Ya no estarás conmigo,
Pero mi cuerpo dormido
te soñará cada noche.
Cuando el atardecer toque mi puerta
Te amaré un poquito más.
Apenas estará atardeciendo,
Pero tu imagen
Amaneciendo en mi mente,
Tan puntual como siempre,
Desbordando luz
En la prematura noche.
Cuando el carmín del sol
Inunde las pálidas nubes,
Y tus ojos tristes
Se cansen de aborrecer el mundo.
Recuerda que ahí afuera
Existe un vagabundo,
Que es adicto a tu perfume
Y que muere lentamente de abstinencia.
Cuando el atardecer
Se asome en tus cristales,
Y ya no existan animales
Que recorran las calles.
Yo estaré de luna miel,
Pues me casé con tu recuerdo.
No estoy loco ni cuerdo,
sólo muerto.
Muerte derivada de la insolación
que tus ojos producen.
Tu sonrisa da vértigo,
Pero no es moral ni ético
llevar una vida sin apreciarla.
Porque cuando sonríes
Tu luz ciega.
Pero si tu corazón se torna triste
en la ciudad nieva,
Y lo sabes.
Por eso no llores nunca,
Que en tus lágrimas
Mi aflicción rema,
Y la vida se apaga
y el frío de tu inexistencia me quema.
Cuando las nubes se tiñan de rojo,
Y el enojo de la ciudad
Se haya apaciguado,
No habrá futuro ni pasado.
Sólo tu rostro
en mis ojos
O en la imaginación de un dios decepcionado,
Que aspira concebir
Lo más bello que se haya creado.
Atardecerá,
Y con la noche llegará el frío.
No habrá manto ni cobijo
Que se compare contigo.
No existirá abrigo
Equiparable con la calidez
Que tu mirada proporciona.
Más si no miras el mundo
No existen minutos ni horas,
Sólo tiempo sin ti.
Cuando mi cara sea acariciada
Por el rojizo fulgor
De la madrugada,
No se despertará mi cuerpo inerte.
Hay dos cosas
que implicaron mi muerte:
Quererte,
No tenerte.
Los muertos no se despiertan en la mañana.
Y cuando éste mismo telón de luz
toque tu ventana,
Y te levantes,
Con tu beldad inhumana.
Verás la ciudad,
Y no encontrarás nada en ella.
Una estrella no se preocupa
Por los planetas que la rodean;
Cerrarás la persiana,
Sin saber,
Que existe un planeta
Fuera de órbita
Por ti.
