Capítulo 28

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Jamás había visto un oso tan grande. Ni siquiera pensé que podían llegar a alcanzar semejante tamaño. Me siento como un conejo asustando frente a él.

Su pelo es más negro incluso que el de Ojos azules. Espeso y grueso, parece absorber la luz que lo rodea creando un halo oscuro y siniestro que envuelve su enorme cuerpo. Sólo sus ojos amarillos y sus afilados dientes teñidos por la sangre destacan en la inmensidad redondeada de su rostro.

Nada más empezar a correr sé que no tengo ninguna oportunidad. El oso se lanza tras de mí y en apenas un salto consigue alcanzarme. Sus garras rozan mi espalda rasgando las sujeciones que mantenían el arma fija. Me lanzo al suelo deslizándome sobre mi cadera para así conseguir un poco más de distancia que me aleje de sus mortíferas uñas. Me agazapo tras el grueso tronco de un árbol pegando mi espalda a su áspera corteza con el corazón a mil por hora. Escucho los disparos tras de mí y observo con desesperación mi escopeta tirada sobre la tierra que se hunde bajo el peso de sus pesadas patas.

— Mierda —murmuro con los dientes apretados e intentando controlar mi agitada respiración.

Una gota de sudor se desliza por mi frente cayendo sobre mi ojo. Me limpio la cara rápidamente con la manga y mi estómago se retuerce cuando descubro que no es sudor sino la sangre que antes me ha salpicado.

El fuerte rugido que el oso emite de repente me sobresalta. Me agarro al árbol intentando deshacerme del miedo y trato de ver qué es lo que está ocurriendo. Escondida tras el tronco del árbol descubro a varios cazadores que desde no muy lejos disparan a la bestia. Una de sus balas, sin previo aviso, golpea la corteza y me agacho con el corazón desbocado. A pesar de que su puntería es buena y el oso increíblemente grande, no muchos de los disparos alcanzan el objetivo e incluso aunque lo hagan, las balan no parecen hacerle nada. Son como minúsculos alfileres que se clavan en la parte superficial de su cuerpo dejando aflorar un poco de sangre que rápidamente se seca.

El oso se lanza entonces contra ellos olvidándose de mí y salgo rápidamente de detrás del árbol para recuperar mi arma. Mis manos tiemblan cuando la sostengo. Al ver que el animal se les viene encima, los cazadores se dispersan en todas las direcciones intentando rodearlo.

Súbitamente, a mi lado aparece Milo.

¡Amara! ¿Te encuentras bien? —exclama asustado mientras escanea mi cuerpo buscando algún tipo de daño o lesión.

— Estoy bien —lo tranquilizo intentando regular mi agitada respiración.

— ¿Y la sangre? —pregunta al observar mi manga machada de rojo oscuro.

— No es mía —respondo sin poder apartar los ojos del oso cuyas garras se hunden en la corteza de los árboles como si éstos fuesen de papel.

— Supongo que tenías razón —dice él de repente captando mi atención —. No fueron los lobos quienes mataron a Galindo.

— Si... —murmuro —. ¡Cuidado!

Empujo a Milo con todas mis fuerzas y me impulso hacia atrás justo cuando el oso se lanza de nuevo contra nosotros. Milo dispara su arma desde el otro lado y el oso gruñe dejando salir el aire fuertemente por sus amplias fosas nasales. Una nube de polvo se eleva desde la tierra mientras los disparos siguen. No importa cuántas balas penetren su cuerpo o cuantos cartuchos caigan al suelo, sus movimientos no disminuyen.

Desesperada, veo como el tiempo que Milo gasta para recargar su arma es aprovechado por el oso que acorta la distancia que los separa creando una situación realmente peligrosa. Milo retrocede lo más que le es posible, pero entonces cae. Sus pies resbalan y se derrumba sobre la tierra. A tan sólo unos centímetros yace el cuerpo sin vida del cazador mutilado. Su sangre se acumula en el suelo mezclándose con la saliva que el oso ha derramado para crear una resbaladiza trampa. La gran bestia se acerca a él con paso lento mientras en sus ojos brilla el instinto asesino.

Señora de los lobos © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora