Escena extra ("Confesando la verdad")

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Actualmente, mi embarazo ha progresado hasta su cuarto mes y cada día que pasa se me nota más. Pronto la gente va a empezar a preguntarse el porqué de mi reciente obsesión con las chaquetas anchas cuando siempre he tratado de llevar mis brazos al descubierto para sentir la brisa en mi piel cubierta por las marcas de unas garras.

Hoy he decidido que ya lo he retrasado lo suficiente y es por ello que me encuentro en casa de mis padres. Sentados alrededor de la mesa de la cocina trato de masticar los guisantes de la cena a pesar de que los nervios revuelven mi estómago matando así mi apetito.

— ¿No tienes hambre, cariño? —pregunta Melania Tayen, mi madre, observándome con perspicacia a mi derecha —. ¿Va todo bien?

— Si te has cansado de vivir en el bosque puedes volver inmediatamente a casa —interviene mi padre sentado a mi izquierda.

¡Christopher! —exclama mi madre indignada dejando su arrugada servilleta con fuerza sobre la mesa provocando el tintineo agudo de los platos y vasos —. Me habías prometido que dejarías el tema.

Mi padre coloca las palmas de sus manos sobre la madera deteniendo así la vibración y mira a mi madre con intensidad.

— Lleva meses ahí fuera rodeada de bestias y pasando Dios sabe cuántas penurias. Creo que ya ha dejado claro su punto... ¡Tiene la tregua que quería!

Los labios de mi madre se presionan con fuerza claramente molesta por la actitud de mi padre.

— Habíamos quedado en que no la presionaríamos. Amara volverá a casa cuando ella lo desee, ya es una mujer adulta.

Sus voces se vuelven cada vez más elevadas avecinando una fuerte discusión, así que me veo obligada a intervenir para calmar las aguas antes de que se desate el vendaval. Me aclaro la garganta y, entonces, recuerdan que sigo ahí sentada junto a ellos.

— Cuanto lo siento, cariño —se disculpa mi madre inmediatamente con su rostro inundado por la vergüenza —. No queríamos hacerte sentir incómoda, ¿verdad, Christopher?

Mi padre se encoje ante la mirada que le lanza mi madre y refunfuña de forma baja. Melania resopla.

— No puedo volver a casa — confieso tras unos minutos de incómodo y denso silencio.

— ¿Cómo que no puedes? — pregunta mi padre frunciendo el ceño y girando todo su cuerpo sobre la silla para prestarme atención.

Suspiro. Sabía que esta conversación no sería fácil. Lo que he venido a decirles no va a gustarles.

— ¿Amara? —susurra mi madre cada vez más preocupada cuando no contesto a la pregunta.

— No puedo dejar la manada

Mi postura es recta sobre la silla mientras me enfrento a la penetrante y confusa mirada de mis padres. Mi pelo está recogido en una larga trenza que cae siguiendo el contorno de mi hombro por delante de la pesada chaqueta que cubre mi tronco.

— ¿Por qué no? —pregunta mi madre girándose también en su silla.

Trago saliva.

— Un alfa no puede abandonar su manada —respondo tratando de mantenerme serena.

Al principio nadie dice nada. Se crea un silencio demasiado denso y cortante, después mi padre estalla.

— ¿¡Qué tonterías estas diciendo, Amara !? ¿Alfa? El alfa de esos lobos es esa horrible bestia blanca llena de cicatrices, ¿cierto?

Mis manos se tornan en puños sobre mis muslos bajo la mesa.

Vhalo

— ¿Qué? —pregunta él.

Señora de los lobos © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora