Daboia Russell |Jughead Jones|

C |52|

   Me encantaría ser parte del musical, pero siendo sincera, tengo un poco de pena. Me avergüenza que alguien como yo al menos quiera postularse. Siento que de todas formas no me tomarían.

   Kevin me pidió ayuda, así que como accedí a encargarme de todos los maquillajes, nos encontramos en el escenario. Cabe decir que Jughead también está aquí, es el camarógrafo. Estamos destinados a permanecer tras bambalinas, al parecer. Aunque no me lo imagino siendo parte del elenco.

—Bienvenidos a Carrie, el musical —exclama Kevin, con ansias de ver cómo se llevarán entre actores. Fangs se acerca con su silla y se sienta a mi lado, sonriente. Según escuché, será la mano derecha de Keller en esta obra—. Okey, y ahora, las presentaciones.

—Soy Archie, haré de Tommy Ross. El vecino —cliché, cliché, cliché.

—Soy Betty —dice la rubia—. Haré de Sue Snell. La chica buena.

—Verónica Lodge, me toca hacer de la chica mala, Chris Hargensen —bueno, si tengo que opinar, el papel le queda bastante bien a su verdadera personalidad. Sin ofender a nadie.

   Mi amada Cheryl se levanta, orgullosa de sí misma. Algún día tendré ese autoestima, algún día... A quien engaño, tengo mis momentos de orgullo y creo que me veo exactamente igual.

—Soy Cheryl Blossom, haré el papel icónico de Carrie White.

—¿Quién hará de tu madre, Margaret White? —pregunta Ethel con bastante envidia. Se le nota a dos kilómetros.

—Pues yo —Juggie enfoca a la entrada y nada más ni nada menos que la diva de Alice entra en escena.

—¿Mamá? —Betty quiere esconderse diez metros bajo tierra.

—Espera, ¿en serio? —creo que Ethel se levantó con el pie izquierdo hoy por la mañana.

—Cálmate, sí, es poco convencional, pero para mí, no hay más nada amateur que un reparto con edades inadecuadas —se explica el director.

—Estoy ansiosa por saber quién es esta mujer —oh, realmente está feliz—, ya saben, ponerme en sus zapatos. Y, claro, pasar un gran rato con mi hija Elizabeth.

   Si Betts se quería enterrar diez metros, ahora son cincuenta, eso ha sido un poco incómodo.

   Alguien más entra. ¡Oh, si no es el drogador de Cam, Chuck Clayton! ¡Aplaudan, señoras y señores! No, no aplaudan, por favor, no se lo merece.

—Lo siento —se excusa—. Creí que el ensayo era en la sala de música.

—No hay problema —le quita interés el amante de los hombres—. Todos son bienvenidos aquí.