Valeria sujetó con delicadeza la manilla, abrió lentamente la puerta y entró. En ese momento, un profundo vacío brota del cuarto. Al encender el fuego de la lámpara, inmediatamente nota la ausencia de Angélica. La sibarita se aproxima al baño y tampoco consigue a su ama en él.
Valeria seduce la noche con sus pasos, busca en cada rincón de la mansión, pero no da con el paradero de la señorita. Cuando se aproxima a la verja, ve a Beatriz tendida en el césped, con una expresión de satisfacción inusual a su semblante. La criada saca el cuchillo que lleva escondido y lo entierra en la yugular de la dama.
Un río de sangre comienza a brotar del cuerpo de la mujer. El césped, antes verde, se tiñe de un rojo intenso, y el físico de la tía de Angélica, se enfría hasta perder toda señal de vida.
La muerte de Beatriz exalta el apetito asesino de Valeria, que ahora anhela dar con el paradero de la escurridiza damita y arrebatar la vida del secuestrador. Instantes después, la asesina advierte la apertura del portón, arrastra tras de sí el cadáver, y abandona la residencia. Sin duda alguna, Verdini ha puesto sus hermosos pasos fuera de la mansión.
Luego de caminar durante dos horas y llevar a rastras a su víctima, la homicida obsequia el cadáver a una bandada de aves carroñeras, que en pocos minutos devoran los restos de Beatriz. Nunca más se sabrá de la hermana de Adela, su desaparición será un enigma sin respuesta.
Momentos después, Valeria cierra sus ojos, inspira profundo y aprecia la estela áurica de su ama direccionándose a los glaciares. En las cumbres de Amacra, el viento gélido es descomunal como un magnicida que arrebata toda esperanza; por tal razón, la asesina sigue con prisa las huellas de la señorita.
Angélica acostada en su lecho, dio con el lugar donde yace su amado. Haciendo caso omiso a sus malestares, se levantó de la cama y descendió por la ventana. La joven transitó con cautela el jardín, montó a Atanasio y traspasó los límites que nunca antes había conocido.
La chica sube a galope con su corcel por la arboleda, confunde la palidez de su piel con la blancura de la nieve, y la alteración de su adrenalina con el esfuerzo del caballo. La voluntad de dar con su amado vence el desagradable frío, la confusa neblina y los numerosos obstáculos del sendero. Tras varias horas, la señorita llega al río que ciñe en su seno al moribundo Tovar.
El joven yace boca abajo, cubierto por la nevisca. Este escenario cautiva la ternura de Angélica, que le sacude la nieve, lo recuesta en su regazo y lo lava lentamente.
Con un profundo lazo de sentimientos, la damita entrelaza sus dedos en los cabellos del mozo, le roza las mejillas y le acaricia el cuello; a la vez que la tímida brisa va moviendo sus exhalaciones.
Angélica cubre con su capa el dorso del muchacho, lo abraza con la ternura con la que una madre protege a su cachorro; le aporta cada gota de calor de su espíritu. El hombre se acurruca en la gracia que Angélica emana desde su interior, inhala la energía vital que la señorita le vierte con su amor, sus manos, brazos y corazón.
· Cornelio: amor ¿qué haces aquí, acaso no ves la despiadada tempestad? regresa.
Angélica: te entregaré el destello de mi alma, cada minúscula gota de mi sangre, la más insignificante porción de mí ser. El epílogo de mi aliento que se haga tu mismo cuerpo. Aún muerta seguiré viviendo en tus venas, respiros y esencia.
· Cornelio: eres lo que yo, todo lo que soy. Tu más diminuto dolor es mi peor tortura. Estás enferma, lo siento en el oxígeno que propagas en mis pulmones. Vete, déjame; prefiero la muerte de mi carne, que el más exiguo padecer de tu existencia.
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Angélica
RomanceAngélica y Cornelio sentirán el más profundo amor, juntos vivirán el clásico amor de almas gemelas; sin embargo, deberán luchar contra múltiples trabas para poder consumarlo. Disfruta esta maravillosa historia romántica, sumérgete en un mar de esos...