Capítulo 19

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Cojo las llaves que cuelgan de un pequeño gancho junto a la puerta y me precipito hacia el exterior. Me detengo en el porche mirando el suelo encharcado, como una idiota, al haber olvidado la fuerte tormenta que está teniendo lugar. Grandes nubes oscuras cubren el cielo ocultando completamente cualquier atisbo de su habitual color azul. El sonido abrumador de las pesadas gotas de lluvia se entrelaza con la cadena de mis desordenados pensamientos provocando que apenas sea capaz de concentrarme. Tirito debido a la humedad que cala insidiosamente en mis huesos.

¡Amara!Milo agarra mi brazo impidiendo que me lance fuera del cobijo que proporciona el pequeño porche —. ¿A dónde vas? ¿¡Estás loca!? Está lloviendo a mares.

— Tengo que hacer una cosa —lo necesito, en realidad.

Su ceño se frunce.

— Iré contigo

— ¡No! —niego apartándome de su agarre —. Es algo que debo hacer yo sola. Por favor, espérame aquí. Volveré pronto.

Ni siquiera le doy tiempo a protestar. Corro bajo la lluvia acompañada por el tintineo de las llaves que mis dedos agarran con fuerza. Las introduzco en la cerradura y me cuelo dentro del gran coche todoterreno de imponente carrocería plateada. El asiento se ennegrece cuando se moja por el continuo goteo de mi cabello y de mis ropas empapadas. Atravieso el pueblo con cuidado de no atropellar a nadie. La lluvia es tan intensa que reduce mi visibilidad y lo único que veo es la imagen borrosa y aguada de lo que parecen casas y calles vacías. El parabrisas se mueve de lado a lado a máxima velocidad.

El camino se vuelve inclinado conforme subo en dirección al bosque. La irregularidad del terreno cubierto de baches me hace saltar en el asiento mientras intento mantener el coche recto. Mi respiración es acelerada al igual que el incesante bombeo de mi corazón conforme me aproximo cada vez más y más a la inmensa línea de árboles que se extiende en lo alto.

Casi en el borde, de repente, el coche se queda atascado. Piso el acelerador con insistencia, pero las ruedas giran sobre sí mismas incapaces de avanzar.

— Mierda —golpeo el volante con ambas manos llena de rabia.

Apago el motor y abro la puerta. Fuera la tromba cae sobre mí como si quisiese ahogarme. El agua terriblemente fría cubre cada centímetro de mi cuerpo e intentando al menos mantenerla fuera de mis ojos, me coloco la capucha de mi gruesa sudadera negra sobre la cabeza. Se crea una pequeña barrera que me permite mantener los ojos abiertos y, entonces, veo como las ruedas del todoterreno han quedado varadas en un mar de barro espeso.

Presiono los dientes con fuerza y empiezo a correr abandonando el vehículo pues no tengo tiempo que perder. La fuerza de la lluvia me dificulta el avance. Sin embargo, no permito que me venza y continúo moviéndome hacia delante. Por suerte, ya estaba casi en las inmediaciones del bosque cuando el coche se ha quedado atascado y no tardo demasiado en adentrarme en su inmensidad. Bajo las espesas copas de los árboles, la lluvia parece caer con menos fuerza y consigo moverme más rápido esquivando arbustos y prominentes raíces que surgen de la tierra.

Por un momento creo estar reviviendo la noche en la que estuve a punto de morir, pero esta vez no huyo con la intención de escapar del bosque, sino que corro con determinación y sin miedo hacia él.

¡Amara! — me detengo sorprendida al escuchar mi nombre a mi espalda —. ¡Amara!

Alguien se aproxima corriendo hacia mí. Cuando me alcanza, lo reconozco inmediatamente.

— ¡Te he dicho que te quedaras en casa! —grito por encima del fuerte sonido de la lluvia.

— Estas loca si piensas que voy a dejarte sola —responde Milo claramente enfadado —. Pero, ¿qué estás haciendo, Amara? Alguien acaba de morir aquí fuera y a ti no se te ocurre otra cosa que correr directamente hacia el peligro. ¿Es qué has perdido la cabeza?

Señora de los lobos © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora