Capítulo 10

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Entre flores que se suspenden en el aire, un césped verde y delicado, árboles que acorralan la estancia, y el celeste que resuena en la altura, Angélica reposa en el regazo de su amante. Masajea sus pies descalzos con la grama cuando Cornelio los forra de besos timoratos. Oliscan sus cuellos como el vaivén de una costa pasiva. Revisan las líneas de sus manos, intentando en vano conocer el porvenir. El viento revisa cada fracción de sus esencias, y las unifica.

De pronto son uno solo, la imaginación vuela por los campos, se encuentran frente al sol, en un río lejano, en la majestuosidad de la cascada del Salto Ángel o en la Gran Barrera de Coral.

Juntos viven la unión del todo, con un lazo invisible que los desprende en ningún lugar.

La codicia resuena en el corazón maldito de la antigua sirvienta, que lleva en su carcaj pociones venenosas, dagas afiladas, espejos embrujados y una pretensión férrea e inquebrantable.

· Valeria: el amor es la destrucción de la esencia de Dios en un instante palpable. Vibra con la fuerza de un torbellino que descompone el camino por donde pasa, hasta el punto de no tener escalones por subir. Deshace la cordura del sabio, tuerce la austeridad del santo. Es la lujuria de emociones que gobierna déspota, que esclaviza con sus caprichos, abre elogios de odio, dolor y desgracia.

· Elisa: ¿son esas tus palabras o acaso las de alguien más?

· Valeria: serán los pensamientos de Cornelio cuando le arrebate a mi amada.

· Elisa: se encuentran lejos de acá, en una montaña que reviste fuerza y eclosiona pasión y romance. Hay dos hombres jóvenes y uno maduro. La mujer que es contemporánea a Adela enseña trabajosas labores a la señorita.

· Valeria: ¡mueran todos, arrebatadle la última estela de luz a sus almas! ¿tratar como una sirvienta a mi ama? es como lucir un traje de gala en la oscura noche que tapa con sus nubes la luz lunar.

· Elisa: no será complicado tomarla, pero es preciso solucionar la diatriba de Cornelio. Si la regresas a casa, él la recuperará cuantas ocasiones sean precisas.

· Valeria: ¡tendrá que renacer del mismo infierno!

El paso de Valeria es tenue, grácil como la caída de una hoja marchita al suelo adornado por la grama. Elisa suspira videncias, rastros del futuro cercano, prevé cada movimiento de Verdini; todo lo que toca, roza o aproxima.

Cornelio y Angélica contemplan el atardecer naranja, el amanecer rosado, el mediodía azul claro. Los besos rondan sus epidermis, las hormonas se alborotan como las hojuelas de maíz en un caldero aceitoso y caliente. La ilusión enmohece sus precauciones. Cabalgan, salen de Fenabia, vislumbran los confines donde el sol duerme.

· Angélica: silencio en la impetuosa montaña, llena de animales que se nutren, y aún sigue en pie. Podría pasar una tormenta y ser la única que la soporte. Guardaría en su mudez la experiencia de todo alpinista. Reza montaña, porque seas la sabedora de nuestro amor, porque los pies tiránicos no te traspasen, y despojen de mi pecho el lenguaje del corazón que nutre mi Cornelio.

Corre el río entre la salvedad de sus aguas, y la lombriz pasa del pico materno al polluelo. Brillan gotas con la lumbre, cuando se divorcian de las nubes o caen de los ojos. Las huellas del ciervo que pasta en la pradera, la pacífica danza del camachuelo en el vacío celeste y la sosegada marcha de la oruga.

Angélica observa el ritual de la naturaleza cuando el tiempo premia con el descanso, cuando sus labios no pueden humedecerse más con los besos de Cornelio y la residencia destella en orden y limpieza.

AngélicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora