Una tormenta se desata, las olas tortuosas derrumban las embarcaciones. Otean los pezones de Angélica bajo la túnica empapada. El camino se hace denso, el corcel corre con dificultad. Rayos y centellas revisten el poderío de la madre naturaleza y la fuerte brisa prueba la resistencia de las vegetaciones.
Luego de varios días de recorrido los amantes llegan a Fenabia, una región montañosa que se posiciona a 150km de Amacra. El sol de la localidad es brillante y ameno, las hojas de sus árboles se mecen al son de la música que les proporcionan las aves, su clima oscila entre los 15 y 20 grados, sus hogares son cabañas de madera con parterres de jazmines, rosas y claveles.
La señora Hortensia, tía de Cornelio, una mujer de cincuenta y tantos años de edad les abre las puertas de su morada a los amantes, y los hospeda en una habitación de dos piltras individuales. Sus hijos Renato y Efraín, primos hermanos del joven Tovar, son muchachos conocedores de la historia, gañanes y castos empedernidos; tienen la fiel convicción de llegar vírgenes al matrimonio, entregar su corazón a una doncella y amarlas en la eternidad.
Estos jóvenes son de piel morena, espalda ancha, brazos pronunciados, voces roncas y condición esbelta. Rallantes en la sobriedad, desdeñan los vanos placeres y disfrutan el sudor causado por el rudo trabajo.
El señor Casimiro, padre de los jóvenes, es un hombre adusto y fiel servidor de la familia, que enseñó a sus hijos el valor del trabajo. Desde muy niños colocó a sus vástagos a la orden del esfuerzo, por lo que el físico de los primos del señorito Tovar, denota brazos gruesos, piernas desarrolladas, sólidos glúteos, pechos formados y abdominales fortalecidos. Estos mancebos nunca han conocido otra suavidad que la maternal, pues Casimiro ha procurado darles un trato muy masculino.
Cornelio se complace con la estadía, tenía años sin visitar a sus tíos. Su felicidad es inmensa, logró escapar con su amada a un lugar que nadie conoce en Amacra, a una familia completamente desconocida para los amacrenses. Sebastián tuvo la cordura de mantener la clandestinidad de su hermana, barruntando su posible función de proveedora de refugio.
Los enamorados despiertan cuando la luna respira sus últimos destellos. Observan el amanecer acostados sobre el césped, entrelazan sus dedos, y se acarician mientras deleitan el cielo naranja y la impetuosidad del sol.
Cornelio coloca una rosa en el cabello dorado de su novia, roza con un pétalo el vientre de su amada vocifera literatura, despide miles de promesas; se entrega.
Angélica se divierte con el canto del pájaro, con el sonar del río que vierte en su aposento el aleteo de los peces. La brisa sopla las palabras de las distancias, se oye el deplorable pensamiento de Leandro, la consternación de Adela, la sed de Valeria.
Ricardo corta una naranja con sus incisivos y escrudiña su plan. Valeria no se da por vencida, toma una mochila y se traslada por los pueblos vecinos. Las legiones se dispersan, Ricardo prohíbe seguir los pasos de Verdini. Leandro estalla en cólera, debe dejar las labores de búsqueda al conde y retomar la navegación.
Ricardo entrega a Valeria la responsabilidad de la investigación sabe que una amplia movilización de sus tropas sería fácil de avistar, mas la sagacidad de la sibarita proporciona una ventaja sobre los amantes escurridizos.
Dos caballos jalan la humilde carreta que moviliza a Valeria. La muchacha trajeada se esconde de las miradas curiosas. Víctor controla las bridas y Elisa, la vidente, dicta el rumbo.
Con un día de retraso, se moviliza un carruaje de diez mercenarios vestidos de comerciantes. Hombres de meticuloso entrenamiento, sabedores de las artes de la guerra; hábiles en la diplomacia, valentía, espionaje, liderazgo y resistencia.
"Cuando la flor del amor crece, la ilusión nubla la conciencia" dice el conde, que usa el paroxismo de Verdini y Tovar como su anzuelo de pesca.
Por su parte, Cornelio no se fía de las distancias, a sabiendas de la voluntad de Valeria, mantiene sus ojos bien puestos sobre el panorama, porque no quiere ser víctima de la sorpresa. El mozo en la distancia escucha los cascotes de los corceles que transportan a Valeria, prevé la cercanía de su enemiga, rebosa de miedos y corajes; de fuerzas contradictorias que eclosionan en su mente.
· Renato: la fuerza de Aníbal se derrama en mi corazón, si miles de soldados entraran a mi hogar, mis hazañas se compararían con la victoria de Cales.
· Efraín: yo subiría por el peñón más alto, como la escalada de Alejandro Magno a Coriene, para salvaguardar a tu amada.
· Cornelio: es para mí una hermosa alegría contar con sus apoyos, mas no temo por mi vida. Me bastaría atropellar una bandada de tiranos para ofrecer la libertad al oprimido, pero si la lanza atraviesa el corazón de mi Angélica, este acto se equiparía a la travesía del río estigio, a la ofuscación del juicio o a la tortura de los nueve infiernos.
· Renato: aquí estás a salvo, tu padre nunca rebeló nuestra existencia. Al conde no le servirían ni mil años para dar con tu paradero. La orografía complace, nuestros límites están rodeados de pantanos y los pasos son poco atractivos.
· Efraín: la distancia es tu aliada. No conozco ningún amacrense que haya pasado un día en estas tierras.
· Cornelio: Valeria es una mujer punzante que todo lo alcanza. El ejército del rey no me preocupa, pero la indagación de esa dama me incomoda.
· Efraín: ¿cómo es ella?
· Cornelio: es una muchacha blanca y de cabellera oscura; delgada, con grandes pechos. Sus ojos son azules, su sonrisa angelical, su voz complace el oído de un sordo, y su mano realza a la roca como una superficie tenue y delicada.
· Renato: grandes atributos, su descripción entorpece mi juicio y exalta mi corazón, pero la castidad de mi semblante aguantaría su belleza.
· Efraín: ni porque se iguale a Elena de Troya, mi sentimiento se rendiría ante su hermosura.
· Cornelio: hermanos, es grato contar con el amor que ustedes me tienen.
Cornelio como una gota de lluvia que se traslada por una hoja, acude a un riachuelo y vierte agua sobre su amada. Todo rastro de suciedad deviene en la palidez característica del físico pulcro.
La desnudes de Verdini regala esa sensación de paz que se obtiene minutos antes de dormir. La contemplación de su cuerpo es como escuchar a la sabiduría, como sentarse en la mesa de los ángeles, o beber y comer salud.
Al finalizar, Cornelio la seca, la viste con un chal, y con un beso reluce su luz sobre la dama. De inmediato la probidad emerge, recrea la pureza del génesis; nace el candor.
El ángel de la inocencia acompaña a Verdini, irradia su energía en la presencia de la familia Tovar, asegura la doncellez de la joven, y apacigua los instintos masculinos.
La candidez hace erupción en las prontitudes, cualquier incitación sexual se convierte en una idílica admiración a Angélica, como el agua bendita que se arroja, pero no se bebe, o el céfiro que apenas se siente.
Nadie puede con el destino, aun uniendo todas las fuerzas humanas, el cosmos infinito ordena a su antojo. Valeria se aproxima, se acerca porque tiene la mejor arma, una con la que Cornelio no cuenta; Elisa, la vidente que anticipa cada movimiento de los fugitivos, la médium que dirige a Valeria justo al lugar donde se encuentra Verdini, y con ella, a la legión de sicarios que tienen como presa la vida de Tovar.
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Angélica
RomantizmAngélica y Cornelio sentirán el más profundo amor, juntos vivirán el clásico amor de almas gemelas; sin embargo, deberán luchar contra múltiples trabas para poder consumarlo. Disfruta esta maravillosa historia romántica, sumérgete en un mar de esos...