aunque su primer impulso fue taparse, puso las manos en la cadera como todo un semental y sonrió. Emma pudo notar como la mirada de su novio, que no se despegaba de sus propios ojos, comenzaba a calentarse y debía admitir que estaba en las mismas condiciones.

-Puedes mirar, Emm - la autorización se le hizo algo tierna. Se mordió el labio inferior, indecisa. Pero terminó por mirar.

Su novio era un espectáculo. Majestuoso, bien proporcionado y extremadamente varonil y Emma quería tocarlo. De nuevo, atrapada por ese impulso, que no tenía claro de dónde venía, lo tomó en sus manos.

-Tienes las manos frías - dijo él con la voz ligeramente enronquecida.

Para calentarse las manos, comenzó a generar fricción y aunque el placer se reflejó en su rostro de forma inmediata, rápidamente la detuvo, poniendo su mano en el brazo de ella.

-Emm, amor, si sigues no creo que pueda parar y créeme, mereces que quiera parar y que te dé todo el tiempo del mundo, pero si sigues... si sigues, amor, no podré parar - se lo notaba compungido y recién entonces Emma se dio cuenta que aquella abstinencia lo hacía sufrir.

-Hoy no quiero parar, Fred. Quiero ir hasta el final.

Había sido una primera vez estupenda. Frederick le dedicó todo su tiempo a ella, su cuerpo y su placer, y a pesar de que Emma también quiso complacerlo, no la dejó, alegando que esa noche era de ella. Y había tenido razón: Frederick le había dicho que él era el hombre con el que disfrutaría tener sexo y ciertamente lo había hecho. Una, dos, tres veces.

No llegaron a la cena, pero Ingrid supo perdonarla.

Incomodidad. Eso se respiraba en el ambiente la mañana siguiente. Ni bien abrió los ojos, el recuerdo de la noche anterior la golpeó con fuerza. El vodka, los juegos, las verdades, las confesiones, los retos, su beso con Harry. No lo podía negar, se sentía diferente, más liviana y definitivamente más alegre. Sus preocupaciones iniciales habían quedado atrás y estaba segura que Ingrid se alegraría por ello. Sin embargo, esa alegría se ensombreció al notar el ambiente del comedor. Sus cinco jefes estaban ya allí, pensó que tal vez se hubiesen quedado en los tourbus porque no estaban en condiciones de volver al hotel, y se los notaba extraños.

I don't have The X FactorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora