Capítulo 34: Berna

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 Nunca había estado demasiado al tanto sobre el mundo del espectáculo. Más allá de lo estrictamente musical o actoral, nunca le había interesado. Así que nunca le prestaba demasiada atención a los parloteos que tenía Tammy, su compañera en la panadería, sobre la vida de los famosos y sus viajes relámpagos. Unos cuantos meses después, Emma estaba profundamente arrepentida de aquella falta de atención. De haber estado atenta, estaba segura que podría haber enfrentado las últimas cuarenta y ocho horas como toda una profesional.

Estaba en Berlín y no se iría de Berlín hasta recorrerlo, por lo que Emma pensó que podría arrastrar a su amigo. Henry, todavía escondiendo algo, había cedido demasiado rápido a su pedido, lo que volvía a hacerla pensar que estaba huyendo de algo. Bud y Ringo, por descontado, tuvieron que seguirlos obligados. Comenzaron por la Puerta de Brandeburgo. El símbolo de la Alemania reunificada. Emma ni siquiera podía imaginar que durante varias décadas aquello había sido tierra de nadie. De un lado estaba la occidental República Federal Alemana, tutelada por los aliados y, del otro lado, la República Democrática Alemana, bajo los ojos de los soviéticos. Emma ni siquiera podía imaginar lo que una división así le hacía a un país, a una familia. ¿Cuántos padres quedaron a kilómetros de sus hijos? ¿Cuántas novias quedaron del lado incorrecto del Muro?

Recorrieron trece kilómetros del muro en absoluto silencio. Emma nunca supo si sus tres acompañantes estaban tan emocionados por lo que el muro había significado, si estaban absorbiendo la belleza de las expresiones artísticas o si, simplemente, estaban absortos en sus propios pensamientos. Pero para ella, había sido una experiencia única por lo que significaba. Por el dolor que había traído consigo. Se levantaba todos los días con el deseo de pelear para lograr la armonía que creía era necesaria en un mundo tan dividido... aquel muro, aquel retazo de hormigón había implicado más que la diferencia entre dos partes de la ciudad o dos países. Se trataba de la diferencia entre dos mundos y si bien siempre había tenido su propia ideología, tenía muy claro que nunca querría que su manera de pensar la separara del resto.

Ringo lloró en el Museo Judío y ella había estado peligrosamente cerca. Su guardaespaldas había soltado unas cuantas lágrimas en el Vacío de la Memoria. Era la única torre de concreto de las seis con las que contaba el museo a la que se podía acceder. Cuando entraron, habría allí veinte personas y solo se escuchaban sus respiraciones. Todos entendían qué significaba ese lugar. Sobre el piso, miles de placas de metal con forma de rostros descansaban con expresiones terroríficas. A Emma se le pusieron los pelos de punta y tuvo que tragar saliva varias veces para bajar la pelota que se había formado en su garganta. Al caminar sobre las placas, el sonido que hacían unas contra otras retumbaba en la torre de concreto vacía. El sonido, parecido a miles y miles de los quejidos que los judíos habían hecho en su momento, fue lo que hizo llorar a Ringo.

En lo personal, había sido la Torre del Holocausto y el Jardín del Exilio lo que más la había impactado. La Torre del Holocausto era una enorme torre de concreto por fuera del cuerpo arquitectónico del museo. Se encontraba a oscuras, salvo por una pequeña abertura en el techo y estaba completamente vacía. El magnánimo espacio comenzó a sofocarla y entendió de inmediato que esa era la idea. Era lo que el holocausto había sido: oscuridad, vacíos y sofoco. El concepto del museo simplemente la atrapaba a cada paso que daba.

Sin embargo, fue con el Jardín del Exilio que estuvo a punto de lagrimear. Se trataba de otro espacio por fuera del museo que simbolizaba la vida en el exilio y Emma se sintió demasiado identificada. Por supuesto que ella no era una exiliada. Por supuesto que ella no había huido de su país porque los nazis la querían matar, pero lo cierto era que había huido de su país y se sentía exactamente igual al exiliado judío: arrancada de su hogar a la fuerza, extrañando su tierra. Después de tantos años en Manchester, vivía una vida absolutamente normal, pero durante un tiempo, y a pesar de que no tenía grandes arraigos en Uruguay, se había sentido exactamente como en ese momento. Se sentía sofocada y empequeñecida. El Jardín del Exilio constaba de cuarenta y nueve pilares de varios metros dispuestos en una cuadrícula, lo que formaba una especie de laberinto. Se habría sentido perdida de no haber sido por Henry, que le daba la mano, al igual que se había sentido perdida en Manchester sin su familia. Lo curioso del espacio es que el suelo estaba inclinado haciéndolo todo más difícil. Haciendo la vida en el exilio más difícil. Sí, Emma había estado a punto de lagrimear.

I don't have The X FactorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora