Capítulo 23

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Al desaparecer Angélica caí súbito sobre el suelo. Mis piernas pesaban, mis rodillas ardían, mis manos enterradas en la tierra y mi mente recordando su mirada. Ese brillo infinito que expresa un amor desinteresado. La manera como juegan sus pupilas y el silencio que responde las preguntas de mi sentimiento. No puedo esconder mi dolor, es atroz como un alud, o espeso como arena movediza. Me entierro poco a poco en mi sufrimiento, supurando colores grises, llenando mi energía de distracciones, mi pensamiento de negativas y mi cuerpo de magulladuras.

Sus manos blancas, sus bustos esféricos, esa espalda lisa que muestra mi desgracia; alas, alas que la hacen sobrehumana, que la colocan dentro de un entorno ajeno a mi naturaleza y a mi conocimiento. Cómo puedo volar a su estancia si no tengo alas.

Permanezco en el lugar donde la vi por última vez, desairando sus consejos, sujetando con todas mis fuerzas la débil esperanza que se desliza hacia la oquedad del gimo. Sigo alejado de mi físico, seguro ya está muerto. Solo me interesa idear la manera de dar con su presencia.

Su recuerdo es una tormenta psicológica, una herramienta medieval de sacrilegio. No puedo estar sin ella, es el tono del blanco, la forma de las líneas, la voz de las palabras.

Un cataclismo desborda el río que me guió hasta Verdini. Me refugio en la villa, que con el tiempo y la violencia de la naturaleza se devasta. Venzo el hambre y la sed, recuerdos de una idea sembrada en mi mente; cómo puedo sentirlas si mi cuerpo no está conmigo.

Sus ojos, mirada, y cercanía son como la realización de todo sueño. Yo me siento hecho. Ya no soy un maldito desdibujado en un mundo de papel cortado por tijeras oxidadas. No soy las líneas que sostienen los párrafos, ni menos las sangrías.

Sufre, aunque trató de esconderlo no pudo, lo vi, lo vi en su mirada, en ese destello que recita el amor sin sílabas, que dice "estoy contigo en el pensamiento, a cada momento te rememoro, te necesito; no sé lo que estoy haciendo, auxilio, sácame de mi equivocación con tu beso."

Mi beso que se evade como la orilla de la playa al cetáceo. Mi beso que se evita por un contorno desafortunado de reglas, de cánones y moralidades que establecen la prudencia.

No son mis ganas o la preocupación de la ausencia, es ese sentir que no se aleja de mi corazón en añicos. Cómo palpita, cómo genera sangre, ya ha de estar muerto; líquido coagulado.

Mi suspiro se une a la consideración de mis decisiones, si no me hubiese alejado, o imaginado una sirena; fantasías lúgubres, caminos de la imagen, ficción que te aleja del sendero.

No lo pude evitar, no logré salvarla. Aquí en tierra era mía, y no pude protegerla. Lo peor es que la tengo acá, en mi interior, haciéndose parte de mi propia persona, de mi ser, siendo yo.

Aludes esperanzas de un futuro ilusorio, siempre estás en el presente, en el presente que recuerda tu ausencia. La mente rememora tu cadáver regio, sobre el lecho donde pensé hacerte el amor, pero no tuve el brío.

Si fuera olas, las olas del mar, vendría con suavidad para no turbar al pescador, ni al estómago hambriento del infante que espera en la mesa que le construyó su padre.

Una luciérnaga sin luz, que vuela por volar, que vive por vivir. Fuerzas eclosionan en un cadejo, en una enredadera que aprieta el abedul. Pernocto, me escondo, no deseo ser encontrado por ningún humano. Quiero morir, morir o tener alas de halcón para volar hacia la morada de mi Angélica.

Traspasar la estratosfera, sentir la presión, volar, volar con alas hasta la inmensidad del Señor que regala un columpio en la rama del robledal, a la espera de la eternidad.

Quiero despojarme del crespón, no quiero sombras en mi existencia, necesito su luz dorada vertiendo amor a mi espíritu. Su llanto de doncella en mis manos, tropezando con su circuito.

¡Oh Dios tráela a mí, aquí donde estoy! no dejes que se vaya. Si dices que eres amor, dame a mi amor. No soporto sentirla efímera, viene como flor de bambú o eclipse de sol.

Me siento derrotado, mi sueño no se cumple. Rompe el agua en la roca, o la raíz en la grieta, rompe el corazón en el desamor y la fe en la incertidumbre. Rompe mi vida en un círculo de fortuna desgraciado, donde el fracaso lleva escrito mi nombre.

Corazón no palpites, deja de trabajar, cada uno de tus movimientos tropieza con la espina de la muerte.

Mi pasado es el beso que se congela, la cama del sueño eterno, la onírica en sombras. No existe un tamaño que haga la medida perfecta para el pañuelo, moja mi llanto su superficie, lo hace mar.

Quizás el cangrejo se siga moviendo hacia los lados. Mi destino florece en un cementerio de polvo acerbo, que nutre a la oprobia bestia, y a la serpiente que se arrastra.

Qué plegaria dicen los musulmanes, católicos o budistas. Van hacia la Meca, Jerusalén o el Tíbet. Siquiera el nirvana, el santo Padre untando el cuerpo de Cristo, o Mahoma encaminándome a la cima del monte Hira, ahogaría mi pena.

Un dragón echa fuego por la boca, porque nada más le queda, es su naturaleza. El león marino devora y la estrella de mar tranquila. El dolor se expresa como una obra maestra, con batuta o cincel del sentimiento esclavo de mi tortura.

A dónde quedó el cadalso ¿es que mi cuello merece conectar los hombros con la cabeza? Ven verdugo, afila tu hacha que la sangre se solidifica y adolecen las venas. Tomates arrojados a mi cara, colérica demostración de odio. Pueblo que acusa cuando el delincuente ansía la escapatoria, pero que perdona en demasía cuando el tirano quiere la cuerda.

Si dices las letras del abecedario eres inteligente, si rompes un porrón torpe. La política crea escapatorias idealistas para los charlatanes. Un día les parece estupendo que la naranja cuelgue, otro rechazan su sabor.

Si tienes monedas de oro todos te envidian, velan por tu caída. Basta que el facineroso te arrebate el tesoro y la chusma no te regala ni su atención. El triunfante es atendido por el impacto que le espera, al público le agrada ese tipo de espectáculo, ver como se elimina la alegría y nace la tristeza.

AngélicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora