Capítulo 13

32 0 3
                                    

La señorita se acerca y se percata que su compañero es el mismo pegaso de su infancia. La joven, exaltada, sujeta por el lomo al animal, lo recorre con sus yemas, apoya con ligereza sus mejillas, lo roza. Sube al dorso del corcel, lo monta y vuela por los cielos del reino.

No mira hacia abajo, poco le importan las floras del labrantío o las labores de los ángeles. En cambio, indaga las vías, cuáles llevan hacia la tierra, cuáles a otro sitio. Horas y horas de vuelo la conducen por un remolino que desemboca en el espacio exterior. Traspasa una pared muy parecida a la aurora boreal. La calidez mengua, y la pacífica cordura se disipa.

Aterriza en un campillo de Amacra. Ve a su madre berrear mientras su padre la sostiene entre sus brazos, ve al conde alicaído contribuyendo a la paz. La muralla está abierta, las torres desusas, los soldados se divierten con los dados; todos pueden entrar al pueblo, pues son considerados hermanos.

La diversidad de las plantas que se mesen al ritmo del viento, y el celeste del cielo que brilla con el sol. Las aves vuelan tranquilas, el agua nutre, la vida plena fluye por toda la creación.

Angélica entra en la iglesia y escucha melodías gregorianas que embellecen las voces. La misa laborea un corazón pasivo y calmo en los píos, las cerillas se encienden con la fe de los rogadores.

Hay uvas en los viñedos, frutas y col. Las aves parlanchinas decoran los alrededores. Corren los lobos, traga el oso, las ovejas contribuyen para las vedijas. Los rijosos insectos refocilan las energías en los físicos de los labriegos. La marmita cocina la comida, y el cubil espera paciente la ausencia de sus bestias.

Todo es una perfecta armonía entre actos vergonzosos, buenos o medianos. La luz se equilibra con la sombra. La niña extraña las desventuras, lo salado de las lágrimas, la reguera de errores, los arrepentimientos que se asoman, el tiempo que mide las horas y los espacios que permiten el movimiento.

Desde la inocua hormiga hasta el árbol tortuoso. Su casa deroga las injusticias, su familia muestra el ardor romántico, las criadas son hijas y los vecinos amigos, todo el legado de Angélica corre por Amacra. La más inocente e involuntaria enseñanza hace creces en los corazones.

La muchacha llora de placidez, lo que los ángeles pronunciaron se hace real. Disfruta la obra de los humanos, mientras acaricia las alas del pegaso. Se inunda en las presencias, en cada detalle, en todo acontecimiento.

Angélica se encamina a Fenabia, ve a Efraín y a Renato sembrando, a Hortensia limpiando la casa, y a Casimiro platicando con los residentes. No encuentra rastros de Cornelio. Camina por las inmediaciones, pero no lo encuentra. De repente silencia su mente y se concentra en el palpitar de su corazón, allí lo escucha, lo toca, se vuelve la propia diástole y sístole del hombre; lo encuentra. Abre sus ojos, vuela y llega al cuchitril donde reside Tovar. Ve una cama bien acomodada, con unos espacios reducidos y un baño.

Cornelio agachado en el rincón, convierte la rugosidad y desesperación de su rostro en un módico gesto lleno de tranquilidad, paciencia y amor. Poco a poco se pone de pie, cierra sus ojos y palpa el vacío. Respira profundo, llevando con ligereza sus manos por los espacios, tocando las formas esenciales de la señorita, lanzando un tenue suspiro.

· Cornelio: Angélica estás conmigo, te siento como la madre a su hijo o como la tierra las pisadas de las hormigas, el paso de la tenia y las ramas el desprendimiento de una de sus hojas.

Cornelio se sienta en la cama, roza la colcha, abraza la almohada. Acaricia el vacío con su boca, siente el leve movimiento de sus mechones y el mimo que Angélica le propina a sus cejas.

Oye una voz interna, apenas perceptible que dice "te amo". Los labios suprasensibles de Angélica cuelgan sobre los pómulos del muchacho, y sus manos rozan su cuello.

· Angélica: eres mío, siempre lo has sido. Nunca podré dejarte. Eres perpetuo en mi corazón, como el sol que calienta el sistema o las estrellas que embellecen sus cielos; como el tiempo que recorre la vida o el cambio que la transforma. Alabo la paz que nace de tu presencia. Ven a mí, siempre que lo desees, ven a mí.

La esencia del joven se desnuda ante la señorita; un ser indivisible que le provee todo el amor de su espíritu, recorriendo su torrente sanguíneo, bebiendo el agua que humedece su boca y la calidez que exuda sus glándulas. 

AngélicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora