Capítulo 21

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Salta Angélica por un suelo de nubes, lo traspasa ligeramente con sus pies. Paredes celestes, horizontes cobre, atardecer color miel. Nacen alas infantes, pequeñas y blancas, muestran la inocencia de un ángel pipiolo; dulzura plateada, ojos plomo y piel refulgente.

Cabellera dorada y peinada, guedeja en sus sienes. Boca rosa, labios suaves, vestidos claros, presencia pacífica. Aún no ha conseguido el nirvana, pero se dirige a su aprendizaje. Estudia con el maestro, se sienta en su árbol, cruza las piernas y le habla lo inefable.

Pregunta el gurú, la joven yerra en sus contestaciones. Mayéutica que guía a la sabiduría; a la verdad.

Deja polvo rosado en su camino cuando corre aprisa o intenta volar. Separa el celaje, copia su pasividad. Se hace profunda como el cielo, clara como el agua marina, firme como la montaña y humilde como la nada.

Roza sus pestañas en la techumbre. Dice paradojas, místicas, frases inexorables. Juega con la dialéctica, el discurso y la lingüística. Estudia el ciclo de la vida; la muerte como transformación de materia, desprendimiento de espíritu y consciencia que espera reencarnar.

El Samadhi para quien no necesita de físico para existir, la moral para caminar hacia la verdad, la religión desprovista de fanatismo y la ciencia de facultades cognitivas.

El ejercicio al humano le es esencial, corre por sus venas la energía, esparce el aire y hay un efectivo respiro. Nunca olvide lo intelectual, sexual y emocional. El trabajo se gana con la honestidad, y las manos también sirven para asistir al prójimo.

Angélica debe domar su juicio para enseñar a su protegido. Sube las escaleras invisibles, se posa en la cima, echa una ojeada por el panorama de ángeles puros y gracia que corre por las adyacencias.

El viento le es relevante, por él se trasladará en el mundo. El soplo la guía hacia las direcciones, los cauces y caminos. Siempre al lado de su humano, a veces cerca, otras lejos, es la conciencia de la persona quien la aleja o la trae.

Preparaciones, enseñanzas y vivencias que moldean un corazón expulsor de bello sentimiento, venas tal cual cristales que harían atónicos los ojos de un pirata. Barco que navega por olas, choque en el abra y peces. El camarote, la vela que palpa la brisa, el sonido de las palmeras desacomodadas por el halito, carrera pasiva de gaviotas y pelícanos que alternan vuelo y nado.

Todo entorno debe ser ameno, el cráter, el desierto, el bosque con sus osos feroces, la jungla con los carnívoros. Quizás África y sus enfermedades, América y sus nuevos pasos, la dicha de Europa o la sapiencia de Asia. Cualquier piel, idioma o religión le debe ser indiferente.

La dulzura o amargura del carácter. Las malas mañas o buenas consideraciones. El pecado mortal, el benigno. Sus alas tienen que acobijar al mendigo, al burgués, al político o al obrero, sin despotricar o mirar sus diferencias, sin señalar los errores. Debe asistir, abrir caminos y proteger.

Eres el canal por donde pasan las frases calladas del maestro que espera. El telegrama que transmite sus oraciones y demandas, las líneas que bordean su sendero. Cuando una roca hiere, tú sanas, la caída la levantas, el desliz lo perdonas y el amor lo ejemplificas.

Eres la tierra que sostiene un árbol solitario, o la última gota de un lago muerto. Eres el suspiro final del moribundo o el primer paso del infante. La gloria de la iglesia o la vibración del mantra. La mascota que se hace humana, o la esperanza de un viejo. La nota de canciones lúgubres, el descenso del féretro o el llanto melancólico. Tu existencia está tan ligada a él como el soporte de los pies, el cambio de la naturaleza o la muerte al vivo.

Instrucciones iluminadoras que se anidan en un pergamino invisible de anotaciones mentales. Sé como la hoja leve que se moviliza por un viento apacible, como las líneas del lago o las fuerzas de las quebradas. Firme como la montaña, colaborador tal cual el grano de arena, resplandeciente como los reflejos solares y fiel como la rotación y traslación del planeta.

Éstas son las docencias a las que está recurriendo Angélica. Primordiales para obtener la pureza que exhorta la energía, la belleza infinita de la esencia y la fortaleza invencible. Oídos que recogen cada detalle, cerebro que las guarda perfectas, esencia que se hace palpable en una naturaleza personificada y divina.

Por su parte, el andariego no da con la posición de Tovar, sí sorprende a Federico con la voluntad de cientos de sabuesos merodeando por la arboleda. Ambos se asisten en la inhóspita región. Protuberancias rocosas, desfiladeros, ríos imposibles de vadear, lobos hambrientos, escasas provisiones, terrenos falsos, cuevas, paradojas.

Angélica siente una pequeña luz en su ser, el último reducto de preocupación o angustia, la meta por la que no trabaja, la imposibilidad inmejorable. Sabe de la desventura de Cornelio, pero desconoce su futuro. Si muere nada cambia, pues su sitio está con las almas que esperan nuevos cuerpos y misiones terrenales.

Está enterada del punto único, llamado de esta manera porque es la conexión de los diversos planos. Ya Cornelio estuvo en él. Es una superposición de espejos que te instigan o permanecen quietos. Los primeros desarrollan parajes hermosos y mutables, los segundos aún cuando pueden ser bellos nunca manipulan.

Uno sólo de los cristales te refleja, es éste el camino directo a la tierra, el que todo ángel puede tomar cuando sus alas aún son infantes; el típico atajo que espera Angélica.

En el centro del punto único, hay un agujero negro, supuesto a ser la senda al limbo, un espacio de multitudes vacías que tienden a desfigurarse en formas enigmáticas. Nadie tiene la certeza sobre qué hay en ese lugar, quizás papeles que aún no han sido escritos, horas no marcadas, tiempos como estatuas y espacios que no posicionan objetos.

Un zaguán de dimensiones ramificadas en senderos místicos, donde nada se puede decir, ni ver. Es la cordura del desquiciado, el ostracismo, donde vagan ánimas demasiado oscuras.

AngélicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora