Capítulo 33: Dusseldorf

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-En serio, tú tienes que dejar de chocarte con las personas en el pasillo - le comentó Frederick con una sonrisa divertida. Sus ojos resplandecían y se notaba claramente que estaba feliz de verla. Emma se mordió el labio inferior, de pronto necesitando uno de sus besos.

-¿Cómo estás? - le preguntó Emma, poniéndose en punta de pie para saludarlo, dándole un beso en la comisura de los labios. Fred sonrió.

-Mejor que tú. ¿Qué te pasó? - preguntó interesado al notar que traía una bota ortopédica.

-Sí, verás... salí la otra noche con un tipo genial, pero el pobre infeliz me llevó a jugar al bowling y déjame decirte que soy un destastre. Tuve un problemilla con una bola y bueno... digamos que tengo un dedo quebrado - Emma había esperado que prácticamente de inmediato Frederick le preguntara cómo estaba, pero en lugar de eso, comenzó a reír a carcajadas. Emma quiso golpearlo.

-¿Es en serio? ¿Te quebraste un dedo? - no podía parar de reír. Emma se cruzó de brazos y lo miró con los ojos entrecerrados.

-¿Puedes dejar de reírte e invitarme a comer? - ya cuando las lágrimas caían por las mejillas de Frederick.

-Vamos - dijo él tomándola de la cintura.

Aquella fue la primera cita de muchas. Cada vez que se encontraban en el pasillo, de forma obligatoria iban a almorzar o a tomar el té, pero también se vieron fuera del ámbito de la universidad. Salían a caminar, a comprar libros y discutían, discutían sobre política ambiental, sobre el capitalismo y las guerras e incluso sobre movimientos feministas. Emma nunca se había sentido tan a gusto con un hombre.

Demasiado pronto se dio cuenta que se estaba enamorando. Frederick la había conquistado por completo: le encantaba conversar con él y estaba seriamente estupefacta al notar cuán inteligente era. Y luego estaban sus ojos celestes, que no solo la miraban con amor, porque era amor, sino que la hipnotizaban por completo. Y los pequeños gestos. Amaba los pequeños gestos que había ido descubriendo poco a poco. El modo en que agarraba el vaso al tomar, el contacto de sus manos entrelazadas al caminar, la forma en que paraba un taxi, la extraña manía de comprobar si la puerta estaba cerrada tres veces. Amaba todo eso de él y aunque sospechaba que era correspondida, sentía la necesidad de decírselo.

Había pasado un mes y medio desde aquel almuerzo. Ya le habían sacado la bota ortopédica y Emma lo esperaba a la salida de su clase de derecho internacional. Sonrió ni bien lo vio salir del salón. Traía una de esos sobretodos típicos de abogado exitoso y una bufanda roja que de alguna forma resaltaba sus ojos. Se veía cansado, aunque su sonrisa no lo demostraba.

-¿Cómo estás? - le preguntó tras besarlo en la boca. Los besos de Frederick siempre la hacían sentir especial. Era la forma en que sus labios encajaban con los de él, el modo en que los movía, lo que le hacía sentir.

-Cansado. La semana que viene tengo el parcial y bueno... fue una clase intensa. ¿Tú cómo estas? - le quedaban apenas unas cuantas materias para egresar y el nivel de estrés aumentaba a cada minuto.

-Tranquila, sin mucho que hacer ahora que terminé los parciales. Te invito a tomar el té - le dijo con una sonrisa.

-¿Será que cumplí mi propósito?

-¿A qué te refieres? - le preguntó sin entender.

-Te convertí en una inglesa de primera - bromeó y Emma rio. Le había comentado ya hacia un tiempo su historia y desde entonces había tomado como un propósito personal inculcarle todas las costumbres inglesas que consideraba que una buena inglesa tenía que tener. Todas costumbres que Emma ya había adquirido hacia años.

I don't have The X FactorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora