Epílogo

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3 AÑOS DESPUÉS

Suspiro con alivio al escuchar como el constante e intenso zumbido que he estado escuchando durante días se detiene por fin.

— Está hecho —comenta Dina con satisfacción a mi espalda —¿Quieres verlo?

— Sí —respondo impaciente.

Dina se ríe divertida por la urgencia que tiñe mi voz y después me tiende un pequeño espejo de marco dorado. Lo elevo a la altura de mis ojos deslizándolo ligeramente hacia un lado. Lo que veo en su reflejo me deja sin aliento.

— Es perfecto —susurro emocionada y una gran sonrisa llena mi rostro.

Estaba preocupada por si no quedaba como yo lo había imaginado tantas veces en mi mente, pero sin duda alguna Dina ha conseguido plasmar mi idea de forma increíble.

— Claro que lo es —responde ella orgullosa elevando su fina barbilla. Varios mechones de su cabello rubio se escapan de su desordenado moño con el suave movimiento, dándole así ese aspecto creativo y virtuoso que tanto la caracteriza —. Soy una artista.

Me doy la vuelta y la abrazo con fuerza. Dina se mudó hace un par de años al pueblo. Ella es algo diferente a la gente que suele vivir en este remoto y aislado lugar. Una tatuadora en medio del bosque armada con lápices, folios, agujas y tinta de todos los colores, en lugar de las escopetas y cuchillos que portan los cazadores con los que convive día tras día.

— Gracias

Cuando me separo, ella está sonriendo, aunque su expresión es algo tensa y sus ojos no dejan de saltar entre mi rostro y lo que hay a mi espalda.

— Relájate. Eres una invitada —le recuerdo colocando mi mano sobre su hombro —. Ellos no te harán nada.

Durante estos años el acuerdo entre cazadores y lobos ha funcionado sin mayores problemas que algún despiste o leve accidente. Cada situación se ha podido resolver de forma amistosa entre las dos partes y, por ello, ahora es posible entrar en el territorio de la manada siempre y cuando uno de los dos alfas te conceda el permiso.

Observo el gran número de lobos que descansan a pocos metros sobre la abundante vegetación que parece brillar bajo los cálidos rayos del sol de mediodía. Al ver tales animales, magníficos y tremendamente imponentes, mi pecho se llena de una conocida sensación de agradable calidez. Tantas veces la he sentido e incluso así sigue causando en mí la misma sensación de paz.

Eco, que permanecía tranquilo junto a los enormes árboles de corteza cenicienta, se levanta abruptamente al quedar su atención atrapada por el ágil vuelo de una diminuta mariposa de coloridas alas. Su pelaje gris oscuro desaparece rápidamente entre la vegetación, siendo la punta blanquecina de su cola lo último en desvanecerse para perseguir al inocente insecto que es incapaz de ignorar. Incluso con lo grande que el lobo es ahora, nunca deja de sorprenderme lo joven que su carácter le hace parecer.

Delta resopla de forma pesada y brusca a mi derecha, claramente molesto por el comportamiento descuidado e hiperactivo de su compañero. Su rostro plateado lleno de seriedad se gira en mi dirección como si estuviese pidiéndome disculpas y yo niego con mi cabeza haciéndole saber que no hay nada que ellos hayan hecho mal. Junto a él se encuentra otro miembro de la manada, Ruddy, que parece estar completamente dormido entre las finas briznas de hierba y las pequeñas flores amarillas que brotan entre ellas. Es un espectáculo ver la tonalidad rojiza de su pelaje, similar a los pétalos tostados de las amapolas, fundirse de esa manera con la fascinante naturaleza que nos rodea.

Leah se sitúa algo más alejada, justo donde lo árboles comienzan a hacerse más numerosos, como si quisiesen cerrarse a nuestro alrededor creando una impenetrable barrera. Está sentada con su espalda recta y con los ojos clavados atentamente en la joven mujer humana junto a mí. La desconfianza de la loba es evidente haciéndome suspirar al recordar todos mis fallidos intentos por hacerle abandonar esa actitud.

Señora de los lobos © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora