Capítulo 5

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Sentada sobre el tronco partido de uno de los árboles que bordean la entrada a las cuevas elevo mi mano extendida.

— Quietos... ¡Bien! ¡Muy bien! —felicito a los pequeños lobos que de forma obediente permanecen sentados frente a mí —. Eh, Eco, te estoy viendo.

Eco, con el extremo final blanco de su cola resaltando sobre el resto de su cuerpo teñido de gris oscuro, rápidamente deja de intentar morder la oreja de su hermano Ruddy, una bola de abundante pelo rojo, y retorna sus ojos hacia mí. Los lobos de casi seis meses de edad aguardan mi siguiente comando.

— ¡Abajo! —transformo mi mano en un puño y lo deslizo hacia el suelo. Los lobos flexionan sus extremidades delanteras y se tumban —. Leah vas tarde.

Leah es la más pequeña del grupo y por lo general le cuesta seguir el ritmo. Su color canela contrasta con el plateado de Delta quien en ningún momento aparta los ojos de mi puño. Mantengo mi mano durante unos segundos contra la tierra poniendo a prueba el tiempo que son capaces de aguantar en esa posición. Eco se remueve inquieto.

— 3, 2, 1... ¡Arriba! —los cuatro saltan sobre sus patas como si hubiese sido la tortura más horrible de sus vidas. Me río divertida y le lanzo a cada uno de ellos un trozo de carne cocinada al fuego, me niego a que la coman cruda.

De repente, una cadena de aullidos rompe la armonía y tranquilidad de la zona. Los pequeños lobos salen disparados hacia el interior de la cueva al igual que algunos adultos, mientras que otros aguardan en el borde del bosque con inquietud. Corro hasta colocarme al lado de Ojos azules que al igual que los demás se mantiene a la espera.

Vhalo es el primero en irrumpir en el lugar saltando por encima de unos arbustos. Sus pesadas patas se deslizan por la tierra y tras él aparecen dos lobos más arrastrando a un tercero. A su paso va dejando un reguero de sangre oscura mientras los lobos se esfuerzan por sacarlo del bosque con la única ayuda de sus dientes. Una herida producida por un arma de fuego capta mi atención desde uno de los laterales de su abdomen.

Me abro paso entre los lobos que rodean la horrible escena y me dejo caer de rodillas junto al lobo herido. Varios de sus compañeros me gruñen con desconfianza y recelo.

— Está perdiendo mucha sangre —me dirijo a Vhalo ignorando a los demás —. Hay que sacar la bala y parar la hemorragia o morirá.

De forma rápida y hábil rasgo la parte baja de mi camiseta consiguiendo una porción abundante de tela limpia. La doblo varias veces y la coloco encima de la herida que no deja de sangrar.

— Necesito agua limpia y... —las palabras mueren en mis labios cuando por primera vez fijo mis ojos en el lobo herido bajo mis manos y descubro que se trata de él. El que convierte mis sueños en pesadillas, el que me hace temblar cuando se encuentra cerca, aquel cuyas garras están marcadas en mi piel. Mi pecho sube y baja cada vez más rápido. La confusión nubla mi mente sin poder apartar los ojos de su cara en completo sufrimiento. La razón me aconseja dejarlo morir. Todos mis problemas se solucionarían. Muerto el perro, se acabó la rabia. Los sonidos a mi alrededor desaparecen al igual que el resto del mundo. Sólo estamos él y yo en este momento detenido en el tiempo. El lobo de pelaje pardo, ahora teñido por su propia sangre, me mira con las pocas fuerzas que le quedan y cuando me descubre a su lado, la resignación y el conocimiento de que este es su final le hacen cerrar los ojos a la espera de que llegue. Miro mis manos manchadas de rojo y me doy una bofetada mental. ¿Quién soy yo para elegir que su vida acabe aquí y ahora? —... algo afilado. El objeto o la piedra con el borde más afilado que puedas encontrar.

Vhalo sale disparado seguido por varios lobos para buscar lo que necesito. El tiempo transcurre lento mientras aguardo paciente su retorno. Un tarro viejo que yo he estado utilizando durante estos meses es depositado a mi lado seguido de una piedra plana y filosa.

— Esto servirá

Sumerjo mis manos en el agua tibia y las lavo con fervor. A continuación, hago lo mismo con la tela que he estado usando para intentar contener la sangre y con la piedra. Por suerte he hecho esto antes por extraño que parezca. Procedo de un pueblo pequeño de cazadores. La venta de pieles y canales es lo que nos da el sustento para continuar viviendo en un lugar tan remoto y apartado. Nuestro aislamiento es tal que carecemos de un médico y, a base de intento y error, hemos aprendido a valernos por nosotros mismos. Fui yo quien ayudo a mi padre cuando este se disparó por accidente en el pie y recordando sus enseñanzas de aquel día dejo que mis manos se muevan con fingida seguridad.

Limpio la herida con abundante agua eliminando cualquier resto de suciedad y sangre que entorpezca mi visión. El agujero es demasiado pequeño como para introducir mis dedos y buscar la bala. Previendo semejante problema, hago un corte en el borde agrandando la apertura. Introduzco mis dedos en el interior de la herida y me abro paso en su cálido y pringoso interior en busca del pequeño fragmento. Cierro los ojos con concentración mientras guío mis dedos y los abro de golpe al encontrar por fin la bala. La saco lentamente con temor a que provocar más daño. El lobo inconsciente desde el comienzo permanece inmóvil bajo mis manos y compruebo el pulso en su arteria Femoral suspirando cuando lo siento débil, pero constante.

Dejo caer la bala dentro del cazo con agua y, volviendo a humedecer el paño, limpio la herida de nuevo.

— Tú —con el corazón en la boca y nervios a flor de piel señalo al primer lobo que veo y le pido que se aproxime. Este me mira desconcertado y busca a Vhalo quien parece explicarle lo que quiero de él. Dubitativo, el lobo acaba acercándose —. Necesito que coloques tu pata aquí ... eso es... no pongas demasiado peso, simplemente no dejes de hacer presión.

Me alejo corriendo mientras dejo al lobo manteniendo la tela sobre la herida. Es difícil hacer esto cuando no tienes manos humanas para ayudarte, pero lo estoy intentando lo mejor que puedo. Entro en la cueva y me dirijo a la zona que suelo considerar como mi "territorio". Con el paso del tiempo he ido recolectando cosas que me eran de utilidad. Desordeno todo en busca de una pequeña aguja que fabrique con madera rígida y algo de cuerda fina. Cuando lo tengo todo corro de vuelta. El lobo no se aparta hasta que se lo indico. El flujo de sangre ha disminuido notablemente y me dispongo a coser la herida.

Al acabar me dejo caer sobre mi trasero más agotada que nunca. Acabo de salvar al que estuvo a punto de ser mi ejecutor.


Próximo capítulo

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Señora de los lobos © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora