Seis noches en el cielo

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La luz se coló por la ventana,
cayó en mi rostro taciturno,
el ruido diurno de las calles me despertó.
Y allí estaba yo,
abrí los ojos, pero continuaba en el sueño.

Unas nubes disfrazadas de sábanas nos abrigaban.
Yo te vi,
y no comprendí como tal perfección me abrazaba.
Cómo mi sonrisa se dibujaba en tus ojos,
cómo mis manos concordaban con tu cuerpo.
Comprendí que, en efecto,
fuiste mía en el cielo,
pues sólo el cielo puede ser tan perfecto.

Cerré los ojos para respirar el momento,
abrí mi alma para dejarte entrar,
pero ya estabas dentro.
Me aferré a ti como a la vida misma,
pero fue en vano;
el tiempo te sedujo,
te apartó de mi lado.

Pero en la sexta noche estaba de nuevo contigo,
y aquella luna fue testigo
de nuestro amor desenfrenado.
Fue testigo también de nuestro último anhelo,
pues sabíamos que sería esta
nuestra última noche en el cielo.

Y una vez más,
como las noches anteriores,
los faroles de la calle iluminaron la osadía de nuestros cuerpos.
Yo te abracé,
a ti y al momento,
pues no quería pensar en el futuro incierto.

Aquella noche dejamos de ser dos personas diferentes,
aquella noche nuestros ojos ardientes de deseo se conectaron,
y decidimos ser uno.
El universo confabuló para que esa noche nos entregáramos mutuamente.
Esa noche fuiste mía completamente,
y yo complacientemente tuyo.

Aquella noche nuestros ojos se abrazaron,
mientras tu alma se desnudaba ante mí.
Y en la calma nuestros labios se juntaron,
con la pasión suficiente para llenarme de ti.

Nos enredamos de amor,
y con un beso nos fuimos volando.
A otro mundo, a otro espacio.
Te besé tan despacio
que el tiempo se detuvo.
Por un momento sólo existías tú,
humilde doncella,
y la estrella sobre la cual te hice el amor.

Tu cuerpo fue un mar inmenso,
yo navegué inmerso en tu piel desnuda.
Yo fui un velero descarriado
que se vio arrastrado
por la corriente de tus besos.
Sólo  me bastó verte,
para perderme en la profundidad de tus ojos sabios.
Yo fui un pobre marinero,
que naufragó en tus labios.

Tú fuiste un lienzo impecable,
Retraté en tus labios un bosquejo de placer.
Yo fui el pincel inagotable,
que recorrió sin mesura cada parte de tu piel.
El cielo estrellado te trajo conmigo,
esbozaste el paraíso con tu cara.
Y aquella noche fue la luna testigo, que tú y yo,
hicimos arte en la cama.

Yo estuve allí,
entre las nubes,
y entre las nubes le hicimos el amor a la vida.
Yo no aceptaría tu partida,
así que te tomé para siempre.

Yo viajaba perdido en la oscuridad de mi mundo,
pero entonces te encontré, inhóspita,
navegando por el ocaso profundo.
Y te acompañé en tu viaje nocturno; nos mudamos de planeta,
divagué en aquella noche perfecta.
Bailé con tu cuerpo desnudo,
y como un loco suertudo,
salté a tu cobijo sin paracaídas.

Aquellas noches,
ahora tan lejanas,
fueron la luz cortante en mi constate devenir.
Y ahora, he de ir por el mundo sin tus besos,
¡qué distopía!,
maldigo el destino, que quiere que viva sin ti,
que quiere que no seas mía.

Hoy me preguntas si te quiero;
¿y qué quieres que te diga?,
si fuimos y volvimos juntos
seis veces del cielo.

Sol de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora