Pasaron años y Cornelio no encontró otro indicio de su deceso, todo se expresa con la misma similitud que en la subsistencia; el clima, la geografía, las costumbres, los duraznos, la gleba, la tierra feraz que cubre entre sus propiedades la simiente, el sol que aparece a las seis de la mañana y se oculta a las diecinueve, lo templado de la temperatura, la fauna y flora. Cada vecino, persona secundaria, primaria o terciaria.
Cornelio, cerca de un riachuelo, divisa a Angélica sentada en un balancín. Su corazón se agita, sus pupilas se enfocan, los pulmones se complacen con el aire, y las palabras con la boca.
Corre el hombre por los espacios intermedios, levanta a la moza, la abraza, la colma de besos, despeina sus cabellos, la acaricia y la mima.
Verdini respira profundo, acopia en sus pulmones el aroma de Cornelio, reviste con las manos sus músculos, despide de sus cuerdas vocales la música más hermosa, le poetiza su amor.
Tomando una rama, Tovar le escribe poemas de amor sobre la arena, la tumba en la grama, recorriendo sus muslos con los labios, acariciando las pronunciadas caderas, mientras la muchacha sucumbe en amor.
Ojos entreabiertos, símbolos de disfrute, suspiros que se interrumpen con frases de entrega, calor que se evapora y se hace nube. Sólo son ellos dos, es su momento. Cubren de besos sus tórridas pieles, arropan sus cuerpos con pasión.
Como en el día que se conocieron, se dejan llevar por el sentimiento que exudan. Respiran cortejos físicos, preámbulos al sexo; compenetración entera de alma, cuerpo, sentimiento y consciencia. El mancebo lleva sus lisonjas hacia la espalda de la doncella, pero no palpa si quiera un exiguo rastro de las alas.
Suelta a la mujer, llora de impotencia, grita. Está haciendo el amor con una imagen, una simple proyección de su consciencia o ilusión del averno. Escapa despavorido, sabe que su amada es un ángel, y que él se encuentra en el país de los muertos.
En vida no palpó a Angélica después de su óbito. Valeria no lo amó, siempre lo odió con la fuerza de los cinco océanos. Es imposible irrumpir en el palacio del conde, y que su presencia no cause una mínima conmoción.
Cornelio está encerrado en un mundo de imágenes, reminiscencias y deseos. Es como si se perdiese en un sueño, en una ceguedad o meditación. No vive la realidad, está ahogado en el desquicio, en el manicomio cognitivo que juzga la ficción como real.
Es como un forajido que no puede entender la lengua local. Está perdido en el inmenso laberinto que continuamente le cuestiona su vitalidad. Es como el sujeto pintado en un cuadro, nunca se moverá, siempre estará rodeado de lo mismo.
Tovar exaspera. La única prueba que lo convencerá de que no está en el planeta tierra es el suicidio. Quitarse la vida, o al menos intentarlo, es el indicio que esclarecerá el dilema. Si no fallece, es porque ya está muerto, y si lo hace, se librará de la tortura a la que ha estado sometido desde el momento en que Angélica murió. De cualquier forma su penumbra menguará, la incertidumbre se convertirá en convicción, y emprenderá su viaja a Angélica, con lo único que sostiene su personalidad; el conocimiento.
Se dirige hacia un desfiladero, el frío viento choca sus mejillas, el joven abre sus brazos, mira hacia la parte superior, cierra los párpados y se rinde. Se proyecta en su mente cada momento importante de su vida, la manera como trepaba por los árboles, los cuentos que le leía su ama de cría, los platos que degustaba, el diarismo que recorrió.
Luego de percibir su adolescencia, vive de nuevo el primer beso a Verdini, la vez que se conocieron, la prístina conversación; el escape, los amaneceres en Fenabia y su deceso.
Cornelio se tambalea en la orilla del despeñadero, preparándose para dar el salto a la liberación. De pronto, siente algo posicionarse frontal a él y piensa: ¿Cómo podría estar sobre el vacío? ¿Acaso flota o vuela?
Abre los ojos para deshacer sus dudas, y después de unos segundos de observación borrosa, ve a Angélica volando frente a él.
· Angélica: Si en la tierra falleces llegas acá. Si aquí pereces, te conducirás a un lugar donde no podrás verme.
· Cornelio: si he muerto no ocurrirá nada, no puedo fallecer dos veces. Si en cambio sigo con vida, este acto me llevará hasta donde tú te encuentras, y viviremos juntos para siempre.
· Angélica: la muerte ha pasado por ti muchas veces, y siempre has vivido luego. La muerte es como un verbo cualquiera; hipas y te enjugas, cabalgas y desmontas, trabajas y duermes.
· Cornelio: moriré y viviré miles de veces, te volveré a tener y a perder miles y miles de veces; hasta que la luna se canse de acobijar la noche y la tierra se congele.
· Angélica: eso mi amor, nunca podrá suceder. Deberás aceptar nuestro desprendimiento.
· Cornelio: Si no te puedo tener, prefiero perderme en el estigio, padecer en las nueve fosas del infierno o ahogarme en el tártaro.
· Angélica: hay mucho apego en ti. El apego se diferencia del amor, porque este último perdura en el alma de los enamorados, mientras el primero siempre codicia más y más grados de pertenencia, dejándose llevar por la inconformidad y con ello por el miedo.
· Cornelio: ¿qué cosas dices Angélica, acaso estás conforme con nuestro desprendimiento? A una persona que no le importa haber perdido a su amado, no está en amor, sino en un fútil estado de indiferencia.
· Angélica: una persona que ama nunca pierde a su amor. El amor no se encuentra en una presencia, es un sentir que se une en la inmensidad de Dios y se expresa desde su ser.
· Cornelio: yo lo manifiesto en la eterna búsqueda de tu morada, en la remembranza de tu abrazo, en el mimo de tus manos. Lo busco en el compartir un paisaje, donde el tiempo sea eterno y nuestras existencias una misma.
· Angélica: yo soy omnipresente, me muevo con el halito del Creador. Tu búsqueda no es la de un sitio en particular, sino la de un estado de contemplación. Si aprehendieras la esencia, me verías hasta en el más burdo guijarro, te harías el frío de mi invierno, la blanquecina nieve que cubre el suelo que besan mis pasos, el torrente gélido que recorre mis bucles.
· Cornelio: nuestro amor Angélica ha muerto desde tu deceso. Estoy solo, sufriendo el calvario de tu idea, y la mansedumbre que le debo a un destino que me odia y a un Dios que me ha olvidado.
· Angélica: debo irme de nuevo. Por mucho que busques la entrada a mi morada, no darás con ella. No es una portezuela que te lleve a un sitio contiguo, ni una sirga que te guíe a otro extremo. Es una manera de ver, sólo una forma de mirar. No importa donde estés, sino cómo experimentas.
· Cornelio: me dejas sedicioso, con el corazón entre fuego, yagas y morriña.
· Angélica: adiós Cornelio, recuerda nuestro amor, recuérdalo.
Angélica desaparece. Habría de esperarlo todo el tiempo del cosmos. Esperar que consiguiera su realización, y así amarlo en los parajes eternos.
Cornelio se apartó del abismo, se acostó en posición fetal sobre la zona pedregosa, y gimoteó hasta la última gota de llanto que pudieran derramar sus lagrimales.
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Angélica
RomanceAngélica y Cornelio sentirán el más profundo amor, juntos vivirán el clásico amor de almas gemelas; sin embargo, deberán luchar contra múltiples trabas para poder consumarlo. Disfruta esta maravillosa historia romántica, sumérgete en un mar de esos...