Capítulo 30

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El ambiente es tan tenso y espeso que podría cortarse con un cuchillo desprovisto de filo. Avanzo lentamente mientras Ojos azules me sigue de cerca. Los lobos me lanzan extrañas miradas y sonidos con cada paso que doy, pero mi atención está puesta únicamente en Vhalo pues de él depende lo que pasará a continuación.

— Esto ha llegado demasiado lejos —hablo en voz alta para que todos puedan escucharme —. Nadie tiene que morir hoy. Los lobos no mataron la Galindo. Lo hizo el oso y de no ser por ellos muchos de nosotros no estaríamos aquí ahora.

Algunos de los presentes agachan la cabeza sabiendo que no me equivoco. De no haber aparecido Ojos azules y Ryker cuando lo hicieron, no sólo yo estaría muerta, sino que muchos otros habrían caído intentando acabar con la temible bestia. Por otro lado, unos cuantos me observan como si hubiese perdido la cordura.

El arma de Letha se mantiene suspendida en el aire a medio camino del suelo. En su rostro se refleja a incredulidad mientras recorre con la mirada el gran número de lobos que me rodea y que parecen haberse convertido en estatuas latentes. Los ojos de Christopher Tayen, mi padre, se mantienen fijos en mí sin decir ni una sola palabra.

Entonces, me doy cuenta de lo que debo hacer. Bajo la atenta mirada de Vhalo y los demás abro mi chaqueta. Me trago un gemido de dolor cuando al deslizarla fuera de mis hombros, éstos crujen resentidos por el fuerte golpe que antes he recibido. La pesada prenda cae al suelo, pero no me detengo ahí. Ante la confusión de muchos me deshago también del fino jersey que llevaba debajo. El aire ligeramente frío golpea la piel desnuda de mis brazos. Mis pulmones se expanden como si llevase mucho tiempo sin poder respirar correctamente.

De repente, me doy cuenta de que los gruñidos de Ryker se han silenciado. Al mirarlo descubro su penetrante mirada en mis brazos, donde las marcas de sus garras yacen grabadas. Cuando se percata de que lo estoy observando, la molestia aparece en sus ojos y gira la cabeza con brusquedad.

Suspiro. Supongo que nunca podré caerle bien del todo.

— Estuve a punto de morir una vez... —hablo de nuevo pasando la mirada por las caras de cada hombre y mujer presentes —...en este mismo bosque y bajo el ataque de estos lobos.

Extiendo los brazos abarcando los mortíferos animales junto a mí y los ojos de los presentes caen sin remedio sobre las profundas cicatrices que se prolongan desde mis hombros hasta la mitad de mis antebrazos.

— Podrían haberme matado, no —niego rectificando mis palabras para que sepan toda la verdad —. Iban a hacerlo. Era una intrusa en su territorio, ¿qué otra cosa cabría esperar?

— Pero estás viva —murmura entonces Letha sin apartar sus ojos ni un momento de mí.

Sonrío.

— Sólo porque un lobo de un pelaje tan blanco con la nieve decidió perdonarme la vida — Vhalo muestra los dientes enfurecido con la atención que recibe de repente —. No sé por qué lo hizo. Tal vez... nunca sepa realmente la razón por la que los detuvo.

Es una pregunta que siempre ha rondado mi mente, pero que nunca me he atrevido a realizar. El color rojizo de los ojos del alfa se aclara ligeramente mientras escucha con atención mis palabras cargadas de convicción.

— Me salvó y me dió una segunda oportunidad para vivir

Ojos azules se aproxima más a mí pegando su cuerpo a mis piernas. El calor que desprende atraviesa mis pantalones vaqueros y lo miro agradecida pues mi piel expuesta estaba empezando a enfriarse provocando leves temblores. Deslizo mis dedos entre su oscuro pelaje y escucho a mi alrededor los susurros de asombro que conllevan mi confiada acción.

Señora de los lobos © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora