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   Mamá y papá han invitado a Jughead a cenar en casa, así que cuando terminamos de comer el postre, decide que es hora de acompañarlo a casa.

—¿Seguro que no quieres quedarte a dormir, Jug? —le pregunta mamá con una tierna sonrisa.

—Segurísimo, Laurel —toma su teléfono y me arroja las llaves del auto, para atraparlas en el aire—. Dejaré que mi bonita C duerma tranquila, mañana tiene un examen y no quiero molestarla con mis ronquidos.

   Mamá asiente y se dirige hacia su habitación con una sonrisa de oreja a oreja. No lo dice muy seguido, pero ella ama que Jughead esté a mi lado, según ella, siempre apostó por nosotros, desde que andábamos en pañales.

 No lo dice muy seguido, pero ella ama que Jughead esté a mi lado, según ella, siempre apostó por nosotros, desde que andábamos en pañales

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—No me molestan para nada tus ronquidos, mi amor —paso mis brazos por su cuello, abrazándolo por detrás. Él me besa la mano y se da la vuelta para enfrentarme con una sonrisa—. Si soporto tus flatulencias luego de comer tacos, puedo soportar lo que sea.

   Él abre sus ojos a más no poder y suelta una risa avergonzada, tapándose la cara. Adivino, está ruborizado. La punta de su nariz queda entre sus manos y le doy un besito. Nos damos la vuelta para dirigirnos a la salida cuando siento algo, su gorro, en mi cabeza. Volteo la cara para observarlo y cierro la puerta.

—¿Alguna vez te confesé lo hermosa y sexy que te ves con mi gorro? —habla de un momento a otro, apretándome entre la puerta del conductor del Volvo y sus caderas—. Eres más que perfecta, C, y no te merezco.

   Acuno sus mejillas con las palmas de mis manos, esbozando media sonrisa.

—Oh, Jug, si tú no me mereces, ningún hombre en la faz de la tierra lo hace —explico, acercándome más a él—. Eres todo lo que siempre soñé, e incluso más.

   Él, feliz y revitalizado por mis palabras, apoya una de sus manos en mi cintura y la otra en mi nuca, atrayéndome a él

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   Él, feliz y revitalizado por mis palabras, apoya una de sus manos en mi cintura y la otra en mi nuca, atrayéndome a él. Yo subo mis manos y las dejo entre su sedoso cabello, dejándole el paso libre a su lengua en mi cavidad bucal. Pasan a lo largo de cinco minutos en donde nos besamos de forma descontrolada que me separo, con una expresión de súplica.

Daboia Russell |Jughead Jones|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora