Capítulo 27

22 0 1
                                    


Las flores se mecen alrededor del camino, el sol se filtra por las hojas, los pájaros beben del arroyo y las flores aromatizan la estancia, justo en el momento en que un caballo blanco con enormes alas se presenta ante Cornelio.

El mancebo recuerda la fantasía que tuvo Verdini cuando apenas poseía cinco años de edad. Angélica le había contado esta vivencia a su amado en los amaneceres de Fenabia, cuando el sol arropaba la esperanza y la alegría era un arcoíris que pintaba la sonrisa de Tovar.

Es un hermoso animal, brillante, con estelas relucientes, y un color blanco intenso como la luz.

El joven se le aproxima poco a poco, acariciándole el lomo, respirando su aire y montándolo. El pegaso se mantiene inactivo, como si ningún hombre estuviese sobre su dorso, o se tratara de un perfecto conocido.

Nota la inexistencia de la montura, de los estribos, acciones, fusta y cincha. Piensa "cómo podré darle ordenes, si no hay con qué indicárselas". El lozano resuelve hablarle, pero el corcel se mantiene tranquilo, como las olas del mar cuando la brisa se calla o como las agujas del cactus en la superficie.

Luego de varios minutos meditabundos, se dice "Un caballo de este tipo no se ve en el planeta, por algún lugar deberá estar el sendero que conduce hacia Angélica, debo conseguir la manera de domarlo."

El hombre recuerda su travesía en el punto único, rememora los cristales que le incitaban a proseguir por sus caminos y los otros que permanecían quietos. Sabe que a través de ellos se puede alcanzar el paraje al mundo de los ángeles, por lo que tendría que volver ahí, ignorar las tentaciones de los espejos malditos, y concentrar su atención en los puros.

Luego de deliberar, Cornelio resuelve: "el pegaso viene de allá, es como el ángel de los caballos; quizás se posicione justo al frente del camino apropiado, y me guíe al paraíso angelical."

Mira directo a los ojos del animal, descifrándole el modo operandi, descubriéndole la esencia, caracteres, formas y actos.

El mozo concentra su intención y deseo en Angélica, mientras observa a través de los ojos del corcel. Capta la esencia del animal, y logra comunicarle sus designios a través del lenguaje del alma.

El pegaso emite un sonido estridente, alzando sus patas delanteras, golpeándolas contra el suelo. Cornelio avista la señal, lo monta y dice "llévame al salón de los espejos."

Luego de hacer una reverencia, el pegaso gira hacia el norte, emprende el recorrido y despega con velocidad. Cornelio nunca había sentido la sensación de vacío que genera el volar, ese estado de suspensión, esas cuatro paredes de nada, esos carriles celestes.

Disfruta las nubes, el celeste, a los pájaros volar; la sutileza del reinado del viento, la plenitud del tejado transparente, la gracia silenciosa que corre; la inmensidad, el horizonte.

Alza sus brazos, saborea sus labios, el mecer de sus cabellos, la delicadeza del pegaso. Revolotean anticipaciones románticas en su mente: los pechos de su amada, sus besos, la suavidad de sus caricias y la ternura de su voz.

Ve ristras blancas, movimientos de las aguas marinas, frenesí salado, sol radiante, nubes escasas. Ríe, lanza enormes carcajadas de satisfacción. A cada segundo que pasa siente más viva la cercanía de Angélica.

El panorama cambiante adormece a Tovar. Cuando despierta, ve al pegaso a su lado, el enorme circulo que conduce al limbo y los espejos.

Algunos proyectan a Angélica, otros diversos lugares de la tierra (Amacra, la playa, Fenabia, el aposento de Federico). Los más colosales muestran a Valeria burlándose por el asesinato que cometió. La calma del joven se va hendiendo, el control de sus emociones exaspera, el rechazo a la violencia disminuye; no soporta escuchar las guasas de Valeria.

AngélicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora