Capítulo 15

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Angélica llena una hidria con agua y la traslada a los establos, pues le fue encomendada la tarea de limpiar a los pegasos. Para llevar a cabo esta labor es preciso cantarles a los corceles, que se comportan mansos al escuchar la música que suena en las cuerdas bocales de la doncella.

Las amarras han desparecido para probar la fortaleza de la damita ante la tentación. Si ejerciendo su trabajo renuncia a las pretensiones de huida, estará dando un paso cercano a la trascendencia.

Nadie la vigila, es imperativo que su libre albedrío sea su cicerone. La confianza que se le imparte la llena de pujanza. Su fin es alcanzar el grado de ángel para convivir con Cornelio.

No pasa por su mente ni el más mínimo rastro de rebelión. Al completar el trabajo con los animales, se dirige al jardín de todas las flores y elabora coronas para las sienes de los serafines. Estos ángeles son de mayor grado, no se dejan ver, y tiene la tarea de dictar los destinos de cada persona.

Los serafines escriben con tinta dorada el destino de cada humano. Si la tinta se convierte en frases de cristal la persona habrá superado la prueba, si en cambio se transforma en negro azabache, ha fracasado y debe seguir intentándolo.

Los dictámenes de los serafines están en consonancia con el hado o cosmos universal. Para los más eruditos, estos personajes son transcriptores de la voluntad divina, propósito que debe cumplirse si se quiere alcanzar el amor y la paz.

Es preciso saber que estos dictámenes no siguen un ordenamiento estricto, los serafines son seres puros, flexibles, de fácil perdón y de gran amor. Su trabajo es establecer los modos propicios para la trascendencia del hombre. La libertad es importante, la protección fundamental y el aprendizaje básico.

Angélica intenta confeccionar las diademas de forma perfecta para cautivar a los serafines y de este modo conseguir una entrevista. Realiza guirnaldas de flor de borraja, malvas silvestres, narciso amarillo, jara pringosa, gladiolo silvestre, flor de la pasión, centaurea montana, silene roja, jara blanca; la orquídea, la margarita, el clavel y muchas otras.

Los serafines se maravillan con la estética de las tiaras. Como conocen que es una mujer la que se divierte con este arte, manifiestan un amor más profundo por la raza humana. Sus corazones consienten la esencia de Verdini con lluvias de colores y sueños bellos.

Teobaldo el serafín de la paciencia, se presenta ante Verdini vestido de seda dorada y una guirnalda de Jacinto. Se dice que cada uno de estos seres representa una virtud, hay el serafín del amor, cordura, paciencia, humildad, razón, fortaleza, firmeza, esperanza, perseverancia... ángeles que inspiran ética en la humanidad.

Angélica que estaba cortando flores para las coronas, deja su labor y mira a Teobaldo directo a los ojos. Su impresión es la de unos cristalinos pacíficos, capaces de detener en seco la más cruenta de las guerras, y convertirla en un grata estancia de seres pacifistas.

Verdini sostiene los ojos de aquel ser utópico, mientras siente la transformación de sus átomos en pigmentos apacibles; aptos para una quietud tan inmejorable que soportaría el grotesco estrés.

Teobaldo se ahinoja y toma las ruborizadas mejillas de la damita. No pronuncia ni una sola sílaba, deja que la mudez absoluta y la supresión del juicio dominen la existencia de la mujer. Equilibra cada fragmento díscolo de su cuerpo, cada pensamiento o moción azorada. Se pone de pie, desprende alas frondosas de su espalda y desaparece.

Angélica se realza como una manifestación sin pensamiento ni acto huraño. Todo fluye con la fuerza del Divino, con su halito eterno, y su timbre. Es como la piedra que se sostiene en el verano o en la borrasca, como la oruga que espera inmóvil en su capullo, o la luz que se deja absorber por la fotosíntesis.

AngélicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora