Capítulo 22

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Mis pies descalzos se deslizan entre la hierba fresca de forma lenta y pausada. Los árboles se cierran a mi alrededor y, aun así, no siento la presión de estar encerrada en un lugar pequeño o estrecho. Disfruto de la tranquilidad que se respira. No se escuchan ni el sonido de las hojas al ser mecidas por la suave brisa ni el piar de los pájaros que camuflados entre las ramas se mantienen ocultos.

Todo está en silencio en el mundo de los sueños.

Un vestido teñido del color de la sangre cubre mi cuerpo. Su ligera tela ondea con mi caminar deslizándose sobre la mitad de mis muslos donde acaba en corte recto. Tan suelto es el tejido que parece que en cualquier momento vaya a desprenderse de mi cuerpo de no ser por los finos tirantes que lo mantienen anclado a mis hombros. Mi cabello recogido en una sencilla trenza cae sobre mi espalda parcialmente descubierta.

Camino sin rumbo hasta que algo llama mi atención. Es un árbol distinto a todos los demás. No se alza queriendo alcanzar el cielo, sino que se erige próximo al suelo que está oculto bajo una manta de abundante vegetación. Sus ramas se abren en abanico a su alrededor, largas e intrincadas, y cubiertas por diminutas flores blancas parecen brillar en la sombra que los demás árboles proyectan. Su tronco cenizo da la impresión de ser antiguo, como si llevase incontables años allí olvidado.

Fascinada por tanta belleza extiendo mis dedos con la intención de tocarlo, pero al escuchar una conocida voz a mi lado me detengo.

Amara —bajo y rasgado, el susurro llega a mis oídos sin posibilidad alguna de confusión.

Vhalo.

— Márchate —respondo sin ni siquiera mirarlo y pongo de nuevo en movimiento mi mano finalmente alcanzado a las pequeñas flores blanquecinas. Deslizo mi pulgar en un suave círculo sobre sus pétalos que se sienten delicados y frágiles bajo mi tacto.

A pesar de que intento ignorar su presencia junto a mí, no puedo dejar de ser consciente de cada uno de sus movimientos y eso sólo me conduce a la ira. Qué casualidad que justo hoy aparezca finalmente. Un día después de haberlo visto en su verdadera forma, un gran lobo blanco que ignoraba mi presencia y, por consiguiente, me rechazaba.

— ¿Qué es lo que quieres? —acabo preguntando cuando se niega a moverse sin decir palabra alguna.

Mi subconsciente, inmerso en el deseo y la esperanza de que Vhalo aún me acepte, ha debido de materializarlo aquí para calmar mis heridos sentimientos. Algo que me hace sentir estúpida y débil.

— Hablar contigo y... —suspira en el medio de la frase —... disculparme.

Ahí está. Lo que con temor auguraba. La confirmación a mi falta de cordura.

Arranco una de las flores más pequeñas y observo con sorpresa como se marchita inmediatamente entre mis dedos. Acaba convertida en polvo fino y ligero que la brisa aleja hacia el descubierto cielo.

— ¿Disculparte? Claro — respondo de forma irónica. Me giro finalmente y lo enfrento —. ¿Por qué exactamente, Vhalo?

Amara, yo... —duda al escuchar mi tono de voz y al ver la expresión cargada de rechazo que mi rostro debe estar mostrando.

Río con desgana y me alejo un par de pasos no queriendo estar tan cerca de él. Esta extraña sensación que siento en mi interior y que no es nueva, sino que lleva acechándome desde mucho antes de descubrir su forma humana, no deja de tirar de mí en su dirección.

— Tú fuiste el que no dejaba de aparecer en mis sueños, una y otra vez, presionando. Y cuando finalmente cedo, ¿qué es lo que haces? Desapareces durante meses. ¡Te desvaneces como si nunca hubieses existido! —exclamo con rabia —. Me has hecho creer que no eras más que una invención de mi mente... que había perdido la cabeza. ¿Por qué harías algo así? ¿Por qué me hieres de esta manera?

Señora de los lobos © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora