Capítulo 24

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Deslizo la cremallera lo más arriba que puedo afianzando el cuello de mi chaqueta de tela. La mordedura de Vhalo marca mi piel. Es apenas visible, pero sería difícil de explicar por lo que intento ocultarla lo mejor que puedo. ¿Quién hubiese imaginado que algo así pudiese atravesar mis sueños para alcanzar la realidad?

Camino rápidamente sobre la grava que cruje bajo mis zapatillas de montaña. Es pronto en la mañana y hace algo de fresco, por lo que avanzo con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta con cuidado de no meter el pie en un charco y acabar cayendo. Los días de lluvia parecen haberse detenido y sol brilla tímido en lo alto de un cielo en el que todavía queda el rastro de alguna nube oscura.

Abruptamente, me detengo porque frente a mí pasa una camioneta blanca cuyo conductor me lanza una mirada de odio y que después desaparece entre las casas de madera para no volver. Thomas se marcha por fin de este pueblo donde todo el mundo lo repudia. Piensa buscar suerte en la costa como pescador. Me gustaría decir que le deseo buena suerte, pero estaría mintiendo. Espero que se precipite por la borda de algún barco y se atragante con el agua salada del embravecido mar.

Tras conseguir aplacar mis pensamientos homicidas cargados de rencor, me dirijo hacia la única taberna que hay en el pueblo y en la que está teniendo lugar una reunión importante. Empujo la pesada puerta con ambas manos y me adentro en la habitación que probablemente nunca había estado tan llena. Mujeres y hombres, todos ellos cazadores entre los que se cuela algún que otro curioso, se dispersan por el interior del bar ocupando hasta el último espacio. Algunas cabezas se giran a mi llegada. Los susurros ya no son tantos como solían ser, pero todavía quedan vecinos impertinentes que no soltarán el hueso tan fácilmente.

Localizo a Milo entre los asistentes y me dirijo hacia la esquina en la que se encuentra.

— Lo siento, llego tarde —me disculpo colocándome a su lado con la espalda apoyada en los paneles de madera oscura que cubren la pared.

— No te preocupes. Hace apenas cinco minutos que ha empezado —me tranquiliza con una sonrisa.

Un vacío se crea en mi pecho al ver su inocente expresión. Culpa, un sentimiento que no debería sentir al no haber hecho nada malo, pero que no puedo evitar debido al aprecio que siento por Milo. Después de todo hubo un tiempo en el que lo quería y, aunque ahora no sienta lo mismo, no quiere decir que ya no me importe.

— Bien —murmuro apartando la mirada pues soy incapaz de sostener la suya por la improbable creencia de que podrá saber lo que ha ocurrido si trata de adentrarse en mi mente a través de mis ojos.

En el centro de la sala hay cuatro mesas juntas sobre las que se despliega un enorme mapa. Inmediatamente reconozco lo que sus líneas y colores dibujan. Un punto rojo que indica donde nos encontramos se encuentra en la parte baja del plano amarillento y, por encima, ocupando toda la zona superior, se extienden los cientos de kilómetros de bosque.

— ...para cubrir más terreno nos dividiremos en tres grupos de doce personas cada uno — Letha, la cazadora que conocí el otro día en el bosque y que parece ser la principal oradora de la reunión, continúa con lo que estaba explicando antes de que mi llegada la interrumpiese —. Por orden, el primer grupo se dirigirá hacia el oeste, el segundo inspeccionará la zona central y el tercero se alejará hacia el este por donde se extiende la mayor parte del río.

Sus manos se van moviendo sobre el gran mapa con soltura mientras indica las posiciones y la distancia que cada uno de los grupos debe recorrer. Mi corazón se acelera de forma involuntaria cuando su dedo índice señala el oeste pues la mayor parte del territorio de los lobos cubre esa zona. En mi mente aparece la imagen de las intrincadas galerías de cuevas... su hogar.

Señora de los lobos © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora