Por más que Angélica lo intenta no puede establecer de nuevo la conexión con Cornelio a través de la música. Todos sus intentos son en vano, ninguna sonata le trae de regreso la presencia metafísica de su amado. Lo intenta con una lira, un arpa y un clarinete, pero fracasa.
Verdini desespera, grita con la fuerza de un huracán, trayendo las torturas terrenales al reino de los ángeles. Siente que su corazón es una copa de cristal que se rompe constantemente, una chispa que enciende la pólvora a explotar o un calvario de dioses infortunados que la torturan.
No soporta el tener y perder a su amor, es demasiado para su existencia, no cree posible aguantar la separación de Cornelio, él es su única vida, su luz, el norte de sus ojos, el rey de sus pensamientos. Las alas no le interesan, ser un ángel es una naturaleza ajena a su condición. El amor por Cornelio impide que despierte en ella esa renuncia y entrega. La trascendencia le es inocua, los planos son divergencias que se clavan como daga en sus venas, el estar acompañada de seres divinos no se compara con el ligero sonido de los pasos de Cornelio.
Respira profundo, intenta consignar la calma. Busca objetos con los que pueda identificarse y así no palpar el frío que nace de la cálida luz, el dolor que brota de la superación y el fracaso que se edifica en el logro utópico de la raza humana.
Corta las flores, avista desesperanza, colorea con la fragancia de sus llantos los espacios que camina. Moja con melancolía los musculosos cuerpos de los pegasos. Apática estancia, el futuro es cierto, no hay caminos, no hay vías, solamente una regla que la aleja de su sueño bello, de su meta perfecta o felicidad.
Ni lo bello del cielo, ni la gracia del quid, tampoco la paz que emanan las palabras de sus vecinos alegra el corazón mohíno de la mujer. Se percibe extraña, como un foráneo que visita una tierra donde ni siquiera habla el idioma de los demás, donde no saborea sus comidas ni entiende sus costumbres.
Para ella el cielo, el paraíso o la realización, se encuentra en la unión con Cornelio, a millones de kilómetros discordantes de su alma. En el suelo que se siembra, en el turbión, en el viento que provee de oxígeno, en el mundo donde existen las posibilidades, donde errar enseña y las penas son pasos que superar, no caminos a evadir o ignorar.
Todos quisieran estar en el entorno donde ella se posiciona, absenta de calvarios, envidias, traiciones y maldad; pero Angélica prefiere el torbellino de contradictorios que circunda a Cornelio, que continuar apartada de los arcoíris, nubarrones y árboles que lo oyen pasar.
Es como una estatua impelida por una quietud fluyente que no muestra el camino de regreso. Cada humano tiene una nueva oportunidad de retornar y aprender con una nueva personalidad los desvanes que en la vida pasada la azotaron, pero ella no, no tiene por qué convivir con esa causa, la absolución entera le fue entregada, bajo el precio de la renuncia de su amor.
Los serafines perdonan su incompetencia, los consejos de Fernanda la rondan; un buen gesto, una sonrisa amable, el tibio abrazo del contiguo. Todo perfecto pero imperfecto, es como el fuego que no calienta o el agua que no moja, el tiempo que no pasa; la lógica ilógica.
Cornelio se ahoga en el dolor, han pasado dos años desde aquel último encuentro, hasta el verde más intenso se le hace grisáceo, la pintura más artística le es una sepultura, la mañana despejada no le difiere a las cerrazones.
Se esfuerza en escuchar el cántico de los pájaros para conseguir a su amada, pero es el bullicio atolondrado de pajarracos lo que encuentra. Se arrodilla en el cielo mirando las estrellas como el insecto que se acerca a una lámpara y se ciega con sus centelleos. Un simple resfriado, la toz, la pulmonía, el joven enferma.
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Angélica
RomanceAngélica y Cornelio sentirán el más profundo amor, juntos vivirán el clásico amor de almas gemelas; sin embargo, deberán luchar contra múltiples trabas para poder consumarlo. Disfruta esta maravillosa historia romántica, sumérgete en un mar de esos...