XV

103 2 0
                                    

JAMES

   Miro la hora en mi teléfono, ya son las nueve y media de la mañana, hora de visitas. Cacheteo a Joseph para que despierte de una vez por todas, éste salta de la silla haciendo poses de karate y consigue todas las miradas de los aquí presentes a lo que sonríe avergonzado.

—¿Por qué has hecho eso? —pregunta sobándose la mejilla.

—Porque dormiste toda la noche y te perdiste de todo —respondo con una gran sonrisa.

—¿De qué hablas? —dice sin comprender a lo que le propino otra cachetada de felicidad— ¿¡Y esa por qué!? —grita haciendo un puchero, yo me encojo de hombros.

—Kate despertó mientras roncabas como morza resfriada, los cuatro están bien. Sí, has oído bien, ¡seré padre de trillizos! —grito y jalo de su brazo para entrar a la habitación de Kate.

Allí estaba ella, aún dormida. Me acerco lentamente para no asustarla, acaricio su mejilla dulcemente, ella abre los ojos sobresaltada y doy un paso hacia atrás; veo que algo no anda bien cuando sólo me observa como si no me conociera.

—Hola, cariño... —Me acerco con cautela.

—¿Quién eres? ¡No te me acerques! —responde asustada.

—¿No me recuerdas? Soy James, tu novio. Tuviste un accidente y estuviste en coma una semana, estás embarazada y adivina qué... ¡son trillizos! —exclamo con emoción pero su semblante es de pura confusión.

—¿Qué? Eso es mentira, yo a usted jamás lo he visto. ¿Y quién es él? —pregunta al notar la presencia de Joseph detrás mío.

—Cariño, él es Joseph, mi mejor amigo. Puedes decirle Joe, así le digo yo —respondo y ella asiente con la cabeza.

—De acuerdo. Ahora lárguense de aquí, no los conozco, lo lamento mucho señor James pero se ha equivocado de persona —dice mirándome con pena.

—No me he equivocado Kate, ¡eres mi novia! Todo esto es mi culpa, tú me encontraste con mi ex-novia, pero yo no hacía nada, ella sólo intentaba algo que jamás conseguirá. Yo salí a arreglar las cosas contigo y vi cómo sucedía todo... Lo lamento, creo que es mejor que no me recuerdes, no quiero causarte más daño, espero que me dejes ver a mis hijos... —me despido abriendo la puerta con lágrimas en los ojos, escucho su risa y me doy la vuelta incrédulo.— ¿De qué te ríes? —pregunto sin comprender nada.

—¿De verdad creíste que no te recordaba? ¡Eso sería imposible! Al menos dijiste la verdad, eres un idiota, pero te perdono. ¡Dulce venganza por lo de Verónica! —grita estirando los brazos para que la abrace.

—Eres mala —la acuso dándole un beso tierno en sus dulces labios.

—Esta mujer me agrada —comenta Joseph sentándose a un lado de la cama.

—¡Qué bien! Lamentablemente tú a mí no. Verás, mientras estaba inconsciente logré escuchar todas tus idioteces... —dice ella y mi amigo queda sin palabras, en cambio yo no aguantaba la risa ante tal comentario.

—Oh, bueno, es que yo... —comienza a hablar Joseph rascándose la nuca sin saber qué decir exactamente y Kate suelta una sonora carcajada que termina contagiándonos a ambos.

—Era una broma, sí me caes bien. Podríamos ser buenos amigos; después de todo, si no escuché mal, te quedarás un tiempo con nosotros, ¿verdad? Sería aburrido si no fueses idiotamente loco —bromea Kate.

Entre risas y abrazos entra el doctor junto a tres enfermeras, chequean que todo esté saliendo bien y nos avisa que dentro de cuatro horas vendrá una doctora para hacerle una ecografía.

—No puedo creer que sean tres —piensa Kate en voz alta mirando su vientre.

—Yo tampoco puedo creerlo. ¿Y al ser tres es normal que ya estés tan gorda? —bromeo y ella pone cara de horror.

—¿Estoy gorda? Oh por Dios, no me miren —dice apenada.

—Mentira cariño, estás hermosa. Y si engordas me gustarás de todas maneras, además serían unos bellos kilos. ¡Venganza por tu venganza! —exclamo y ella suelta una carcajada.

—Bueno, creo que hago mal tercio, mejor me voy a casa, adiós —saluda Joseph y sale dejándonos solos.

Muchos besos y abrazos más tarde

Son las tres y estoy esperando ansioso a la doctora para ver a nuestros hijos, ella entra puntualmente.

—Buenos días, yo soy la doctora Janet Pauloski —se presenta sonriendo.

Janet pone un gel en el vientre de Kate y mueve una cosa sobre él mientras teclea algo en una máquina.

—Muy bien... aquí están sus pequeños, por lo que se ve están perfectos —comenta la doctora.

—No lo puedo creer —susurra Kate y una lágrima corre por su mejilla.

Yo sólo me la paso moviendo la cabeza de un lado a otro como un perro que no entiende, no logro descifrar las imágenes pero aún así estoy feliz.

—Listo, está todo en orden, ya mismo le comunicaré al doctor su estado y posiblemente puedan darle el alta muy pronto —informa la doctora y se marcha.

—Son hermosos, ¿los viste? —pregunta Kate muy emocionada.

—No logré descifrarlo, pero seguro que lo son —respondo rascándome la nuca.

—Yo tampoco, pensé que tú sí —dice riendo.

Nos besamos y platicamos durante horas, ya casi terminaba la hora de visitas y me sacarían de aquí en cualquier momento, así que decidí retirarme por mi cuenta.

—¿Puedes quedarte hasta que me duerma? —pregunta Kate haciendo un puchero con los labios.

—Por supuesto; me quedaría aquí todo el tiempo, pero no se puede así que esperaré en la sala hasta el próximo horario de visitas —respondo depositando un beso en su mano.

—No, quiero que vayas a tu casa y descanses bien, promételo —pide y yo asiento no muy convencido.

—De acuerdo, ahora duerme —digo y la acaricio hasta que queda profundamente dormida.

Antes de salir veo como dos enfermeras la sedan para que descanse bien durante toda la noche, no me gusta eso, pero dicen que es la mejor manera de mantenerlos estables.
Estoy por llegar a mi casa cuando me doy cuenta de que me he olvidado el teléfono en la habitación de Kate, así que pego la vuelta y voy lo más rápido posible.
Al entrar al hospital discuto con una enfermera para dejarme ingresar a su habitación, cuando al fin logro convencerla no doy crédito a lo que ven mis ojos, Verónica estaba allí intentando asfixiar a Kate con una almohada.

—¡Suelta eso maldita loca! —grito y ésta se sobresalta.

—James, yo... no te oí entrar... —Camina lento hacia la puerta en un mal intento de escape.

—Ah no, tú no te escapas —le digo agarrándola fuerte del brazo y arrastrándola hasta los de seguridad.

—¡Ésta loca estaba en la habitación de mi mujer queriendo asfixiarla con una almohada! —Se la entrego a uno de los de seguridad, éste sólo asiente y le coloca las esposas.

Tras ver en las cámaras de seguridad que lo que dije es cierto, se la llevan diciendo que permanecerá tras las rejas por un largo tiempo. Yo ahora no puedo volver a mi casa, debo estar atento a todo. Me quedo en la sala de espera hasta que vuelva a ser el horario de visitas para ver a Kate y el tiempo parece pasar más lento que de costumbre.

Mi Profesor de ViolínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora